Poesía


MANOS SACERDOTALES


Señor, hoy el milagro de la blancura he visto
hoy contemplo el prodigio de la infinita luz; 
hoy vi tus manos puras, blanquísimas, ¡oh Cristo!...
clarificar las manos del hombre ante la Cruz.

Bañaste con tus sacras unciones misteriosas
aquellos dedos lívidos que encadenó tu amor,
y desde entonces fueron sus yemas milagrosas
capaces, por lo humildes, de sostener a Dios.

¿Qué sois ante estas manos, humanas y divinas 
olor de blancas Hostias, de vino y santidad?
humanas, porque arrancan del hombre las espinas,
divinas, porque elevan a Dios sobre el altar?

Señor, por ellas pido, por esas manos blancas
que ungió con sus prodigios tu mano de Rabí,
Señor, si han de mancharse, ¿por qué no las arrancas?
¡Sí! arráncalas si pierden su límpido matiz.

Mas, ¡no Déjale al mundo la gloria de esas manos
el mundo necesita de luz y ellas son luz,
sin ellas no podrían hallarte los humanos,
sin ellas no vendrías a nuestras almas Tú!

¡Consérvalas, oh Cristo! porque ellas son las únicas,
que al ver a los impíos erguirse contra Dios,
temblando de respeto desgárranse las túnicas,
y aplacan la implacable justicia del Señor!

¡Consérvalas, oh Cristo!  Porque ellas son las buenas
hermanas de los pobres que tienen hambre y sed,
porque ellas les reparten la miel de sus colmenas,
el agua de sus fuentes, el trigo de su mies...

Porque ellas son las dulces, las lívidas, las blancas,
porque ellas no se cansan de orar y bendecir,
porque, Señor, si un día del mundo las arrancas,
¿ a dónde irán los hombres, sin ellas y sin Ti?

ASPIRACIONES
**********

¡BENDITO SEAS SEÑOR!



Bendito seas, Señor,
por tu infinita bondad,
porque pones con amor
sobre espinas de dolor,
rosas de inconformidad...
¡Qué triste es mi caminar!
llevo en el pecho escondido
un gemido de pesar...
para esconder mi gemido...

´Tú sólo, Dios y Señor,
Tú, que por amor me hieres,
Tú, que con inmenso amor
pruebas con mayor dolor
a las almas que más quieres;
Tú solo lo has de saber,
pues solo quiero contar,
mi secreto padecer
a Quien lo ha de comprender,
y lo puede consolar...!

Vida de falsa alegría,
yo no te envidio, que el día
que fuera mi vida así,
temblando de horror diría:
DIOS SE HA OLVIDADO DE MÍ...!
porque por amor me hieres
porque con inmenso amor
pruebas con mayor dolor
a las almas que más quieres.

Porque sufrir es curar
las llagas del corazón,
porque sé que me has de dar
consuelo y resignación,
a medida del pesar...!
Por tu bondad y tu amor,
porque es tuyo mi dolor,
porque lo mandas y quieres,
bendito sea Señor,
la mano con que me hieres...
ASPIRACIONES

POESÍAS EUCARÍSTICAS
por  
Emma-Margarita R. A.-Valdés



Jesús sabe que va a su sacrificio,
hace en su última cena testamento,
un mandato de amor y un sacramento,
pilares de su sólido edificio.
 
Da ejemplo de humildad y de servicio
a los llamados a su seguimiento
con su íntima renuncia y vencimiento
de su  repulsa humana ante el suplicio.
 
Él es la oblación pura, Nueva Alianza,
su inmolación perdona la condena,
nos destina a herederos de la gloria.
 
En la cena inaugura la esperanza
de eterna vida, rompe la cadena
con su mística entrega expiatoria.
 
Llega el momento de la Eucaristía.
Jesús eleva el pan y, bendiciendo,
esto es mi cuerpo, dice, os encomiendo
lo comáis por la fe, en memoria mía.
 
Toma la copa de la profecía
con el vino y la eleva, bendiciendo,
esta es mi sangre, dice, os encomiendo
la bebáis por la fe, en memoria mía.
 
Él es el Pan de Vida, el que  lo coma
vivirá para siempre, es su promesa,
y estará en este mundo hasta el final.
 
Derramará su sangre de paloma
mensajera de paz, y habrá en su mesa
vino de redención universal.
  
El milagro se ofrece cada día
por las manos del lícito oferente,
todo un Dios infinito, omnipotente,
se da entero, cosecha de agonía.
 
Nos espera en amante cercanía
como agua, vino y pan, limpio torrente,
zumo añejo de amor, viva simiente,
alimentos de célica alegría.
 
¡Que humildad!, en el fruto consagrado
está Dios, el espíritu inmortal,
clamando por el alma redimida.
 
Olvida su dolor, nuestro pecado,
nos ofrece su reino celestial
en su Pan y en su Vino de la Vida.

  
María, tu hijo te anuncia su última cena

Está próximo el día de los Ácimos,
es la fiesta ritual de los judíos.
Tú recoges los panes fermentados,
y te ocupas de todo lo preciso.
Tu hijo habló contigo y te dio ánimos,
va a empezar su Pasión, su sacrificio,
es la hora señalada para el tránsito,
pronto desvelará su Ser divino.
Y, como despedida, ha organizado
una cena en unión de sus discípulos,
dará su testamento, su mandato,
porque llega el momento decisivo.
Los apóstoles serán, en el cenáculo,
testigos de su amor y su prodigio.
La casa de la madre de Juan Marcos
es el lugar que Cristo ha preferido;
desde ese jueves sitio venerado
entre los seguidores del mirífico.
  
Traes carne de cordero, vino, hierbas;
la carne asada al fuego, es lo prescrito;
cuatro copas de vino habrá en la cena;
con la primera copa de ese vino
el anfitrión bendecirá la fiesta;
la segunda es preámbulo al inicio
del Hallel; con la copa que es tercera
se da la bendición, está cumplido
el ritual, y la cuarta, al fin, completa
el rezo del Hallel. Lo indica el Libro
del Éxodo, reflejo de esta fecha.
Con dátiles, almendras, nueces, higos,
harás el horoseth, que representa
el lodo del trabajo del cautivo;
lechugas y achicoria, que amarguean,
forman el merosin, y el pan de trigo,
el matsot, con cebada y con avena,
sin levadura, que al salir de Egipto,
por la prisa, no dio tiempo a ponerla.
Es Pascua de Yahvé, es el clandestino
banquete que salvó a la gente hebrea
de dura esclavitud, del genocidio.
   
Echados estarán los comensales
a la forma habitual de los triclinios,
al estilo romano; los detalles
de aquella ceremonia eran genuinos.
Tendrá la cabecera el responsable
del grupo y a los lados los venidos
para concelebrar el día grande;
mesa rectangular, con utensilios,
cojines sobre los que recostarse,
tres anchos bancos, y para el servicio
queda libre un extremo, como base
a todos los manjares y adminículos.
  
De este modo vivieron los apóstoles
el milagro dogmático, eucarístico;
Jesús sentado en medio de los doce,
y Juan a su derecha, el más querido;
a su izquierda Pedro; Judas Iscariote
en un ángulo, junto al fiel discípulo;
los demás a ambos lados, sin un orden,
aunque ansían tener más cerca a Cristo.
  
Jesús les dice que no habrá otra Pascua
hasta cuando en el Reino estén unidos,
y esta cena, temida y deseada,
es el final para un feliz principio.
Sentados a la mesa, Él se levanta;
se quita el manto; más cordial, más íntimo
con la túnica; toma una toalla
y se la ciñe; echa agua en un lebrillo,
y se postra ante Pedro, que así exclama
“¿Tú me lavas a mí...?”. No está previsto
este acto del Mesías; Él lo aclara
diciendo que en asuntos metafísicos
más adelante enviará la llama
que clarificará lo acaecido;
quien no lava la suciedad del alma
no tendrá parte en el convite místico,
y hagan lo mismo que Él, sin arrogancia,
servir es un deber de amor, de amigo.
  
Comenzada la cena de hermandad,
mustio, apesadumbrado, les predijo
que uno de ellos le iba a traicionar.
Los presentes dudaban de sí mismos,
todos se preguntaban quién será.
“¿Soy por ventura yo, Rabbí?”. Lo ha dicho
Judas. Cristo contesta: hazlo ya.
Cuando Judas abandonó el recinto
cruzando la infernal oscuridad,
aseguró Jesús a los reunidos
que el Verbo en Él se glorificará.
Un año solamente ha transcurrido
desde que habló en Cafarnaúm del pan,
manjar de Vida, fruto beatífico,
y en esta cena se lo va a dejar
ministrándose entero en pan y en vino,
la dádiva de su proximidad
para elevar al hombre al Infinito.
En sus sagradas manos tomó el pan,
lo partió en once partes, lo bendijo,
lo dio: tomad, comed todos del pan,
esto es mi cuerpo...haced por mí lo mismo.
Dando gracias al Padre celestial
tomó después el cáliz, lo bendijo:
es mi sangre que se derramará...
¡Cómo entiendes, María, su designio!
Sabes la Omnipotente voluntad.
¡Qué gran muestra de amor quedar cautivo!
  
Con profundo pesar te van contando
les habló como hermano, como amigo,
dio un nuevo mandamiento a los cristianos:
caridad, que les hace sus discípulos.
Ahora no puede, a dónde va, guiarlos,
mas volverá en su fecha a conducirlos
al lugar elegido y preparado,
para ir con Él: verdad, vida y camino.
Terminado el banquete, mudo el cántico,
fueron al monte gris de los olivos,
tarde negra, telón de luto y llanto
cubre un cielo lejano, apocalíptico.
Moraba en derredor un mal presagio
y en los fieles latidos un cilicio.
   
Pedro le dijo que estará a su lado,
le seguirá por zarzas, por espinos,
sufrirá sus heridas, sus desgarros,
pues él es Pedro, piedra de granito,
arrasará el jaral, el jaramago,
bajará hasta el abismo del maligno,
le arrancará el cuchillo, la hoz, el látigo,
y entregará su vida por su amigo.
Jesús contesta que al cantar el gallo
tres veces negará ser su discípulo.
Cuando caigan las sombras del ocaso
y comiencen las horas del suplicio,
le lanzarán la flecha del sudario,
se acallarán las voces de los címbalos,
beberá hasta las heces los agravios
y, en soledad, padecerá el martirio.
De temas importantes les ha hablado
dejándoles confusos, afligidos;
al final, tristemente, dijo ¡vamos!
ha llegado el momento. Sus discípulos
salieron en silencio del cenáculo
hacia el huerto de paz de los olivos.  


  

RECIBES EL PAN DE TU HIJO


El maternal abrazo,
el cálido torrente de alegría,
la brillantez del rayo,
es en tu pecho el Pan de Eucaristía.
 
Un sabor agridulce
forma el umbral sonoro del tormento.
Un dolor te consume
y un gozo florecido te da aliento.
 
En tu vaso de amor
hay zumo de cipreses y azucenas,
macerado con Sol
y el peso de grilletes y cadenas.
 
Latidos incesantes
resuenan en la cumbre de la Alianza,
el río de tu sangre
circula por arterias de esperanza.
 
Las esclusas del tiempo
se abrirán en el lecho de tu herida,
terminará tu invierno
en una primavera verdecida.
 
El cuerpo de tu hijo
preña con su presencia tus entrañas,
y alumbras tu cariño
sobre piélagos, valles y montañas.
 
Es su Voz en tu centro
éxtasis, armonía, plenitud;
añoranza del cielo
gravita en tu corpórea esclavitud.
 
Se encierra el firmamento
en la sustancia efímera del pan,
con su fugaz destello
se acrecienta el ardor de tu volcán.
 
Ya viene la alborada
persiguiendo su estela en la espesura,
y doran las mañanas
la fruta que en tu rama está madura.
 
Cuando en sus brazos duermas,
el Niño que en tus brazos se dormía
te invitará a su Cena,
a la mesa de eterna Eucaristía.



Mayo:
Mes de la Virgen María

A MARÍA
 Por
Emma-Margarita R A.-Valdés


María, tu luz pura,
reflejo de la gloria,
brilló entre mi penumbra,
iluminó las sombras,
esclareció mis dudas,
glorificó la aurora.
Eres mi faro y guía,
mi asidero, mi roca,
madre eterna y amiga
que mi olvido perdona,
tu mano en mis espinas
es caricia de alondra.
 
Ya no tengo temor,
siempre estás a mi lado,
eres mi convicción,
me abrigas con tu manto,
y me acercas al sol
del amor del Amado.
No siento soledad,
ni dolor, ni cansancio,
una emoción vital
ha llenado mi espacio,
he nacido a la paz
de tu humano Sagrario.

Como reina y maestra
me obsequias con tu gracia,
revelas tu presencia,
me enseñas la palabra
que me abrirá la puerta
de la última morada.
Me llevas a tu Hijo
por caminos del alma,
me nombras fiel testigo
de la divina alianza
que nos ha transmitido
su voz en la montaña.
 
Tomo el pan que me ofrece
en celestial cenáculo
y bebo de la fuente
de su hendido costado.
Estoy feliz y alegre,
por ti Él es mi hermano.
¡Me siento tan dichosa
en tus amantes brazos!.
¡Mi esperanza retoña!.
¡Te agradezco el milagro!.
¡Son mis días, mis horas,
cuentas de tu Rosario!.





¡AVE MARÍA!
Por
Emma-Margarita R. A.-Valdés

 


Eres la maravilla
que aproxima a mi ser rumor de cielo,
asomada a tu orilla
acallo mi desvelo
y agita mi raíz afán de vuelo

  

Habita en ti la luz
y coronan tu frente doce estrellas,
manantial de virtud,
más bella entre las bellas,
me elevas a la gloria por tus huellas.

  

En tu sereno asilo
hay zumo de cipreses y azucenas,
tu pleamar tranquilo
ahoga viejas penas
y alumbra la esperanza en las patenas.

  

Por tu fe fui salvada,
tu corazón se abrió a la profecía,
la semilla granada,
que en tu seno latía,
rasgó el velo de la sabiduría.

  

Criatura amantísima,
está prendado el Rey de tu bondad,
fuente generosísima,
laurel de caridad,
aboga por mi paz y libertad.

  

Eres arco en la nube,
escala de Jacob, potentes alas,
contigo mi alma sube,
ornada con tus galas,
hacia el vergel que amante me señalas.

  

Alumbras mi alborada,
Virgen clemente, Reina y Madre mía,
con tu abrazo amparada
vivo en tu cercanía
y canta mi interior: ¡Ave María!



ESTRELLA DE MI NOCHE
      



Tú eres la estrella de mi noche oscura,
 salud para mi enfermo corazón,
refugio de mi humana perdición,
consuelo en mi terrena desventura,

auxilio celestial de mi locura
la Reina intercesora del perdón,
la Madre acogedora en mi aflicción,
la virgen medianera de ventura.

¡Salve Señora, incólume María!
Templo de la divina Trinidad,
Sagrario de Jesús, Eucaristía

Asunta al cielo en venturoso día,
Coronada de eterna majestad,
Eres el brillo que hacia el Sol me guía.

    



REINA Y MADRE MÍA



 
Siento tu fiel presencia,
Madre del cielo, Reina y Madre mía.
Has llenado mi esencia
de célica alegría.
Me cobija tu amor, tu paz, María.

Me has vestido de luz,
me llegó el brillo de tus doce estrellas.
¡Qué grande es tu virtud!
Más bella entre las bellas.
Deseo en humildad seguir tus huellas.


MI ALEGRÍA



¡Qué alegría!
Sí, qué alegría cuando me dijeron:
Ven, vamos a la casa del Señor,
¡ha llegado el Mesías esperado!
¡ha nacido Jesús, el Salvador!
  


 ¡Qué alegría!
Yo dejé todo cuanto allí tenía.
sólo elegí el cordero más hermosos
y corrí por los montes y cañadas
al encuentro del Todopoderoso.
Brillaban las estrellas en el cielo,
Más grandes, más espléndidas, más puras,
Las voces de los ángeles cantaban:
¡Hosanna! ¡Gloria a Dios en las alturas!
  ¡Aleluya!
 ¡Aleluya”

El sol resplandeciente en el pesebre
La noche de repente se hizo día,
se rasgaron de golpe las tinieblas,
y una luz celestial nos envolvía
  ¡Qué alegría!

Allí estaba, en los brazos de María,
 el niño-Dios, el trigo de Belén.
Mi corazón latía apresurado
Pues quería abrazarle yo también.
Me acerqué vacilante y vi en sus ojos
El fuego del amor que me ofrecía,
¡y me llené de Dios en ese instante!
Y comprendí el por qué de mi alegría.
  








“Sin saber quien recoge, sembrad, seremos, sin prisa
las buenas palabras, acciones, sonrisas.
Sin saber quién recoge, dejad
que se lleven las siembras las brisas

Con un gesto que ahuyente el temor
abonad la tierra;
en ella se encierra
la gran esperanza para el Sembrador.
¡Abonad la tierra!

No os importa ver germinar
el don de alegría.
Sin melancolía,
Dejad al capricho del viento volar
la siembre de un día

Las espigas dobles romperán después…
Yo abriré la mano
para echar mi grano,
como una armoniosa promesa de mies
en el surco


**********

Horacio Quiroga
(1879-1937)

A LA DERIVA
(Cuentos de amor, de locura y de muerte, (1917)


         El hombre pisó blanduzco, y en seguida sintió la mordedura en el pie. Saltó adelante, y al volverse con un juramento vio una yararacusú que arrollada sobre sí misma esperaba otro ataque.

El hombre echó una veloz ojeada a su pie, donde dos gotitas de sangre engrosaban dificultosamente, y sacó el machete de la cintura. La víbora vio la amenaza, y hundió más la cabeza en el centro mismo de su espiral; pero el machete cayó de lomo, dislocándole las vértebras.
         El hombre se bajó hasta la mordedura, quitó las gotitas de sangre, y durante un instante contempló. Un dolor agudo nacía de los dos puntitos violetas, y comenzaba a invadir todo el pie. Apresuradamente se ligó el tobillo con su pañuelo y siguió por la picada hacia su rancho.
         El dolor en el pie aumentaba, con sensación de tirante abultamiento, y de pronto el hombre sintió dos o tres fulgurantes puntadas que como relámpagos habían irradiado desde la herida hasta la mitad de la pantorrilla. Movía la pierna con dificultad; una metálica sequedad de garganta, seguida de sed quemante, le arrancó un nuevo juramento.
         Llegó por fin al rancho, y se echó de brazos sobre la rueda de un trapiche. Los dos puntitos violeta desaparecían ahora en la monstruosa hinchazón del pie entero. La piel parecía adelgazada y a punto de ceder, de tensa. Quiso llamar a su mujer, y la voz se quebró en un ronco arrastre de garganta reseca. La sed lo devoraba.
         —¡Dorotea! —alcanzó a lanzar en un estertor—. ¡Dame caña!
                  Su mujer corrió con un vaso lleno, que el hombre sorbió en tres tragos. Pero no había sentido gusto alguno.
         —¡Te pedí caña, no agua! —rugió de nuevo. ¡Dame caña!
         —¡Pero es caña, Paulino! —protestó la mujer espantada.
         —¡No, me diste agua! ¡Quiero caña, te digo!
         La mujer corrió otra vez, volviendo con la damajuana. El hombre tragó uno tras otro dos vasos, pero no sintió nada en la garganta.
         —Bueno; esto se pone feo —murmuró entonces, mirando su pie lívido y ya con lustre gangrenoso. Sobre la honda ligadura del pañuelo, la carne desbordaba como una monstruosa morcilla.
         Los dolores fulgurantes se sucedían en continuos relampagueos, y llegaban ahora a la ingle. La atroz sequedad de garganta que el aliento parecía caldear más, aumentaba a la par. Cuando pretendió incorporarse, un fulminante vómito lo mantuvo medio minuto con la frente apoyada en la rueda de palo.
         Pero el hombre no quería morir, y descendiendo hasta la costa subió a su canoa. Sentóse en la popa y comenzó a palear hasta el centro del Paraná. Allí la corriente del río, que en las inmediaciones del Iguazú corre seis millas, lo llevaría antes de cinco horas a Tacurú-Pucú.
         El hombre, con sombría energía, pudo efectivamente llegar hasta el medio del río; pero allí sus manos dormidas dejaron caer la pala en la canoa, y tras un nuevo vómito —de sangre esta vez—dirigió una mirada al sol que ya trasponía el monte.
         La pierna entera, hasta medio muslo, era ya un bloque deforme y durísimo que reventaba la ropa. El hombre cortó la ligadura y abrió el pantalón con su cuchillo: el bajo vientre desbordó hinchado, con grandes manchas lívidas y terriblemente doloroso. El hombre pensó que no podría jamás llegar él solo a Tacurú-Pucú, y se decidió a pedir ayuda a su compadre Alves, aunque hacía mucho tiempo que estaban disgustados.
         La corriente del río se precipitaba ahora hacia la costa brasileña, y el hombre pudo fácilmente atracar. Se arrastró por la picada en cuesta arriba, pero a los veinte metros, exhausto, quedó tendido de pecho.
         —¡Alves! —gritó con cuanta fuerza pudo; y prestó oído en vano.
         —¡Compadre Alves! ¡No me niegue este favor! —clamó de nuevo, alzando la cabeza del suelo. En el silencio de la selva no se oyó un solo rumor. El hombre tuvo aún valor para llegar hasta su canoa, y la corriente, cogiéndola de nuevo, la llevó velozmente a la deriva.
         El Paraná corre allí en el fondo de una inmensa hoya, cuyas paredes, altas de cien metros, encajonan fúnebremente el río. Desde las orillas bordeadas de negros bloques de basalto, asciende el bosque, negro también. Adelante, a los costados, detrás, la eterna muralla lúgubre, en cuyo fondo el río arremolinado se precipita en incesantes borbollones de agua fangosa. El paisaje es agresivo, y reina en él un silencio de muerte. Al atardecer, sin embargo, su belleza sombría y calma cobra una majestad única.
         El sol había caído ya cuando el hombre, semitendido en el fondo de la canoa, tuvo un violento escalofrío. Y de pronto, con asombro, enderezó pesadamente la cabeza: se sentía mejor. La pierna le dolía apenas, la sed disminuía, y su pecho, libre ya, se abría en lenta inspiración.
         El veneno comenzaba a irse, no había duda. Se hallaba casi bien, y aunque no tenía fuerzas para mover la mano, contaba con la caída del rocío para reponerse del todo. Calculó que antes de tres horas estaría en Tacurú-Pucú.
         El bienestar avanzaba, y con él una somnolencia llena de recuerdos. No sentía ya nada ni en la pierna ni en el vientre. ¿Viviría aún su compadre Gaona en Tacurú-Pucú? Acaso viera también a su ex patrón mister Dougald, y al recibidor del obraje.
¿Llegaría pronto? El cielo, al poniente, se abría ahora en pantalla de oro, y el río se había coloreado también. Desde la costa paraguaya, ya entenebrecida, el monte dejaba caer sobre el río su frescura crepuscular, en penetrantes efluvios de azahar y miel silvestre. Una pareja de guacamayos cruzó muy alto y en silencio hacia el Paraguay.
         Allá abajo, sobre el río de oro, la canoa derivaba velozmente, girando a ratos sobre sí misma ante el borbollón de un remolino. El hombre que iba en ella se sentía cada vez mejor, y pensaba entretanto en el tiempo justo que había pasado sin ver a su ex patrón Dougald. ¿Tres años? Tal vez no, no tanto. ¿Dos años y nueve meses? Acaso. ¿Ocho meses y medio? Eso sí, seguramente.
         De pronto sintió que estaba helado hasta el pecho. ¿Qué sería? Y la respiración también...
         Al recibidor de maderas de mister Dougald, Lorenzo Cubilla, lo había conocido en Puerto Esperanza un viernes santo... ¿Viernes? Sí, o jueves...
         El hombre estiró lentamente los dedos de la mano.
         —Un jueves...
         Y cesó de respirar.


**********




tierra su fruto en agraz.
Otros segadores
cortarán las flores…
`Pero habré cumplido mi deber de paz,

Mi misión de amores!”

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