Vida Consagrada


LA CORRECCIÓN FRATERNA 
QUE AGRADA A DIOS



LAUDATO SÍ





HABLANDO CON DIOS



MI DULCE ESPOSO
VIDA CONSAGRADA





El Papa Francisco hace llamado
 a los religiosos para
que trasmitan sus conocimientos
 a la juventud


Los jóvenes 
en la vida religiosa

Amado Cencini, FDC
Prof. de Teología en Verona y Roma (Italia)


¿ Qué debe cambiar en la vida religiosa actual para que pueda hablar a los jóvenes?

Es clásico lamentarse de la juventud de hoy acusándola de tantas cosas. Los sociólogos y psicólogos, educadores y padres, maestros laicos y animadores vocacionales están fundamentalmente de acuerdo en considerarla una generación cansada y desmotivada, poco generosa y limitada a proyectos de poco horizonte, preocupada por el "aquí y ahora" y con escasa tendencia a apostar por el futuro y a hacer opciones que sean para siempre. La crisis vocacional sería la confirmación más evidente de ese juicio. Y a lo mejor es verdad, pero se corre el peligro de olvidar sistemáticamente que estos jóvenes son hijos de otra generación que probablemente tienen también sus responsabilidades hacia ellos, o han sido educados por educadores que, como mínimo, no han sabido incidir suficientemente en la formación de su personalidad, o se hallan ante una institución venerada como la vida consagrada, que ya no logra ejercer sobre ellos la misma fascinación.

En esta reflexión quisiéramos ponernos en esta perspectiva, quizás poco frecuente y un tanto inusual en nuestro modo normal (y auto defensivo) de reflexionar sobre jóvenes y  aledaños: quisiéramos comprender por qué la vida consagrada hoy ya no atrae a los jóvenes como en otros tiempos, y- y de manera más propositiva -qué o en qué tendría que cambiar la vida consagrada para volver a ejercer una cierta atracción sobre el mundo juvenil, particularmente sobre el de nuestros días. Una cosa es segura: hasta que un instituto o la vida consagrada en general no se haga este tipo de preguntas, no tendrá derecho a lamentarse de crisis vocacional. Más aún, si la vida consagrada es el "espíritu perennemente juvenil de la Iglesia", podríamos decir que la relación que una familia religiosa establece con el mundo juvenil, o su capacidad de hacerse comprender por las nuevas generaciones, así como la atención -ante todo- hacia ellas, es uno de los índices más seguros de de la fidelidad de la vida y de la calidad del testimonio de la misma familia religiosa.

O sea, justo para comprender la importancia de este tipo de reflexión y afrontarla con espíritu constructivo, y no solamente crítico.

He dividido el estudio en dos partes: en la primera trataremos de ver qué debería cambiar en la vida consagrada para que pueda dialogar eficazmente con el mundo de los jóvenes; en la segunda, en cambio, preguntaremos a los mismos jóvenes qué novedades pueden ofrecer a la vida consagrada.

1. LOS JÓVENES COMO RETO
No cabe duda que los jóvenes representan hoy un auténtico reto para la vida consagrada o quizás, incluso, para toda la Iglesia. Vale la pena escucharles y tratar de responder a algunas exigencias suyas, aunque a veces ellos mismos no son plenamente conscientes de ellas, o no saben expresarlas con propiedad.

1.1.UNA PROPUESTA DE IDENTIDAD MÁS CLARA
Imaginémonos un joven que está decidiendo sobre su propia vida, joven creyente y potencialmente abierto a una perspectiva de consagración. Quien está decidiendo sobre la propia vida se encuentra en un paso fundamental de la propia existencia: no está simplemente eligiendo una profesión u otra, sino que está tratando de definir el misterio del propio yo, lo que está llamado a ser. Está tratando de clarificarse consigo mismo, y por tanto necesita indicaciones claras, ideales, sí, pero comprensibles, que responsan a sus exigencias.

El carisma de un instituto religioso puede jugar un papel importante en ese sentido, puede ofrecer al joven en búsqueda las indicaciones que está buscando. ¿Acaso no es la vocación una manera de ser y de definirse, no presenta en realidad un ideal por el que gastar la vida, no ofrece un punto de referencia definitivo y positivo a la identidad del llamado, un status y un contexto de vida y de relaciones igualmente estables y ricas de sentido?  Es inevitable un interés del joven, al menos a nivel cognoscitivo y teórico, por el ideal vocacional. Que a su vez podrá concretarse y profundizarse. Pero a una condición imprescindible: que ese ideal sea claro y preciso, en la teoría y en la práctica, y que no necesite intérpretes especiales, o sea, que el joven lo sienta como significativo, pueda aferrar inmediatamente su sentido positivo y prometedor, y leer en la posibilidad de dar un sentido pleno a su propia vida, la certeza de haber hallado algo seguro y fuerte, convincente y provocador, por lo que vale la pena hacer una opción para siempre.

Mas en concreto, esto podría significar una propuesta carismática con las siguientes característica:

a) Precisa, original y completa
No solamente clara, como ya hemos dicho, sino también específica, bien definida sobre todo por lo que se refiere a los tres elementos que constituyen el carisma, o sea, la experiencia mística, el camino ascético y la misión apostólica. Al instituto le interesa delinear con precisión todo esto, porque estas cosas son los elementos que formarán el sentido de identidad del joven, en lo que él lee una respuesta a la propia búsqueda de un sentido estable y positivo del yo, o sea, la relación con Dios ( = experiencia mística), el sentido de vida en general (= camino ascético) y la relación interpersonal o el don de sí a los demás (= misión apostólica).

Es igualmente importante que quede suficientemente claro el lazo de unión entre estos tres elementos, aquella intuición originaria que hace inconfundible todo carisma.

Las ofertas aproximativas, o esas proclamaciones de ideales carismáticos que son la repetición de siempre de las cosas de siempre con la vaga tensión espiritual de siempre, que podrían ir bien para todos, no pueden resultar invitantes para uno que está tratando de dar forma a su yo como realidad única - singular -irrepetible. Todo carisma es originalísimo, si se quiere que tenga algún poder de atracción, tiene que ser presentado en términos igualmente originales.

b) Vivido y coherente
Obviamente, no basta con afirmar que el instituto, por ejemplo, está llamado a servir a los pobres y a los más  más pobres;  al joven en búsqueda tiene que resultarle evidente que esto es lo que hacen los miembros de ese instituto. El joven se da cuenta inmediatamente de las contradicciones entre el ideal y la práctica de vida; mientras que, por otra parte, se siente inmediata y fuertemente atraído por una vida en la que se vive concretamente un ideal, con coherencia y valentía.

Los institutos que tienen vocaciones son aquellos que no necesitan referirse a textos escritos para presentar el propio carisma, sino que simplemente lo muestran con su vida,  lo presentan al joven con su testimonio claro, que indica que servir al pobre, para mantenernos en el ejemplo, no solamente es posible, sino que es bello, da sentido a la vida, puede convertirse en una pasión que hace hermosos todos los días de la vida y por la cual vale la pena gastarlos todos.

c) Kerigma, esta propuesta carismática tendrá que ser sobre todo kerigmática, o sea, esencial, fundada sobre el Evangelio, expresión de la voluntad de salvación que constituye el sentido más profundo de la vida consagrada en el momento presente de la historia (de salvación), sin tantas contorsiones intelectuales o espirituales, sin desequilibrios ni excesos en el hacer o en la atención a las economías internas.

A los jóvenes
no les interesa
un estilo de vida
mediocre o cómodo

Debe aparecer clarísimamente que el instituto no está interesado en sí mismo,  ni siquiera al bienestar psicológico y espiritual de sus miembros, ni a la propia afirmación ni tampoco al propio crecimiento, sino solamente al cumplimiento de la voluntad salvífica del Padre., de la cual el instituto no es más que una expresión pequeña, pero veraz. Nos consagramos para la Iglesia, para el mundo, para que se cumpla el designios de la redención. Y por tanto, la familia religiosa halla todo su significado en ese misterio de muerte y resurrección, del que procede la salvación y que ahora ella anuncia y revive, sobre todo en sí misma. Puede parecer reductivo, pero si la vida consagrada vuelve a anunciar con fuerza el kerigma, Jesucristo muerto y resucitado, y a ser ella misma más kerigma, sin duda será más escuchada y creíble.

1.2. MENSAJE MÁS JOVEN

No solamente y no tanto el sentido de que se exprese en términos más comprensibles, con formas comunicativas modernas, sino que sepa salir al encuentro de ciertas exigencias y esperanzas particularmente vivas, repetimos, en quien está tratando de dar un nombre preciso a su ideal.

a)  esperanza de radicalidad
Hay sobre todo una esperanza que condiciona absolutamente todo: la exigencia de dar a  la propia vida un sentido elevado, una gran visión, un ideal por que que valga la pena de vivir y morir. También esto podrá parecer insólito a más de uno, acostumbrado a ciertos estereotipos juveniles, pero el joven de hoy - más allá de las apariencias -necesita radicalidad, no le sirve para nada las propuestas que, ya desde el principio, saben  a sí pero no, medias tintas; no interesan estilos de vida que parecen canonizar la mediocridad y la búsqueda de la comodidad.

Y también aquí tenemos la demostración vocacional: las congregaciones con mayor respuesta vocacional son las que miran muy en alto, las que no tienen miedo de pedir a los jóvenes el máximo. Donde están naciendo nuevas formas de vida consagrada, sobre todo si se caracterizan por un compromiso radical, ya se sabe que los jóvenes las prefieren a las formas tradicionales. El fenómeno presenta aspectos que necesitan una clarificación, así como, a veces, hay que corregir la mirada, pero es indudable el significado de la esperanza juvenil de la calidad de vida y del testimonio de todo instituto religioso. No seamos ingenuos, pues a nadie le atraen las medias tintas ni la mediocridad.

La crisis vocacional es sobre todo crisis de la calidad de la vida consagrada misma.

b) Búsqueda de la alegría
Esta esperanza es absolutamente comprensible e incluso obvia. Pero ponemos el acento sobre ella porque con frecuencia parece ignorada, cuando no contradicha por el testimonio de vida de tantos consagrados y consagradas, que a veces son "tristes observantes" (oprimidos por una malentendida idealización de la renuncia), y otras veces son simplemente indiferentes, incapaces de gozar a causa de la ausencia de una educación de los afectos y de la sensibilidad.

El sheol no atrae a nadie, y si por casualidad atrajera a alguien, como ha sucedido en nuestra historia, no se trataría de una verdadera vocación, si no de una torpe interpretación del ideal de perfección, e incluso de una manifestación de una cierta forma perversa de masoquismo.

El testimonio a la alegría va unido, particularmente, a la vida fraterna, y así no depende solamente de una persona (entre otras cosas porque es difícil y sospechoso estar contento solo), sino de toda la fraternidad; como tal, produce un extraordinario impacto sobre el joven que busca la felicidad, frecuentemente sin encontrarla.

1.3. Testimonio más comunitario
El joven no busca una felicidad cualquiera y venga de donde venga; sino que busca aquella felicidad que se hace visible en una comunidad de personas;  se siente impresionado por el hecho de que unas personas que no se han elegido mutuamente puedan dar vida a una fraternidad más fuerte que la natural y de sangre. En unos tiempos en los que el otro es rechazado y marginado, en los que se ha llegado a acuñar una curiosa expresión ("extra-comunitario") para indicar al extranjero como algo que está "extra", fuera del propio círculo, el joven tiene que sentirse necesariamente tocado por el testimonio histórico  de la fraternidad de la vida consagrada, en una comunidad que no se preocupe solamente de hacer el bien sino sobre todo de "quererse".

La vida consagrada
tiene que recuperar
su raíz fraterna

Desde este punto de vista, la vida consagrada, , si quiere decir algo interesante al joven, tiene que recuperar absolutamente  su propia raíz fraterna, pero también tiene que atreverse a proponerla nuevamente con términos y formas originales. Hay,  por ejemplo, formas tradicionales de compartir la experiencia del pecado y de la debilidad personal (como el capítulo de culpas), que,  con las oportunas modificaciones y actualizaciones, pueden ayudar enormemente a la fraternidad a integrar el mal, y hacer verdaderamente de la experiencia de la propia fragilidad un momento de gracia y de crecimiento comunitario.

Por no hablas de la propuesta de la santidad comunitaria, verdadera inversión de tendencia sea de la idea de santidad, ya no entendida como un asunto del todo privado, sea de la idea de fraternidad, que implica la libertad y la seriedad de asumir el peso del otro, de sentirse responsable de su camino de crecimiento.

1.4. LA VIDA CONSAGRADA MÁS EXTROVERTIDA Y "ESPIRITUAL"
La actitud  juvenil pide también a la vida consagrada que deje de pensar la relación con el mundo y la historia,  con los laicos y hasta con la Iglesia, por lo menos en ciertos casos, en términos defensivos , como si la vida consagrada tuviera que defenderse de quien sabe qué contaminación; o como una relación unidireccional, como si la vida consagrada fuese la benefactora que solamente tiene que dar; o como una simple relación de intercambio material, como si la vida consagrada dispusiera sencillamente de una serie de servicios que tiene que ofrecer en beneficio de seos diferentes sujetos. No. El primer y más importante don que la vida consagrada puede y debe hacer al mundo  y a la historia, a los laicos y a la Iglesia, es exactamente el de su espiritualidad, de esa sabiduría que viene de lo alto y que la vida consagrada  ha recibido solamente para poderla donar a todo hombre y mujer. El primer pan que hay que partir es el que sacia el hambre espiritual, que hoy sigue estando presente, aunque a veces de manera escondida, y que precisamente el consagrado debería saber reconocer y al que debería saber responder. Poniéndose humildemente al lado de quien busca a Dios, aún sin saberlo. Como el servus lamparadius de los antiguos romanos, que tenía una tarea particular: preceder a su señor iluminándole el camino con una antorcha bien alta. No iluminaba todo el camino, sino solamente el tramo que estaba recorriendo. Caminaba junto a su señor, pero ligeramente delante de él. Así tiene que ser la vida consagrada en relación al mundo, llamada a llevar la luz sobre todo al corazón del hombre y en sus verdaderos deseos, y a iluminar ese poco de camino suficiente para caminar cada día hacia la verdad. Con la misma discreción y disponibilidad del  servus lampadarius, que ofrece luz, pero no es él la luz.

El don más
importante que la vida
consagrada puede
ofrecer es su
espiritualidad

1.5. A NIVEL INSTITUCIONAL-COMUNITARIO
Existen también posibles y oportunos cambios a nivel institucional, en la concepción y estructura de la comunidad. Los jóvenes de hoy, por ejemplo,  aceptan con dificultad vivir en grandes estructuras, donde todo es gris y anónimo, todo se ve en función de la obra ("el ídolo de las obras" ( el ídolo de las obras")  y el individuo particular corre el peligro de sentirse sólo como un pequeño engranaje del todo. A los jóvenes de hoy, acostumbrados a la comunicación inmediata, les cuesta soportar situaciones de vida donde se hace difícil y complicado relacionarse, donde hay que seguir, por fuerza, una serie infinita de pasos y respetar todas las pequeñas y grandes jerarquías. La forma de vivir preferida por los jóvenes es la que se parece a la de una familia, donde las relaciones no están  demasiado determinadas por las funciones o las tareas, donde puede darse la relación y el intercambio con el exterior, para recuperar cada vez más las dimensiones normales de la cotidianidad: desde las tarea domésticas hasta el cuidado de la casa, para que esté bonita y ordenada, desde la capacidad de sobriedad y discreción hasta el uso responsable de las cosas que son de todos, desde el ritmo humano en la organización de la jornada hasta una cierta elasticidad en el intercambio de los papeles de las tareas. Algunas casas de comunidades  religiosas masculinas son, desde este punto de vista, un verdadero antitestimonio, parece una casa de vecinos, habitada por inquilinos que se ignoran, y cuyos espacios comunes dan una idea de  incuria y descuido, que no animarán a nadie a acercarse y menos aún a pensar en vivir en ellos.

2. LOS JÓVENES COMO DON

En esta segunda parte continuamos nuestra reflexión viendo en concreto lo que los jóvenes podrán aportar a la vida consagrada, aunque ya hemos encontrado implícitamente algunas indicaciones en este sentido

2.1. EL SUEÑO DE LOS ORÍGENES
Se ha dicho que la vida consagrada solamente es auténtica y atrayente "en las fase naciente", o sea, en los primeros años de existencia de un instituto. Si esto es así, los jóvenes son, de alguna manera, la expresión continua de esta "fase naciente", porque lo que están buscando y deseando, aunque sea a tientas y confusamente, es precisamente el entusiasmo y la radicalidad de los inicios; "... quieren volver a vivir también ellos, en la Iglesia y en el mundo presente, lo que vivieron los primeros hermanos y hermanas, en otros tiempos, junto al fundador o la fundadora". Y si a veces parece que alguno de ellos reniega esa identidad, frecuentemente sucede a causa de una falta de acogida por parte de quien es anciano por haber vivido un cierto número de años, sino de quien es viejo por haber abandonado el propio ideal. Por eso,  como decía al inicio, la relación que se establece con los jóvenes y sus expectativas, muestra normalmente...la edad de una familia religiosa, o sea su juventud psicológico-espiritual, o su capacidad de ponerse en crisis, de buscar formas cada vez más auténticas de testimonio y de servicio con fidelidad creativa. Puede haber institutos antiguos que sean a la vez muy jóvenes y, al contrario, institutos nacidos hace poco y ya viejos.

2.2. EL SUEÑO DEL FUTURO
"Solamente han logrado cambiar el mundo aquellos que se han atrevido a soñar" No se trata, ciertamente, de idealizar, visto que nuestro jóvenes de hoy a veces también tienen  sueños sin consistencia, huyendo de la realidad, flotando en el mundo ilusorio de lo virtual, pero no cabe duda que solamente de los jóvenes puede venir esa peculiar manera de mirar la vida que deja espacio a la novedad y a la utopía, a la tensión, a la aspiración hacia el nivel más elevado de posibilidades realizadoras. En este sentido, la aportación de los jóvenes a la vida consagrada en el momento presente de incertidumbre por lo que se refiera al futuro, de dificultad a la hora de decidir las intervenciones más necesarias, de constatación de nuestras fuerzas y la vastedad de los problemas..., podría ser muy significativa para superar la "vieja" tentación que se presenta siempre en estos casos, o sea, cerrarse, obstinarse en repetirse, dejarse dominar por el temor de arriesgar, no fiarse ni de Dios ni de sí mismos, resignarse ( a tener, quizás...una buena muerte).
Cuanto más nos
fiamos de Dios mayor
es la capacidad 
de escucha

Hay, por lo general, una cierta reciprocidad ente las dos actitudes: cuanto más nos fiamos de Dios, mayor es la capacidad de escuchar a quienes, como los jóvenes, podrían disturbar una cierta inercia y pereza. Para, a continuación, abrirse a la imposible posibilidad de Dios.

2.3. CONJUGAR EL "SEMPER" Y EL "NOVUM"
En todo caso, los jóvenes son los representantes de la cultura del momento presente, exactamente la cultura con la que la vida consagrada tiene que confrontarse, porque es precisamente en esa lengua en la que debe aprender a decir y repetir las riquezas de su espiritualidad, ofreciéndolas como ricas de sentido para todos. A este respecto, los jóvenes provocan a la vida consagrada en dos direcciones, que corresponden a otras tantas tentaciones (unidas entre sí, por los demás (que hay que evitar: la de contentarse con repetir y repetirse, utilizando siempre los mismos contenidos e incluso el mismo lenguaje (religioso), y la de no saber captar en la cultura circunstante un estímulo y una provocación a profundizar el propio mensaje, a decirlo en esa lengua, a descubrir aspectos nuevos, Es el reto de conjugar el "semper" y el " novum". Que probablemente representa el verdadero secreto de la renovación de la vida consagrada.

La cultura juvenil viene a recordar a la vida consagrada que, por una parte, el lenguaje que seguimos usando, impertérritos, es un lenguaje muerto, que nadie entiende ya fuera de nuestros ambientes cerrados, y menos que nadie los más jóvenes. El lenguaje que hoy hablan naturalmente los jóvenes es diferente, es el de la secularización, una especie de lengua materna para ellos,  que no está demostrado que no pueda servir para transmitir el mensaje cristiano. Y así la vida consagrada se encuentra ante una alternativa decisiva: "aprender" esa lengua, por lo menos lo que basta para decir con estos términos el don recibido, o ignorarla (quizás demonizándolas) y pensar que sea una misión imposible. Pero en este segundo caso, se acaba hablando un lenguaje incomprensible y proponiendo un cristianismo  de otros tiempos.

En este sentido, el joven consagrado juega un papel importantísimo, ya que, idealmente, reúne en sí las dos dimensiones del mensaje cristiano: el "semper" del dato revelado, de esa Palabra que es "estable como el cielo" (Sal 118, 89), y el "novum" de la historia de todos los días, en la que esa Palabra se encarna misteriosamente. Pero esa misión no es una operación sencilla ni automática; supone una educación paciente, que el joven y el no tan joven solamente podrán llevar a cabo juntos. Caminando juntos desde Cristo una y otra vez como si fuese la primera, porque en Él, Verbo del Padre y de la vida, estos dos  aspectos se funden armónicamente y de manera siempre nueva. "Jesucristo es el mismo de ayer, hoy y siempre" (Heb 13,8) ¡y es también nuevo e inédito cada día!

Por eso solamente juntos será posible llevar a cabo la renovación de la vida consagrada hoy, con la colaboración de todos los grupos de edades:  de la sabiduría del anciano y el entusiasmo del joven,  del realismo de quien  ha ofrecido a Dios toda su existencia  y el idealismo de quien se prepara hacer la misma ofrenda, de la prudencia calculada del adulto y el valor arriesgado del joven.

Por eso hay que mirar con gran preocupación no solamente el descenso del número de jóvenes, sino también de su calidad.

¡Hoy más que nunca necesitamos jóvenes consagrados que sean verdaderamente "jóvenes"!


















































Oración de la Vida Consagrada

Dios de Abrahan, Isaac y Jacob
Padre de nuestro Señor Jesucristo y nuestro,
acoge la oración que te dirigimos.
Mira con benevolencia nuestros deseos de bien
y ayúdanos a vivir apasionadamente
el don de la vocación.

Tú, Padre,
que, en un designio gratuito de amor,
nos llamas por el Espíritu a buscar tu rostro,
en la estabilidad o en la itinerancia,
haznos siempre portadores de tu memoria 
y que ella sea fuente de vida 
en la soledad y en la fraternidad
de modo que podamos  ser hoy el reflejo de tu amor..

Cristo Hijo de Dios vivo,
tú que casto, pobre y obediente
has caminado por nuestras calles,
sé nuestro compañero en el silencio y en la escucha
conserva en nosotros la pertenencia filial
y hazla fuente de amor.

Haz que vivamos el Evangelio del Encuentro:
ayúdanos a humanizar la tierra y crear fraternidad
que sepamos compartir la fatiga
de quien se ha cansado de buscar,
y la alegría de quien aún espera,
de quien aún busca
y de quien mantiene viva la esperanza.

Espíritu Santo, Fuego que arde,
ilumina nuestro camino en la Iglesia y en el mundo.
Concédenos la valentía de anunciar el Evangelio
y la alegría del servicio en la vida cotidiana.
Abre nuestro espíritu a la contemplación de la belleza.
Conserva en nosotros la gratitud
y la admiración por la creación;
haz que reconozcamos las maravillas
que tú realizas en cada viviente.

María, Madre del Verbo,
vela sobre nuestra vida
de hombres y mujeres consagrados,
para que la alegría que recibimos de la Palabra
llene nuestra existencia, y tu invitación
a hacer cuanto el Maestro dice (cf. Jn 2,5),
nos transforme en el mundo del Reino.

Amén
                                                Papa Francisco



Himno de la alegría






            





EN LA BASÍLICA DE SAN PEDRO

El Papa Francisco publicó Bula del
Jubileo y convocó el año Jubilar

12/2016-T-I

El Jubileo de la Misericordia de este  año comenzará el 8 de diciembre de este año y concluirá el 20 de noviembre de 2016.

La Bula de Jubileo constituye el documento fundamental para conocer el espíritu con el que ha sido convocado, las intenciones y los frutos esperados por el Pontífice.

El Papa Francisco convocó oficialmente el jubileo extraordinario con la publicación de la Misericordia en la tarde de Roma en la Basílica de San Pedro con la palabra de Bula convocación "Misericordia  vultus"

El Jubileo de la Misericordia comenzará el 8 de diciembre de este año y concluirá el 20 de noviembre de 2016

Para la proclamación, el Santo Padre estuvo acompañado por los cardenales en la entrada de la Basílica Vaticana. Al lado de la Puerta Santa o también llamada Puerta del Jubileo, entregó la Bula de convocación a los cuatro cardenales arciprestes de las Basílicas Papales de Roma: el Cardenal Angelo Comastri, Arcipreste de la Basílica de San Pedro en el Vaticano;  el Cardenal Agostino Vallini, Arcipreste de la Basílica de San Juan de Letrán; el Cardenal James Michael Harvey, Arcipreste de la Basílica de San Pablo Extramuros y el Cardenal Santos Abril y Castelló, Arcipreste de la Basílica de Santa María la Mayor.

Para expresar el deseo de que el Jubileo extraordinario de la Misericordia sea celebrado en Roma y en todo el mundo, el Papa entregó una copia de la Bula –para hacerla llegar simbólicamente a todos los obispos- al Prefecto de la Congregación para los Obispos, el Cardenal Marc Ouellet; al Prefecto de la Congregación para la Evangelización de los Pueblos, el Cardenal Fernando Filoni y al Prefecto de la Congregación para las Iglesia Orientales, el Carden

También, en nombre de todo el Or Arzobispoiente recibió una copia del documento el Arzobispo Savio Hon Tai-Fai, nacido en Hong Kong y Secretario de la Congregación para la Evangelización de los Pueblos.

Africa estuvo respresentada por el Arzobispo Bartolomé Adoukonou, originario de Beni y Secretario del Consejo Pontificio para la Cultura.

Para las Iglesias Orientales, el Santo Padre entregó la Bula a Mons. Khaled Ayad Bishay, de la Iglesia Patriarcal de Alejandría de los Coptos.

El Regente de la Casa Pontificia, Mons. Leonardo Sapienza, en calidad de Protonotario Apostólico, leyó en presencia del Papa algunos extractos del documento oficial de convocatoria del Año Santo Extraordinario. La lectura se efectuó con la emoción contenida de muchos fieles que escucharon en silencio allí mismo su lectura.

El significado de la Divina Misericordia

La imagen de la Divina Misericordia le fue revelada a Santa Faustina Kowalska en 1931 y Jesús mismo le pidió que se pintara. Luego el Señor le explicaría su significado y lo que los fieles alcanzarán con ella. No obstante Santa Faustina lloró al ver que la imagen, en su opinión, “no reflejaba” toda la belleza de Jesús, pero Él la animó.

Cuenta Santa Faustina en su diario: “Al anochecer, estando en mi celda, vi al Señor Jesús vestido con una túnica blanca. Tenía una mano levantada para bendecir y con la otra tocaba la túnica sobre el pecho. De la abertura de la túnica en el pecho, salían dos grandes rayos: uno rojo y otro pálido”.

“Después de un momento, Jesús me dijo: Pinta una imagen según el modelo que ves, y firma: ‘Jesús, en ti confío’. Deseo que esta imagen sea venerada primero en su capilla y [luego] en el mundo entero”.

Jesús le señaló: “Prometo que el alma que venera esta imagen no perecerá. También prometo, ya aquí en la tierra, la victoria sobre los enemigos y, sobre todo, a la hora de la muerte. Yo mismo la defenderé como mi gloria”.

Otro día, estando Santa Faustina en oración, Cristo le dijo: “Los dos rayos significan la Sangre y el Agua. El rayo pálido simboliza el Agua que justifica a las almas. El rayo rojo simboliza la Sangre que es la vida de las almas”.

“Ambos rayos brotaron de las entrañas más profundas de mi misericordia cuando mi Corazón agonizante fue abierto en la cruz por la lanza. Estos rayos protegen a las almas de la indignación de mi Padre. Bienaventurado quien viva a la sombra de ellos, porque no le alcanzará la justa mano de Dios”.

Santa Faustina contaba todo esto a su confesor, el actual Beato P. Miguel Sopocko

quien designó al pintor Eugenio Kazimirowski para que realizara la imagen según las indicaciones de la santa.

“Una vez, cuando estaba en [el taller] de aquel pintor que pintaba esa imagen, vi que no era tan bella como es Jesús. Me afligí mucho por eso, sin embargo lo oculté profundamente en mi corazón”, escribió Santa Faustina en su diario.

“Fui a la capilla y lloré muchísimo. ¿Quién te pintará tan bello como Tú eres? Como respuesta oí estas palabras: ‘No en la belleza del color, ni en la del pincel, está la grandeza de esta imagen, sino en Mi gracia’”

Francisco

  



                                                                 (Alemán-Español- Francés-Ingles- Italiano-Polaco-Portugués)


CARTA APOSTÓLICA
DEL SANTO PADRE FRANCISCO

A TODOS LOS CONSAGRADOS
CON OCASIÓB DEL AÑO DE LA VIDA CONSAGRADA




Queridas consagrada y queridos consagrados

Os escribo como Sucesor de Pedro, a quien el Señor Jesús confió la tarea de confirmar a sus hermanos en la fe (cf. Lc 22,32), y me dirijo a vosotros como hermano vuestro, consagrado a Dios como vosotros.

Demos gracias juntos al Padre, que nos ha llamado a seguir a Jesús en plena adhesión a su Evangelización y en el servicio de la Iglesia, y que ha derramado en nuestros corazones el Espíritu Santo que nos da alegría y nos hace testimoniar al mundo su amor y su misericordia.

He decidido convocar un Año de la Vida Consagrada haciéndome eco del sentir de muchos y de la Congregación para los Institutos de la vida consagrada y las Sociedades de vida apostólica, con motivo del 50 aniversario de la Constiutución dogmática Lumen gentium sobre la Iglesia, que en el capítulo sexto trata de los religiosos, así como del Decreto Perfectae caritatis sobre la renovación de la vida religiosa

Dicho año comenzará el próximo 30 de noviembre, primer Domingo de Adviento, y terminará con la fiesta de la Presentación del Señor, el 2 de febrero de 2016.

Después de escuchar a la Congregación para los Institutos de vida consagrada y las Sociedades de vida apostólica, he indicado como objetivos para este Año los mismos que san Juan Pablo II propuso a la Iglesia a comienzos del tercer milenio, retomando en cierto modo lo que ya había dicho en la Exhortación apostólica postsinodal Vita consecrata: «Vosotros no solamente tenéis una historia gloriosa para recordar y contar, sino una gran historia que construir. Poned los ojos en el futuro, hacia el que el Espíritu os impulsa para seguir haciendo con vosotros grandes cosas» (n. 110).


I . Objetivos para el Año de la Vida Consagrada.

1. El primer objetivo es mirar al pasado con gratitud. Cada Instituto viene de una rica historia carismática. En sus orígenes se hace presente la acción de Dios que, en su Espíritu, llama a algunas personas a seguir de cerca a Cristo, para traducir el Evangelio en una particular forma de vida, a leer con los ojos de la fe los signos de los tiempos, a responder creativamente a las necesidades de la Iglesia. La experiencia de los comienzos ha ido después creciendo y desarrollándose, incorporando otros miembros en nuevos contextos geográficos y culturales, dando vida a nuevos modos de actuar el carisma, a nuevas iniciativas y formas de caridad apostólica. Es como la semilla que se convierte en un árbol que expande sus ramas.

Es oportuno que cada familia carismática recuerde este Año sus inicios y su desarrollo histórico, para dar gracias a Dios, que ha dado a la Iglesia tantos dones, que la embellecen y la preparan para toda obra buena (cf. Lumen gentium, 12).

Poner atención en la propia historia es indispensable para mantener viva la identidad y fortalecer la unidad de la familia y el sentido de pertenencia de sus miembros. No se trata de hacer arqueología o cultivar inútiles nostalgias, sino de recorrer el camino de las generaciones pasadas para redescubrir en él la chispa inspiradora, los ideales, los proyectos, los valores que las han impulsado, partiendo de los fundadores y fundadoras y de las primeras comunidades. También es una manera de tomar conciencia de cómo se ha vivido el carisma a través de los tiempos, la creatividad que ha desplegado, las dificultades que ha debido afrontar y cómo fueron superadas. Se podrán descubrir incoherencias, fruto de la debilidad humana, y a veces hasta el olvido de algunos aspectos esenciales del carisma. Todo es instructivo y se convierte a la vez en una llamada a la conversión. Recorrer la propia historia es alabar a Dios y darle gracias por todos sus dones.
Le damos gracias de manera especial por estos últimos 50 años desde el Concilio Vaticano II, que ha representado un «soplo» del Espíritu Santo para toda la Iglesia. Gracias a él, la vida consagrada ha puesto en marcha un fructífero proceso de renovación, con sus luces y sombras, ha sido un tiempo de gracia, marcado por la presencia del Espíritu.

Que este Año de la Vida Consagrada sea también una ocasión para confesar con humildad, y a la vez con gran confianza en el Dios amor (cf. 1 Jn 4,8), la propia fragilidad, y para vivirlo como una experiencia del amor misericordioso del Señor; una ocasión para proclamar al mundo con entusiasmo y dar testimonio con gozo de la santidad y vitalidad que hay en la mayor parte de los que han sido llamados a seguir a Cristo en la vida consagrada.
2. Este Año nos llama también a vivir el presente con pasión. La memoria agradecida del pasado nos impulsa, escuchando atentamente lo que el Espíritu dice a la Iglesia de hoy, a poner en práctica de manera cada vez más profunda los aspectos constitutivos de nuestra vida consagrada.

Desde los comienzos del primer monacato, hasta las actuales «nuevas comunidades», toda forma de vida consagrada ha nacido de la llamada del Espíritu a seguir a Cristo como se enseña en el Evangelio (cf. Perfectae caritatis, 2). Para los fundadores y fundadoras, la regla en absoluto ha sido el Evangelio, cualquier otra norma quería ser únicamente una expresión del Evangelio y un instrumento para vivirlo en plenitud. Su ideal era Cristo, unirse a él totalmente, hasta poder decir con Pablo: «Para mí la vida es Cristo» (Flp 1,21); los votos tenían sentido sólo para realizar este amor apasionado.

La pregunta que hemos de plantearnos en este Año es si, y cómo, nos dejamos interpelar por el Evangelio; si este es realmente el vademecum para la vida cotidiana y para las opciones que estamos llamados a tomar. El Evangelio es exigente y requiere ser vivido con radicalidad y sinceridad. No basta leerlo (aunque la lectura y el estudio siguen siendo de extrema importancia), no es suficiente meditarlo (y lo hacemos con alegría todos los días). Jesús nos pide ponerlo en práctica, vivir sus palabras.

Jesús, hemos de preguntarnos aún, ¿es realmente el primero y único amor, como nos hemos propuesto cuando profesamos nuestros votos? Sólo si es así, podemos y debemos amar en la verdad y la misericordia a toda persona que encontramos en nuestro camino, porque habremos aprendido de él lo que es el amor y cómo amar: sabremos amar porque tendremos su mismo corazón.

Nuestros fundadores y fundadoras han sentido en sí la compasión que embargaba a Jesús al ver a la multitud como ovejas extraviadas, sin pastor. Así como Jesús, movido por esta compasión, ofreció su palabra, curó a los enfermos, dio pan para comer, entregó su propia vida, así también los fundadores se han puesto al servicio de la humanidad allá donde el Espíritu les enviaba, y de las más diversas maneras: la intercesión, la predicación del Evangelio, la catequesis, la educación, el servicio a los pobres, a los enfermos... La fantasía de la caridad no ha conocido límites y ha sido capaz de abrir innumerables sendas para llevar el aliento del Evangelio a las culturas y a los más diversos ámbitos de la sociedad.

El Año de la Vida Consagrada nos interpela sobre la fidelidad a la misión que se nos ha confiado. Nuestros ministerios, nuestras obras, nuestras presencias, ¿responden a lo que el Espíritu ha pedido a nuestros fundadores, son adecuados para abordar su finalidad en la sociedad y en la Iglesia de hoy? ¿Hay algo que hemos de cambiar? ¿Tenemos la misma pasión por nuestro pueblo, somos cercanos a él hasta compartir sus penas y alegrías, así como para comprender verdaderamente sus necesidades y poder ofrecer nuestra contribución para responder a ellas? «La misma generosidad y abnegación que impulsaron a los fundadores – decía san Juan Pablo II – deben moveros a vosotros, sus hijos espirituales, a mantener vivos sus carismas  que, con la misma fuerza del Espíritu que los ha suscitado, siguen enriqueciéndose y adaptándose, sin perder su carácter genuino, para ponerse al servicio de la Iglesia y llevar a plenitud la implantación de su Reino».

Al hacer memoria de los orígenes sale a luz otra dimensión más del proyecto de vida consagrada. Los fundadores y fundadoras estaban fascinados por la unidad de los Doce en torno a Jesús, de la comunión que caracterizaba a la primera comunidad de Jerusalén. Cuando han dado vida a la propia comunidad, todos ellos han pretendido reproducir aquel modelo evangélico, ser un sólo corazón y una sola alma, gozar de la presencia del Señor (cf. Perfectae caritatis, 15).

Vivir el presente con pasión es hacerse «expertos en comunión», «testigos y artífices de aquel “proyecto de comunión” que constituye la cima de la historia del hombre según Dios».[2] En una sociedad del enfrentamiento, de difícil convivencia entre las diferentes culturas, de la prepotencia con los más débiles, de las desigualdades, estamos llamados a ofrecer un modelo concreto de comunidad que, a través del reconocimiento de la dignidad de cada persona y del compartir el don que cada uno lleva consigo, permite vivir en relaciones fraternas.

Sed, pues, mujeres y hombres de comunión, haceos presentes con decisión allí donde hay diferencias y tensiones, y sed un signo creíble de la presencia del Espíritu, que infunde en los corazones la pasión de que todos sean uno (cf. Jn 17,21). Vivid lamística del encuentro: «la capacidad de escuchar, de escuchar a las demás personas. La capacidad de buscar juntos el camino, el método»,[3] dejándoos iluminar por la relación de amor que recorre las tres Personas Divinas (cf. 1 Jn 4,8) como modelo de toda relación interpersonal.

3. Abrazar el futuro con esperanza quiere ser el tercer objetivo de este Año.

Conocemos las dificultades que afronta la vida consagrada en sus diversas formas: la disminución de vocaciones y el envejecimiento, sobre todo en el mundo occidental, los problemas económicos como consecuencia de la grave crisis financiera mundial, los retos de la internacionalidad y la globalización, las insidias del relativismo, la marginación y la irrelevancia social... Precisamente en estas incertidumbres, que compartimos con muchos de nuestros contemporáneos, se levanta nuestra esperanza, fruto de la fe en el Señor de la historia, que sigue repitiendo: «No tengas miedo, que yo estoy contigo» (Jr 1,8).

La esperanza de la que hablamos no se basa en los números o en las obras, sino en aquel en quien hemos puesto nuestra confianza (cf. 2 Tm 1,12) y para quien «nada es imposible» (Lc 1,37). Esta es la esperanza que no defrauda y que permitirá a la vida consagrada seguir escribiendo una gran historia en el futuro, al que debemos seguir mirando, conscientes de que hacia él es donde nos conduce el Espíritu Santo para continuar haciendo cosas grandes con nosotros.

No hay que ceder a la tentación de los números y de la eficiencia, y menos aún a la de confiar en las propias fuerzas. Examinad los horizontes de la vida y el momento presente  en vigilante vela. Con Benedicto XVI, repito: «No os unáis a los profetas de desventuras que proclaman el final o el sinsentido de la vida consagrada en la Iglesia de nuestros días; más bien revestíos de Jesucristo y portad las armas de la luz – como exhorta san Pablo (cf. Rm 13,11-14) –, permaneciendo despiertos y vigilantes».[4]  Continuemos y reemprendamos siempre nuestro camino con confianza en el Señor.

Me dirijo sobre todo a vosotros, jóvenes. Sois el presente porque ya vivís activamente en el seno de vuestros Institutos, ofreciendo una contribución determinante con la frescura y la generosidad de vuestra opción. Sois al mismo tiempo el futuro, porque pronto seréis llamados a tomar en vuestras manos la guía de la animación, la formación, el servicio y la misión. Este año tendréis un protagonismo en el diálogo con la generación que os precede. En comunión fraterna, podréis enriqueceros con su experiencia y sabiduría, y al mismo tiempo tendréis ocasión de volver a proponerle los ideales que ha vivido en sus inicios, ofrecer la pujanza y lozanía de vuestro entusiasmo, y así desarrollar juntos nuevos modos de vivir el Evangelio y respuestas cada vez más adecuadas a las exigencias del testimonio y del anuncio.

Me alegra saber que tendréis oportunidades para reuniros entre vosotros, jóvenes de diferentes Institutos. Que el encuentro se haga el camino habitual de la comunión, del apoyo mutuo, de la unidad

II - Expectativas para el Año de la Vida Consagrada

¿Qué espero en particular de este Año de gracia de la Vida Consagrada?

1. Que sea siempre verdad lo que dije una vez: «Donde hay religiosos hay alegría». Estamos llamados a experimentar y demostrar que Dios es capaz de colmar nuestros corazones y hacernos felices, sin necesidad de buscar nuestra felicidad en otro lado; que la auténtica fraternidad vivida en nuestras comunidades alimenta nuestra alegría; que nuestra entrega total al servicio de la Iglesia, las familias, los jóvenes, los ancianos, los pobres, nos realiza como personas y da plenitud a nuestra vida.

Que entre nosotros no se vean caras tristes, personas descontentas e insatisfechas, porque «un seguimiento triste es un triste seguimiento». También nosotros, al igual que todos los otros hombres y mujeres, sentimos las dificultades, las noches del espíritu, la decepción, la enfermedad, la pérdida de fuerzas debido a la vejez. Precisamente en esto deberíamos encontrar la «perfecta alegría», aprender a reconocer el rostro de Cristo, que se hizo en todo semejante a nosotros, y sentir por tanto la alegría de sabernos semejantes a él, que no ha rehusado someterse a la cruz por amor nuestro.

En una sociedad que ostenta el culto a la eficiencia, al estado pletórico de salud, al éxito, y que margina a los pobres y excluye a los «perdedores», podemos testimoniar mediante nuestras vidas la verdad de las palabras de la Escritura: «Cuando soy débil, entonces soy fuerte» (2 Co 12,10).

Bien podemos aplicar a la vida consagrada lo que escribí en la Exhortación apostólica Evangelii gaudium, citando una homilía deBenedicto XVI: «La Iglesia no crece por proselitismo, sino por atracción» (n. 14). Sí, la vida consagrada no crece cuando organizamos bellas campañas vocacionales, sino cuando los jóvenes que nos conocen se sienten atraídos por nosotros, cuando nos ven hombres y mujeres felices. Tampoco su eficacia apostólica depende de la eficiencia y el poderío de sus medios. Es vuestra vida la que debe hablar, una vida en la que se trasparenta la alegría y la belleza de vivir el Evangelio y de seguir a Cristo.

Repito a vosotros lo que dije en la última Vigilia de Pentecostés a los Movimientos eclesiales: «El valor de la Iglesia, fundamentalmente, es vivir el Evangelio y dar testimonio de nuestra fe. La Iglesia es la sal de la tierra, es luz del mundo, está llamada a hacer presente en la sociedad la levadura del Reino de Dios y lo hace ante todo con su testimonio, el testimonio del amor fraterno, de la solidaridad, del compartir» (18 mayo 2013).

2. Espero que «despertéis al mundo», porque la nota que caracteriza la vida consagrada es la profecía. Como dije a los Superiores Generales, «la radicalidad evangélica no es sólo de los religiosos: se exige a todos. Pero los religiosos siguen al Señor de manera especial, de modo profético». Esta es la prioridad que ahora se nos pide: «Ser profetas como Jesús ha vivido en esta tierra... Un religioso nunca debe renunciar a la profecía» (29 noviembre 2013).

El profeta recibe de Dios la capacidad de observar la historia en la que vive y de interpretar los acontecimientos: es como un centinela que vigila por la noche y sabe cuándo llega el alba (cf. Is 21,11-12). Conoce a Dios y conoce a los hombres y mujeres, sus hermanos y hermanas. Es capaz de discernir, y también de denunciar el mal del pecado y las injusticias, porque es libre, no debe rendir cuentas a más amos que a Dios, no tiene otros intereses sino los de Dios. El profeta está generalmente de parte de los pobres y los indefensos, porque sabe que Dios mismo está de su parte.

Espero, pues, que mantengáis vivas las «utopías», pero que sepáis crear «otros lugares» donde se viva la lógica evangélica del don, de la fraternidad, de la acogida de la diversidad, del amor mutuo. Los monasterios, comunidades, centros de espiritualidad, «ciudades», escuelas, hospitales, casas de acogida y todos esos lugares que la caridad y la creatividad carismática han fundado, y que fundarán con mayor creatividad aún, deben ser cada vez más la levadura para una sociedad inspirada en el Evangelio, la «ciudad sobre un monte» que habla de la verdad y el poder de las palabras de Jesús.

A veces, como sucedió a Elías y Jonás, se puede tener la tentación de huir, de evitar el cometido del profeta, porque es demasiado exigente, porque se está cansado, decepcionado de los resultados. Pero el profeta sabe que nunca está solo. También a nosotros, como a Jeremías, Dios nos asegura: «No tengas miedo, que yo estoy contigo para librarte» (1,8).

3. Los religiosos y las religiosas, al igual que todas las demás personas consagradas, están llamadas a ser «expertos en comunión». Espero, por tanto, que la «espiritualidad de comunión», indicada por san Juan Pablo II, se haga realidad y que vosotros estéis en primera línea para acoger «el gran desafío que tenemos ante nosotros» en este nuevo milenio: «Hacer de la Iglesia la casa y la escuela de la comunión».[5] Estoy seguro de que este Año trabajaréis con seriedad para que el ideal de fraternidad perseguido por los fundadores y fundadoras crezca en los más diversos niveles, como en círculos concéntricos.

La comunión se practica ante todo en las respectivas comunidades del Instituto. A este respecto, invito a releer mis frecuentes intervenciones en las que no me canso de repetir que la crítica, el chisme, la envidia, los celos, los antagonismos, son actitudes que no tienen derecho a vivir en nuestras casas. Pero, sentada esta premisa, el camino de la caridad que se abre ante nosotros es casi infinito, pues se trata de buscar la acogida y la atención recíproca, de practicar la comunión de bienes materiales y espirituales, la corrección fraterna, el respeto para con los más débiles... Es «la mística de vivir juntos» que hace de nuestra vida «una santa peregrinación».[6] También debemos preguntarnos sobre la relación entre personas de diferentes culturas, teniendo en cuenta que nuestras comunidades se hacen cada vez más internacionales. ¿Cómo permitir a cada uno expresarse, ser aceptado con sus dones específicos, ser plenamente corresponsable?

También espero que crezca la comunión entre los miembros de los distintos Institutos. ¿No podría ser este Año la ocasión para salir con más valor de los confines del propio Instituto para desarrollar juntos, en el ámbito local y global, proyectos comunes de formación, evangelización, intervenciones sociales? Así se podrá ofrecer más eficazmente un auténtico testimonio profético. La comunión y el encuentro entre diferentes carismas y vocaciones es un camino de esperanza. Nadie construye el futuro aislándose, ni sólo con sus propias fuerzas, sino reconociéndose en la verdad de una comunión que siempre se abre al encuentro, al diálogo, a la escucha, a la ayuda mutua, y nos preserva de la enfermedad de la autoreferencialidad.

Al mismo tiempo, la vida consagrada está llamada a buscar una sincera sinergia entre todas las vocaciones en la Iglesia, comenzando por los presbíteros y los laicos, así como a «fomentar la espiritualidad de la comunión, ante todo en su interior y, además, en la comunidad eclesial misma y más allá aún de sus confines».[7]

4. Espero de vosotros, además, lo que pido a todos los miembros de la Iglesia: salir de sí mismos para ir a las periferias existenciales. «Id al mundo entero», fue la última palabra que Jesús dirigió a los suyos, y que sigue dirigiéndonos hoy a todos nosotros (cf. Mc 16,15). Hay toda una humanidad que espera: personas que han perdido toda esperanza, familias en dificultad, niños abandonados, jóvenes sin futuro alguno, enfermos y ancianos abandonados, ricos hartos de bienes y con el corazón vacío, hombres y mujeres en busca del sentido de la vida, sedientos de lo divino...

No os repleguéis en vosotros mismos, no dejéis que las pequeñas peleas de casa os asfixien, no quedéis prisioneros de vuestros problemas. Estos se resolverán si vais fuera a ayudar a otros a resolver sus problemas y anunciar la Buena Nueva. Encontraréis la vida dando la vida, la esperanza dando esperanza, el amor amando.

Espero de vosotros gestos concretos de acogida a los refugiados, de cercanía a los pobres, de creatividad en la catequesis, en el anuncio del Evangelio, en la iniciación a la vida de oración. Por tanto, espero que se aligeren las estructuras, se reutilicen las grandes casas en favor de obras más acordes a las necesidades actuales de evangelización y de caridad, se adapten las obras a las nuevas necesidades.

5. Espero que toda forma de vida consagrada se pregunte sobre lo que Dios y la humanidad de hoy piden.

Los monasterios y los grupos de orientación contemplativa podrían reunirse entre sí, o estar en contacto de algún modo, para intercambiar experiencias sobre la vida de oración, sobre el modo de crecer en la comunión con toda la Iglesia, sobre cómo apoyar a los cristianos perseguidos, sobre la forma de acoger y acompañar a los que están en busca de una vida espiritual más intensa o tienen necesidad de apoyo moral o material.

Lo mismo pueden hacer los Institutos dedicados a la caridad, a la enseñanza, a la promoción de la cultura, los que se lanzan al anuncio del Evangelio o desarrollan determinados ministerios pastorales, los Institutos seculares en su presencia capilar en las estructuras sociales. La fantasía del Espíritu ha creado formas de vida y obras tan diferentes, que no podemos fácilmente catalogarlas o encajarlas en esquemas prefabricados. No me es posible, pues, referirme a cada una de las formas carismáticas en particular. No obstante, nadie debería eludir este Año una verificación seria sobre su presencia en la vida de la Iglesia y su manera de responder a los continuos y nuevos interrogantes que se suscitan en nuestro alrededor, al grito de los pobres.

Sólo con esta atención a las necesidades del mundo y con la docilidad al Espíritu, este Año de la Vida Consagrada se transformará en un auténtico kairòs, un tiempo de Dios lleno de gracia y de transformación. 

III - Horizontes del Año de la Vida Consagrada

1. Con esta carta me dirijo, además de a las personas consagradas, a los laicos que comparten con ellas ideales, espíritu y misión. Algunos Institutos religiosos tienen una larga tradición en este sentido, otros tienen una experiencia más reciente. En efecto, alrededor de cada familia religiosa, y también de las Sociedades de vida apostólica y de los mismos Institutos seculares, existe una familia más grande, la «familia carismática», que comprende varios Institutos que se reconocen en el mismo carisma, y sobre todo cristianos laicos que se sienten llamados, precisamente en su condición laical, a participar en el mismo espíritu carismático.

También os animo a vosotros, fieles laicos, a vivir este Año de la Vida Consagrada como una gracia que os puede hacer más conscientes del don recibido. Celebradlo con toda la «familia» para crecer y responder a las llamadas del Espíritu en la sociedad actual. En algunas ocasiones, cuando los consagrados de diversos Institutos se reúnan entre ellos este Año, procurad estar presentes también vosotros, como expresión del único don de Dios, con el fin de conocer las experiencias de otras familias carismáticas, de los otros grupos laicos y enriqueceros y ayudaros recíprocamente.

2. El Año de la Vida Consagrada no sólo afecta a las personas consagradas, sino a toda la Iglesia. Me dirijo, pues, a todo el pueblo cristiano, para que tome conciencia cada vez más del don de tantos consagrados y consagradas, herederos de grandes santos que han fraguado la historia del cristianismo. ¿Qué sería la Iglesia sin san Benito y san Basilio, san Agustín y san Bernardo, san Francisco y santo Domingo, sin san Ignacio de Loyola y santa Teresa de Ávila, santa Ángela Merici y san Vicente de Paúl? La lista sería casi infinita, hasta san Juan Bosco, la beata Teresa de Calcuta. El beato Pablo VI decía: «Sin este signo concreto, la caridad que anima la Iglesia entera correría el riesgo de enfriarse, la paradoja salvífica del Evangelio de perder garra, la “sal” de la fe de disolverse en un mundo de secularización» (Evangelica testificatio, 3).

Invito por tanto a todas las comunidades cristianas a vivir este Año, ante todo dando gracias al Señor y haciendo memoria reconocida de los dones recibidos, y que todavía recibimos, a través de la santidad de los fundadores y fundadoras, y de la fidelidad de tantos consagrados al propio carisma. Invito a todos a unirse en torno  a las personas consagradas, a alegrarse con ellas, a compartir sus dificultades, a colaborar con ellas en la medida de lo posible, para la realización de su ministerio y sus obras, que son también las de toda la Iglesia. Hacedles sentir el afecto y el calor de todo el pueblo cristiano.

Bendigo al Señor por la feliz coincidencia del Año de la Vida Consagrada con el Sínodo sobre la familia. Familia y vida consagrada son vocaciones portadoras de riqueza y gracia para todos, ámbitos de humanización en la construcción de relaciones vitales, lugares de evangelización. Se pueden ayudar unos a otros.

3. Con esta carta me atrevo a dirigirme también a las personas consagradas y a los miembros de las fraternidades y comunidades pertenecientes a Iglesias de tradición diferente a la católica. El monacato es un patrimonio de la Iglesia indivisa, todavía muy vivo tanto en las Iglesias ortodoxas como en la Iglesia Católica. En él, como otras experiencias posteriores al tiempo en el que la Iglesia de Occidente todavía estaba unida, se han inspirado iniciativas análogas surgidas en el ámbito de las Comunidades eclesiales de la Reforma, que luego han continuado a generar en su seno otras expresiones de comunidades fraternas y de servicio.

La Congregación para los Institutos de vida consagrada y las Sociedades de vida apostólica ha programado iniciativas para propiciar encuentros entre miembros pertenecientes a experiencias de la vida consagrada y fraterna de las diversas Iglesias. Aliento vivamente estas reuniones, para que crezca el conocimiento recíproco, la estima, la mutua colaboración, de manera que el ecumenismo de la vida consagrada sea una ayuda en el proyecto más amplio hacia la unidad entre todas las Iglesias.

4. Tampoco podemos olvidar que el fenómeno de la vida monástica y de otras expresiones de fraternidad religiosa existe también en todas las grandes religiones. No faltan experiencias, también consolidadas, de diálogo inter-monástico entre la Iglesia Católica y algunas de las grandes tradiciones religiosas. Espero que el Año de la Vida Consagrada sea la ocasión para evaluar el camino recorrido, para sensibilizar a las personas consagradas en este campo, para preguntarnos sobre nuevos pasos a dar hacia una recíproca comprensión cada vez más profunda y para una colaboración en muchos ámbitos comunes de servicio a la vida humana.

Caminar juntos es siempre un enriquecimiento, y puede abrir nuevas vías a las relaciones entre pueblos y culturas, que en este período aparecen plagadas de dificultades.

5. Por último, me dirijo a mis hermanos en el episcopado. Que este  Año sea una oportunidad para acoger cordialmente y con alegría la vida consagrada como un capital espiritual para el bien de todo el Cuerpo de Cristo (cf. Lumen gentium, 43), y no sólo de las familias religiosas. «La vida consagrada es un don para la Iglesia, nace en la Iglesia, crece en la Iglesia, está totalmente orientada a la Iglesia».[8] De aquí que, como don a la Iglesia, no es una realidad aislada o marginal, sino que pertenece íntimamente a ella, está en el corazón de la Iglesia como elemento decisivo de su misión, en cuanto expresa la naturaleza íntima de la vocación cristiana y la tensión de toda la Iglesia Esposa hacia la unión con el único Esposo; por tanto, «pertenece sin discusión a su vida y a su santidad» (ibíd., 44).

En este contexto, invito a los Pastores de las Iglesias particulares a una solicitud especial para promover en sus comunidades los distintos carismas, sean históricos, sean carismas nuevos, sosteniendo, animando, ayudando en el discernimiento, haciéndose cercanos con ternura y amor a las situaciones de dolor y debilidad en las que puedan encontrarse algunos consagrados y, en especial, iluminando con su enseñanza al Pueblo de Dios el valor de la vida consagrada,  para hacer brillar su belleza y santidad en la Iglesia.

Encomiendo a María, la Virgen de la escucha y la contemplación, la primera discípula de su amado Hijo, este Año de la Vida Consagrada. A ella, hija predilecta del Padre y revestida de todos los dones de la gracia, nos dirigimos como modelo incomparable de seguimiento en el amor a Dios y en el servicio al prójimo.

Agradecido desde ahora con todos vosotros por los dones de gracia y de luz con los que el Señor nos quiera enriquecer, acompaño a todos con la Bendición Apostólica.

Vaticano, 21 de noviembre 2014, fiesta de la Presentación de la Santísima Virgen María.

Francisco


La Capilla está sola






La Vida Religiosas
y el Concilio Vaticano II, 12 de 12

Vida en Comunidad









QUIERO SEÑOR SER 

UNA LÁMPARA ENCENDIDA

Y QUEMAR A TODOS  CON EL

 FUEGO DE TU AMOR





LIMPIAR EL TERRENO





Si quieres darme en consuelo de Cristo y aliviarme en vuestro amor, si no nos une el mismo Espíritu y tenéis entrañas compasivas, dadme esta gran alegría: manteneos unánimes y concordes, con un mismo amor y un mismo sentir. No obréis por envidia ni por ostentación, dejaos guiar por la humildad y  considerad siempre superiores a los demás. No os encerréis en vuestros intereses, sino buscad todo el interés de los demás (Filp 2,1-4). 

Considero que una tarea en la vida religiosa consiste de limpiar el terreno de conceptos errados o gravemente "minimistas" e insuficientes sobre la comunidad.

Veamos algunos:

1. Concepción compensadora, Es la más cobarde y egoísta. Dominada por una mentalidad de privilegio. Una lectura simplista del pasaje de Marcos 10, 29 - 30 ("Quien deje casa, o hermanas o hermanas...recibirá ahora en este tiempo cien veces más _casas, y hermanos, y hermanas, e hijos y tierras") puede llevar a reivindicar un estilo de vida burgués y un estado de bienestar material y espiritual aun superior al que se ha dejado, o al que, en cualquier caso, uno hubiera logrado conseguir por si mismo.

La distorsión es particularmente evidente, entonces, en la interpretación del voto de pobreza. "He renunciado a todo y no me debe faltar nada" Renuncio a poseer personalmente, pero me compenso con muchas cosas obtenidas a través del ...legítimo permiso. Tranquilidad, seguridad, ausencia de preocupaciones.

Pero también en la obediencia se puede notar esta mentalidad compensadora, especialmente, cuando a través de la pantalla de la "docilidad", se descargan en los superiores las propias responsabilidades de conciencia y de evitan en consecuencia hasta los riesgos de las necesarias decisiones personales.

El equívoco puede resultar muy dañoso. "El religioso se ha despojado materialmente de todo; sin embargo con el pretexto de la comunidad, él reencuentra – y frecuentemente de modo notablemente aumentado-las mismas cosas que en su generosidad, había abandonado”.

Tengan presente que el “sí” dado a Cristo, “si es verdadero y total, debe resultar incondicional, apoyándose no en una recompensa inmediata, aunque fuera parcial, sino en la promesa del reino futuro. No se trata en la comunidad para encontrar allí una seguridad material; se entra, al contrario, para despojarse, haciendo nuestro el despojo del mismo Cristo. Y en la medida en que nosotros sentimos existencialmente que todo parece resquebrajarse bajo nuestros pies como podemos dirigirnos verdaderamente al Señor para gritarles en nuestra carne y en nuestro espíritu: Señor, no hay nadie más que tú, tú solamente cuentas para mí; yo me fío solamente de ti, tú eres mi único tesoro.

2. Concepción utilitarista. Esta tiene un aspecto más espiritual. Pero está viciada fundamentalmente por el egoísmo y desemboca en el individualismo.

Está dominada por la primacía del ser individual, de la santificación personal. Los otros son vistos, no como personas, con las que establecer relaciones fraternas y profundas, sino únicamente como “medio” para hacer méritos. Acentuación exagerada del aspecto penitencial de la vida en común.

“Nos sentimos espontáneamente molestos ante una teología de la comunidad religiosa únicamente centrada en este dimensión de medio de perfección. ¿No corre el peligro de caer en el individualismo? ¿De reducir la comunidad a un aglomerado de personas que buscan cada uno para sí mismo la perfección, llegando hasta hacer de su “servicio eclesial” (en el campo específico del orden o de la congregación en cuestión) un medio para “el servicio del propio progreso” en la propia santidad personal?

3. Concepción pragmática. Está muy extendida por desgracia. Y de aquí nacen todos los males, equívocos y sufrimientos. Domina en ella la primacía de la acción. Se acentúa  el aspecto institucional, burocrático y funcional. Hay obsesión por la eficiencia, por las obras, a veces por la “bella figura” (podría citar ejemplos…alucinantes a este propósito). Destaca la cuestión de prestigio. Los religiosos son vistos sobre todo como fuerza. Con una mentalidad de este género se termina por amar las cosas y servirse de las personas, en vez de amar a las personas y servir de las cosas.

El modo mejor para limpiar el terreno de las concepciones abusivas y peligrosas consiste, de todos modos, en dedicar todo el cuidado y el empeño a la concepción auténtica. Solamente reforzando ésta se pone en crisis a las otras.

Ahora bien, la concepción auténtica de la comunitaria está fundada en el vivir juntos por amor a Dios.

Estar juntos como proclamación de la búsqueda del Dios único necesario. Como manifestación del ágape de Dios, a fin de comunicarlo a los otros.

Aquí la primacía indiscutiblemente pertenece a la persona. Pero no la persona aislada, cerrada en sí misma, agazapada por el cubil de las propias exigencias. La persona en relación, en comunión con los otros.

Sin ideas claras sobre este punto, es imposible observar un comportamiento claro.

La confusión en las ideas se traduce en una confusión en los hechos, en las actitudes prácticas.
   
Siervos del Santísimo y de la Caridad













SACERDOTE 
PARA SIEMPRE QUIERO SER





"Yo soy el Buen Pastor, que conozco a mis ovejas, 
y ellas me conocen"

Cantos Eucarísticos




Breves momentos de  oración
Al Santísimo Sacramento

YVON DAIGNEAULT

Nuestro encuentro con Jesús Eucaristía


Los discípulos, hombres y mujeres, que acompañaban  a Jesús guardaron un recuerdo precioso de las horas  de tranquila soledad con él, por la mañana temprano o al caer la tarde.

Los discípulos, hombres y mujeres, que acompañaban a Jesús guardaron un recuerdo precioso de las horas de tranquila soledad con él, por la mañana temprano o al caer la tarde.

¿Y nosotros? ¿No experimentamos el deseo ardiente de arrancarnos del ruido de la multitud, de los clamores de los medios de comunicación, y de reencontrar, aunque sea por un corto momento, el silencio y la paz delante del Sagrario

Evoquemos algunos momentos felices o dramáticos de la vida de Jesús, cuando es recibido en casa de amigos o de personas que quieren honrarlo.

Vamos a sentarnos a la mesa, a escucharlo y a alimentarnos de su palabra y de su pan que anuncia ya la Eucaristía. Dejemos que el silencio venga a posarse en nuestra alma y que allí libere la oración.


Junto a ti
 se encuentra el gozo
  Juan 2, 1-12

Evitar precipitar mi oración. 
Dejar que el silencio me invada. Mantenerme inmóvil en la paz. 
Volverme atento a Aquel que es el Presente,
que me conoce y me ama. Levantar los ojos hacia Ël
Nada desear distinto de permanecer junto a Él, 
escuchar sus palabras que el Espíritu recuerda a mi corazón

Señor Jesús, tú no te contentaste con pasar entre nosotros como un personaje oficial. Saludando a derecha e izquierda, afanado por regresar lo más pronto posible a su oficina o a su residencia de verano.

Tú has permanecido entre nosotros, anudando lazos que duran siempre: lazos con María y José, lazos con tu parentela, con tu aldea; lazos con tu pueblo, su pasado y sus promesas, sus pecados y sus arrepentimientos.


Tú no has descartado a ninguno de los que venían a ti, con el peso de sus desgracias, de la enfermedad de sus hijos, el cuerpo torturado y el alma angustiada; tú no has descartado a aquellos que no tenían para confiarte sino sus pecados, y menos aún a los reían de gozo porque habían descubierto la ternura del Padre en tu mirada y en tus gestos.

Y tú estás siempre con nosotros. El pan y el vino consagrados son el sacramento de tu presencia viva, amante, que llama, reconcilia, perdona y vivifica por toda la eternidad.

Acógeme  junto a ti, Señor Jesús
Aquel día en Caná de Galilea.

Es tu Madre, María, la primera que te ha reconocido. Tú estabas cambiado. Había una luz nueva en tus ojos y tu rostro irradiaba una infinita bondad. Por un momento ella estuvo inquieta porque tú habías enflaquecido...¿ Y quién eran esos jóvenes que te acompañaban?

Los tuyos estuvieron contentos de verte, Te invitaron a tomar puesto con los otros comensales. La boda iba a terminarse pronto. Parientes, amigos, vecinos venían y se regresaban después después de una o dos jornadas. Tu  madre, que seguía con sus ojos cuando tú ibas a hablar con los unos y con los otros, notó que una preocupación se dibujaba en los ojos de los jóvenes esposos: ¡El vino!

Ella se acercó a ti y te hizo notar discretamente. Pero tus amigos que se mantenían junto a ti lo oyeron, como también escucharon la respuesta respetuosa y a la vez misteriosa que tú le diste. Tu hora no había llegado. Usando su privilegio de madre, ella llamó a los servidores y les dijo que hicieran lo que tú les pidieras.

Y fue este el regalo de boda, magnífico y extraño, un vino tan delicioso que el organizador de la fiesta,  no sabiendo qué decir, se manifestó con un cumplimiento desmañado.

Tus discípulos vieron tu gloria, sin comprender bien en ese momento lo que ella significaba. Más tarde descubrieron lazos entre este banquete de bodas aldeanas y la fiesta eterna que celebrará nuestra Alianza con el Padre, contigo y con el Espíritu.

La hora aún no había llegado, la de la plenitud. Antes era preciso que tú corrieras todos los caminos de la tierra y los de la historia de la humanidad para invitarlos a la Fiesta del Reino. Era necesario también que nos enseñaras a gustar el primer vino de la fiesta, la  Eucarística.

La invitación me es dirigida


La invitación me es dirigida:

"Ven a la mesa del Reino,
ven a comer el Pan de la Vida,
ven a beber la Copa de la Salvación,
entra en el gozo de la Alianza"

¿Cuál es mi respuesta? ¿Ofrecida con toda mi fe?
¿Espera ella el gozo, la ansiedad
de apresurarme hacia la Fiesta preparada por el Señor?

Oración para los tiempos de este mundo

Señor Jesús,
tú descendiste al Jordán para ser allí bautizado
en solidaridad con la multitud de los hermanos
que buscaban el perdón de los pecados.
Tú has querido entrar en nuestros momentos de gozo y de fiesta,
a fin de que comprendamos
que la misericordia del corazón de nuestro Dios
evoca el gozo en el corazón de los que son perdonados.

Cuando se goza en mí
lo que yo había creído ser el gozo y la fuerza de mi vida
y cuando mi corazón ya no es sino una vacía y reseca,
bendito seas por la vida nueva que brota en mí
cuando me alimento de tu Pan
y cuando bebo de tu Copa...

Perdóname por haberme apartado de tu mesa,
creyendo que existían panes más sabrosos y copas más embriagantes.
No he conocido en ellas sino la amargura y el hambre.
Invítame de nuevo
y dame la gracia de sentarme contigo
a la mesa de la Nueva Alianza...

Antes de satisfacer a los nuevos esposos y a sus invitados,
tú has pedido a los que allí estaban para servir
y a los cuales nadie daba importancia,
que cumplieran un servicio bien ordinario:
llenar de agua las grandes vasijas destinadas a las abluciones.
Con frecuencia me vuelvo hacia ti,
te llamo y espero que tú me respondas inmediatamente.
realizando algún milagro.
Si yo supiera escucharte,
aprendería que tú me pides, a mí también,
poner un simple gesto,
comprender una simple gestión,
escuchar una simple hora, hacer cualquier simple cosa
que tú bendecirás, en consolación...

He recibido de ti la invitación a gustar del vino gozoso de tu gracia.
Que yo me convierta en un servidor discreto,
instrumento de tu compasión y de tu misericordia

Al partir

¿Puedo llevar un poco de mi gozo y de mi paz a alguno que me parece vacío, agotado, incapaz de encontrar una nueva esperanza?


Junto a ti
se encuentra la misericordia

Mateo, 9,9-13




¿Por qué vine hoy a orar aquí, cerca del Señor, presente en la Eucaristía?  Qué es lo que busco? ¿Qué es lo que deseo? En lo más profundo de mí mismo, yo sé que no puedo acercarme a Él porque Él es santo?... Pero, ¿si Él me perdona? Si me da un corazón nuevo, un espíritu nuevo  ¿no puedo venir a sentarme silenciosamente cerca de Él y escucharlo?

Señor Jesús:

Quiero acercarme a ti porque tú eres el único que puede acogerme sin reproches silenciosos, sin una mirada que juzga y rehúsa toda excusa y toda explicación.

He venido a ti porque busco una palabra que me dará la seguridad de que soy escuchado y comprendido, de que soy amado y de   que eres paciente conmigo, mientras vuelvo a encontrar un poco de razón y de luz.

Tú eres el Pan de vida, pan dado para la vida. Y mi vida se desliza y se agota en viejas tierras desérticas. Está retorcida, falseada. Y sé que de eso yo soy responsable.

Me dicen: es la fatiga, la soledad, mi infancia, mi adolescencia, las desgraciadas influencias que he recibido, pero sé bien que yo he querido esta cobardía, este egoismo, que me he abandonado a esta pasión, que yo he dibujado este triste deseo, que me he encerrado en esa indiferencia ante la angustia que me llamaba. Tengo todavía sobre los labios el gusto salado de mis cóleras, el gusto dulzón de mis calumnias. Las manos me reprochan lo que he arrancado a los otros. Mis ojos se han enceguecido por mis complacencias carnales.

¿Por qué decirte todo ésto?

Porque en todo esto es a ti a quien he herido,  es a tu amor al que he burlado, es la Palabra la que he ahogado, es tu vida la que he rechazado...

Porque tú eres ternura y misericordia y porque el pan que tú das tiene el sabor del amor misericordioso.

Aquel día en casa de Mateo

Me acuerdo de aquel a quien hiciste compañero y apóstol, Mateo.

Él se aprovechaba alegremente del sistema y se había creado una turba de amigos que compartían su convicción de que el aprovecharse es una excelente cosa que permite todas las maniobras más o menos equívocas.

Tú pasas. Lo miras. Lo llamas por su nombre. Lo invitan a dejarlo todo allí y a seguirte. Está tan feliz que quiere presentarse a sus amigos. Manda preparar un gran banquete al cual los invita a todos. Y todos vinieron. Y no se cansan de mirarte con curiosidad sin perder ninguna de tus palabras. Hasta han respondido a la bendición que tú pronunciaste sobre el pan, como tú siempre lo haces, aun cuando habían olvidado el sentido de esta. Se sienten cómodos contigo y con tus discípulos.

¡Pero esto se sabe! Gentes austeras, almas buenas lo saben. Por la puerta abierta advierten tu presencia. Incluso entran y se acercan a tus discípulos, en el extremo de la mesa. "Jesús es joven todavía, dicen. Comienza su carrera. Parece que no siempre comprende el alcance de los gestos y de las palabras que proclama. Si quiere hacer reconocer la autenticidad de su misión y la rectitud de su enseñanza por parte de personas responsables, no puede, absolutamente., frecuentar gente de esta calaña y, sobre todo sentarse a la mesa con personajes cuya reputación está también comprometida.

Tú lo entiendes. Tú súplica es inmediata: "Id a aprender lo que significa: es la misericordia lo que yo quiero y no el sacrificio. He venido a llamar, no a los justos (los que están convencidos de serlo y creen ser capaces de seguir siéndolo) sino a los pecadores (los que son como Mateo y sus amigos) que tienen necesidad de misericordia".

Los redactores de los Evangelios tuvieron mucho cuidado en recoger los recuerdos de numerosas comidas de Jesús con sus discípulos y con otras personas que lo invitaban cuando se daba el caso de que pasara por su aldea.Estas comidas parecen haber sido la ocasión de una valiosa enseñanza que preparaba la Eucaristía y que definía las disposiciones exigidas para la participación en la mesa del Señor.

Si yo hubiera sido invitado a la comida en casa de Mateo, ¿qué lugar habría escogido?¿Sentarme a la mesa con ellos o permanecer en la calle exponiendo mi indignación de encontrarme con tales invitados?

¿Por qué los amigos de Mateo se apresuraron a aceptar su invitación? Ciertamente tenían curiosidad de ver a Jesús (todo el mundo querrá, en un momento u otro, ver a Jesús) pero por una razón más profunda, más íntima. ¿Qué buscan junto a Jesús?

Lo que Jesús  proclama, lo cumple. No se contenta con anunciar bellas ideas. Viene a curar,  a perdonar; a reconciliar, a renovar, a tratar con dulzura a los que buscan misericordia. ¿Y yo? Jesús me otorga su misericordia. ¿soy yo misericordioso con los que me rodean?.

Oración para los tiempos de este mundo

Señor Jesús,
he venido a ti porque creo en tus palabras.
Yo creo que tú tienes misericordia de nuestra miseria. 
Ella no te asusta. No te repugna.
Tú estas cómodo con Mateo y sus amigos.
Tú no juzgas al cómplice, dispuesto a pasar la esponja sobre todo.
Tú conoces el secreto del corazón de cada uno
y tú respondes a su expectativa.
Yo tengo fe en que tú me acoges junto a ti
con el mismo cuidado y la misma amistad.

Te ruego por los amigos que me son queridos
y que parecen haber tomado el partido de su pobreza moral,
que ya no piensan en ella
porque creen que no hay respuesta a su gran miseria
y que, de todos modos,
no hay medio alguno para cambiar las cosas.
Invítate a su mesa, Señor.
Ayúdales a descubrir que el pan que tú partes y les ofreces,
revela la belleza infinita de tu persona y el gozo de tu gracia.

Te ruego también por esos que se quedan a la puerta
y juegan a los rebeldes ante tu misericordia y tu perdón,
que no pueden creer en la conversión de los pecadores.
A sus ojos no hay sino un camino de salvación:
guardarse oficial o públicamente
de toda derogación de las observancias de la Ley.
Creen que pueden hacer esto pos sí mismos,
con sus solas fuerzas
¡Tienen tanta necesidad de tu misericordia, 
ten piedad de ellos! Señor,
yo levanto finalmente los ojos hacia ti.
Soy el último en sentarme a la mesa
porque no me atrevía a creer que tú me amabas
tan intensamente.
Imploro tu misericordia. Que ella me ayude a reconocer,
en el sacramento de tu Cuerpo y de tu Sangre,
la fuente de una vida nueva cada vez más libre de todo pecado,
y que este pan que tú me ofreces en tu mesa
eternamente sea para mí el gozo de tu amor.

Al partir

Iré a sentarme a la mesa de algún amigo
que espera mi venida y la misericordia que yo puedo revelarte

Junto a ti
Se encuentra el perdón

Lucas 7, 36-49


Orar es desear...un rostro, una mirada. "Mi alma tiene sed de ti, ¿cuando te veré cara a cara?". He venido aquí traído por mi sedeo. Simplemente. Sin fórmulas nobles, sin gestos preparados. Desear en el silencio, con fe, que mi anhelo sea realizado más allá de toda esperanza.



Te agradezco, Señor Jesús, estos momentos de silencio y de paz junto a ti. Tú me has acogido como acogías a los que venían a ti  a través de los campos o a lo largo de las rutas de tu país, sin pedirles que justificaran  los motivos de su presencia.

He venido porque quiero decirte que te amo y que si te olvido me siento pronto muy solo, tan solo que me pongo  inmediatamente a buscarte.

No sé cómo expresarte el amor que siento por ti. Por otra parte, me siento incómodo al emplear esta palabra. ¡Amarte es algo tan grande! Habría que tener un corazón tan luminosos, tan olvidado de sí mismo. Y yo soy tan complicado, tan empedernido en mis análisis y en mis intentos de justificación y de explicación.

Sé que tú no me pides sino una cosa: aprender a quedarme junto a ti, apacible, atento, el corazón recogido en su deseo. Él es el que despertará en mí el amor que quiero ofrecerte.

Querría decirte oraciones sublimes como las que tus grandes amigos, los santos y las santas, musitaban muy cerca de tu corazón, oraciones más bellas que las que he leído en los libros. Pero no puedo decirte sino cosas muy sencillas, con mis palabras de todos los días, lo que recojo en las dichas y sufrimientos de mis jornadas. Acéptalas, Señor Jesús.

Aquel día en la casa de Simón el fariseo

No había invitado a su banquete sino a personas respetables, reconocidas por su fe, su moralidad y su estricta observancia de las prescripciones de la Ley. 

Un banquete para ti, Señor, Jesús,  Un banquete para conocerte, evaluarte, ubicarte, adquirir una impresión de primera mano sobre ti y confirmar las reservas que alimentaba respecto a ti.

Y esta mujer entró, marchando lentamente detrás de los comensales que la reconocen y la desprecian. Ella fue hasta ti. Los gestos que ella realizó, ambiguos, discutibles, fuera de lugar, crearon un malestar en todos los que la observaban en silencio, mientras que todas las miradas estaban puestas en ti y tú eras juzgado y despreciado: "Tú no eres un enviado de Dios, ni un profeta ni un justo. Tú no eres sino un ingenuo o el cómplice de esta mujer que te toca y te acaricia".

 ¿Quién eres tú Jesús?

¡El que conoce los corazones! ¡Sólo tú!. El que discierne la verdad en el corazón de esta mujer bajo los gestos que ella realiza, ¡lo que nadie ha querido o no ha sido capaz de hacer!  ¡Su corazón está totalmente habitado por la fe en el amor de Dios hacia ella! Ella quiere ofrecerse a este amor. Rechazada por todos, ella te ha buscado, Jesús. Ella, con sus lloros, ha reconocido sus numerosos pecados. Ella ha roto la vida pasada haciendo añicos el frasco de sus perfumes.

Y ha recibido el don regio del perdón y de la misericordia. "Vete en paz: Todo es nuevo para ti. Una vida nueva habita. Tú eres libre, colmada, feliz. ¡Deja que el amor te invada!"

No se debe reprochar tan rápidamente su actitud a Simón y a los comensales. ¿Acaso no me sucede que los imito con más frecuencia de los que creo? ¿No me sucede  que espero que Dios  no perdonará jamás a tal o cual desviado, criminal, bandido abatido en el curso de un asalto? ¿No me sucede que rechazo que el perdón puede ser concedido a personas de mi alrededor que han sido injustas contra mí o contra los míos?

¿Cuáles son los gestos de amor que ofrezco a Cristo? No puede tratarse de repetir materialmente lo que la mujer del evangelio realizó...¿Cuál es la parte reservada a la oración, al perdón de las injusticias y de las ofensas?, ¿al compartir con los que tienen necesidad?, ¿a la acogida de los que han recurrido a mí? No puedo deslizarme hasta los pies de Jesús para para regarlos con mis lágrimas, pero puedo acordarme de las palabras: "Todo lo que hayáis hecho al más pequeño de entre los míos, a mí me lo habéis hecho"

 
Oración para los tiempos de este mundo

Te ruego humildemente, Señor,
por tantos de mis hermanos y mis hermanas
a quienes la desesperación lo invade poco a poco
ante el pedo de sus pecados,
ante la muerte de todo amor
que los invade y cuya causa ignoran,
ante la indigencia extrema de su alma
que se sofoca bajo las mentiras y la futilidad.

El amor puede revivir todavía en sus corazones.
Atráelos a ti como lo has hecho con esta mujer.
Dale el valor de acercarse a ti,
a pesar de las miradas de reprobación de los que se creen justos
y las burlas divertidas de los otros
que han renunciado
desde hace mucho tiempo a la esperanza de perdón.
Haz que arrodillados cerca de ti, dejen al fin correr las lágrimas
que han retenido desde hace tanto tiempo,
que comprendan que junto a ti han encontrado el perdón
y un amor que sobrepasa toda su esperanza.

Te ruego, Señor,
por los que están secretamente convencidos
de no tener ninguna necesidad de perdón. ¿Qué haría ellos?
¿No es irreprochable su vida? ¿No es ejemplar?
¿No han calculado la suma de sus deberes
y determinado el conjunto de sus obligaciones?
No tienen miedo de que tú examines su vida.
¿Por qué, dicen ellos, los que los rodean
no harían como ellos?
Todo sería simple y más fácil para todo el mundo.
¡Y es ridículo llorar en público!

Señor,
penetra su corazón como la lanza del centurión horadó el tuyo
a fin de que un poco de tu vida fluya en ellos
y que descubran su inmensa miseria y el desierto de su
existencia.

Ten piedad, Señor, de aquellos y de aquellas que rehúsan
perdonar,
que se repiten a sí mismos que tú no les puedes exigir tal gesto,
de la injusticia de que fueron objeto fue tan grande
que nada la podrá reparar.
Ellos sufren, Señor.
Tienen roto el corazón. Su vida ha sido trastornada.
Su pena es inmensa como el mar.
Puede que no piensen en vengarse,
pero no quieren olvidar ni renunciar a su sufrimiento.
Nada esperan de ti.
sino solamente que los dejes llorar en la noche
y defenderse contra el amor.

Ten piedad, Señor. Son tan vulnerables.
Envuélvelos en tu luz a fin que reconozcan finalmente
cuán amados son siempre
y que este amor les permita escapar a su infierno.


Al partir
¿Quién espera de mí que lo perdone 
y lo acoja de nuevo en mi vida?



Junto a ti
Se encuentra la vida
Juan 6, 22-40



        

No debo creer que estoy obligado a precipitarme que frecuentemente las gentes recorrieron largos caminos para llegar a Jesús o vivieron esperas inciertas ) ¿Irá a pasar por este camino? ¿A entrar en esta ciudad? ¿Podremos acercarnos a Él?), antes de confiarse a Él, de obtener su perdón, la gracia de una curación.

Y yo…¿cuál es el camino que me ha conducido hasta aquí, hasta Él? ¿Qué acontecimiento? ¿Por qué he venido?

He deseado venir junto a ti, Señor, pues tú eres el amigo que me acoge siempre como yo soy, con mis cansancios, mis tristezas, mis pecados, mis grandes momentos de gozo y de serenidad. Junto a ti, yo encuentro la misericordia y la paz, el descanso de mi alma.

Muchas personas con las que me cruzo, sobre todo jóvenes, llevan morrales en los que guardan libros, fiambre, una botella de agua, un vestido, lo necesario para la vida de este día.

Yo llevo también un morral en el cual guardo sin orden las cosas de mi vida; mi hambre y mi sed íntimas, algunas certezas,  un poco de confianza, necesidad de perdón, intenciones de renovación y  y de volver a comenzar, el deseo de ofrecerte un día un corazón enteramente abandonado a ti,  que esté adherido a ti sin jalones ni reservas.

No quiero explorar en mi morral para mostrarte uno después  de otro los secretos que allí he guardado. Ya tú los conoces, porque tú conoces mi corazón y nada de Él te está escondido.

_¿Tengo necesidad de describirte en detalle los aspectos de mi pobreza y de cada una de mis esperanzas? Tú sabes bien que lo que yo deseo más que todo es a ti. ¡Sólo a ti! ¡Conocerte, contemplar tu rostro! Recibir de tus manos el pan que me alimenta para la vida eterna contigo.

Abre mi alma a tu presencia, con tu mirada que perdona y da seguridad. ¡Porque tú me amas! ¡Yo lo creo! ¡Nada puede arrancarme de tu amor!


Aquel día cerca a Cafarnaúm

Una gran multitud improvisora, fascinada por tus milagros, una multitud hambrienta…aunque se engaña sobre su verdadera hambre.

Tú quieres hacerle comprender…

Hubo la multiplicación de los panes…Una pregunta, una llamada a buscar el verdadero alimento que da la vida. ¿La multitud lo comprenderá?

Entusiasmada por los milagros de los panes, inventa sobre la marcha un escenario grandioso: Jesús tiene poderes inmensos, divinos, que le permiten alimentar a multitudes, día tras día, sin que ellas trabajen. Es preciso hacerlo el verdadero rey de Israel y que se inicie bajo su conducción, con sus poderes, la gran liberación mesiánica nacional.

Tú has percibido inmediatamente su sueño.  Desaparecer discretamente. Y toda la noche, y gran parte del día siguiente, la multitud se pone a buscarte.  Ella te encontrará finalmente al otro lado del lago, como si tú hubieras querido roper totalmente con ella.

El debate va iniciar entre tú y ella, en el cual se harán revelaciones asombrosas.  ¿Quién, el primero evocó el maná? ¿El desierto? ¿A Moisés? Quizá un porta voz de la multitud que creía haber encontrado en esto un buen argumento para convencerte…

_ Sí, la multiplicación de los panes recuerda el maná con el que el Señor alimentó a su pueblo ante los ruegos de Moisés.

_Moisés no multiplicaba el maná. Él oraba cada día para que el Señor lo diera: Jesús multiplica los panes con su autoridad, personal, divina.

_ El signo del maná llamaba al pueblo a la fe en Dios.

_ El signo del pan multiplicado es más grande que el maná.

_La fe en ti es la fuente de una vida nueva que no se agotará jamás, mientras que el maná no ha sido sino el alimento que mitigaba el agotamiento de cada día.

_La vida nueva será dada a los que el Padre llama hacia ti, a creer en ti. Y los que vienen a ti jamás serán rechazados. Ni siquiera la muerte los separará jamás de ti, que has llegado a ser la fuente de su vida nueva. “Tú resucitarás. Y tú concluiste clamado:

Porque ésta es la voluntad de mi Padre: que todo el que vea al Hijo y crea en Él, tenga vida eterna, y que yo le resucite el último días”.

Pero la gente no comprendió. Te viste obligado a revelar maravillas todavía más santas y más asombrosas con la esperanza de convencerlos…

La conducta de la multitud que espera de Jesús la multiplicación y la distribución diaria de panes y de peces puede parecer ingenua e infantil.

Pero, yo, ¿qué es lo que pido al Señor? ¿Qué es lo que espero de él? ¿Soluciones inmediatas a mis problemas cotidianos? ¿Ventajas particulares que conseguiría en mi bella piedad? ¿El éxito de mis proyectos? ¿Ser eximido de las cargas que la vida pone sobre mis espaldas? ¿El alejamiento de personas detestables que me rodean?

Y si Jesús quiere que yo le pida vida, para colmarme de ella?


Oración para los tiempos de este mundo

Junto a ti Señor,
¿puedo olvidar el hambre de tantos hombres y mujeres,
jóvenes y niños del mundo
que esperan una cierta forma de multiplicación de los panes
antes de regresar a sus casas
y de volver a edificar su vida y la de los suyos?

Orar...
Por los que producen y distribuyen los alimentos
de los que tenemos necesidad
a fin de que se rehúsen a aprovecharse de las angustias alimentarias
para apoderarse de los mercados y establecer su dominio...

Por los niños de mi país,
mal alimentados a causa de la pobreza,
por los jóvenes que se han fugado y sobreviven con malas artes, 
por los que no tienen techo, que escarban en las canecas 
en busca de restos de las comidas de los demás...

Por aquellos y aquellas que se dedican a redistribuir
el alimento retirado de los estantes para los desfavorecidos,
los abandonados, los olvidados...

Por aquellos y aquellas que, con pocos medios,
se esfuerzan por alimentar su familia privándose ellos mismos...

Por aquellos y aquellas que preparan alimentos
para las personas de edad y solas...

Por aquellos y aquellas que despilfarran los alimentos
cuando alrededor de ellos otros sufren
y mueren por desnutrición...

Por aquellos y aquellas que buscan alimentos refinados,
que se complacen en su glotonería,
cuando poblaciones enteras deben emigrar
a causa de las sequías o de las inundaciones.

Señor Jesús, tú has multiplicado los panes y los peces 
para una multitud que se había reunido junto a ti.
Pero, no has querido ceder, al día siguiente,
ante el deseo de esta multitud
que te acosabas para que repitieras indefinidamente este milagro.
Tú querías que nosotros fuéramos dignos de entrar en tu Reino
por la fidelidad a la voluntad del Padre
que nos ha confiado la Creación
para trabajar allí, ganar nuestro alimento
y compartirlo con aquellos que habrían de tener necesidad

Al partir

Yo no puedo multiplicar los panes
de una manera milagrosa.
Pero puedo compartir lo que poseo, 
el pan de la escucha,
del consuelo, de algunos bienes, un perdón, 
una esperanza,
el pan que espera en mi mesa 
ser compartido
con aquel o aquella que ha venido 
a golpear a mi puerta.

Junto a ti
Se encuentra el pan de la vida
Juan 6, 41-59



Hay peligro de hacer de la oración una historia de sí mismo, una exploración de los propios pensamientos y emociones de analizar sin cesar y de proseguir un interminable diálogo consigo mismo.

Toda oración es expresión de la fe, aunque sea la oración más sencilla o la más elevada. Ella no es mirada sobre sí mismo sino mirada de fe sobre Aquel que es el Absoluto de Otro.

Señor, tú no has pedido a los que se acercaban a ti la elegancia del discurso, la rareza de las expresiones, las referencias sabias a la Escritura y la precisión en la confesión de las emociones. Tú los has puesto en guardia contra la abundancia de las palabras y contra la búsqueda de testigos que apreciaran la calidad de sus oraciones.

Al acercarme a ti, presente en la Eucaristía, estoy tan cerca de ti como no lo estuvieron numerosas personas que se reunieron en multitud en los campos y sobre los caminos, a la entrada de las aldeas para escucharte y pedirte que vinieras en su auxilio. Pero tal vez estaban ellas más cerca de ti por su fe de lo que yo puedo estarlo. ¡Aumenta en mí la fe, Señor!.

Señor te doy gracias por la fe que has depositado en mí y que trato de expresar en la oración. Vengo a depositar la carga de mis días a tus pies., a confiarte los secretos más escondidos de mi corazón, a suplicarte que alivies las miserias que me rodean, a recordarte el inmenso sufrimiento de los hombres y las mujeres de nuestro tiempo que buscan sin encontrar la luz de la verdad.

Tú conoces su hambre de Vida. Danos el creer en tus palabras que son Pan y Vida por toda la eternidad.


El día siguiente en Cafarnaúm

La multitud que te rodeaba te pedía pan. Ella insistía en recordarte que tú disponías de poderes que Moisés jamás había tenido y que estos poderes debían ser puestos al servicio de todo el pueblo a fin de que fuera liberado y volviera a encontrar así la felicidad a su destino, y se cumplieran las promesas que le habían sido hechas.

Tú te esfuerzas por conducirlos a aspirar a la vida infinita que el Padre les ha prometido y que recibirán sólo con que quieran creer en ti, aceptar tus palabras y comenzar a vivir como tú lo enseñas, tomando contigo el camino hacia el Padre, camino que pasa por la Cruz y la Resurrección y conduce al Reino.

Después de haberte exaltado a un rango más elevado que Moisés, la turba te recuerda violentamente que tú no eres sino el hijo de un humilde carpintero de aldea, que se conoce quién es su madre y su parentela. ¿Cómo puede pretender que posees una autoridad divina?.

Se desmenuza con rabia cada una de las palabras que tú empleas, se deforma cada una de tus expresiones, tu mensaje es ridiculizado y rechazado.

Pronto no querrán escucharte. Tus palabras son excesivas y peligrosas. Y la turba amargada, desilusionada, comienza a dispersarse. Dentro de ella, muchos de los que habían seguido desde hacía varios meses.

¿Por qué? ¿Por qué esta ruptura? ¿Por qué rehusaban ir más lejos en la fe en ti? ¿Por qué este abandono que deja entrever el otro, infinitamente más cruel, de la Pasión?

¿Misterio incomprensible del rechazo "del amor más grande? ¿Misterio del corazón que teme entregarse enteramente?
  
¿Cuál es la expresión habitual de mi fe? ¿Calculadora?

¿Llena de precaución? ¿Del género "dando-dando"?

¿Aspiro yo, con toda verdad, a la vida eterna revelada y prometida por Jesús o quizá deseo limitarme a la espera de una contrición mejor de vida presente, gracias a los buenos principios del Evangelio que no pueden dejar de hacerme feliz?.

¿Por qué querer dar un lugar amplio a la Eucaristía en mi vida? ¿Con qué finalidad?  ¿Para servirme de la Eucaristía a fin de tener éxito en mis asuntos presentes o para ser invadido por la vida de Jesús?

  
Oración para los tiempos

de este mundo


La multitud que se había reunido alrededor de ti, Señor Jesús,
se dispersó rehusando tanto el signo del maná
como es de  la Eucaristía, yéndose a buscar en otra parte
la vida que le ofrecías.
Te ruego, Señor,
por aquellos y aquellas que se han retirado de la Eucaristía
por incomprensión, por distracción, por olvido,
a causa de un cambio de residencia
o un cambio de sus hábitos de vida…
Por aquellos y aquellas que no ven ya en la Eucaristía
más que un rito social que conviene cumplir
algunas veces en el año,
con ocasión de funerales o de matrimonios…
Por aquellos y aquellas que, por su elección de vida,
Son mantenidos lejos de la mesa
Pero no cesas de aspirar a unirse a ti
De la manera más íntima…
Por aquellos y aquellas que ridiculizan la Eucaristía
con su humor de mala clase y sus juramentos vulgares…

Por aquellos y aquellas cuya fe es agitada por discusiones,
interpretaciones arriesgadas más la moda,
por búsquedas de significado
que se acomodan a las ideas que tienen el favor del momento
No quiero pertenecer, Señor,
que si hubiera sido oyente de tus discursos
sobre el pan de Vida en Cafarnaúm,
te habría dado mi asentimiento absoluto y entusiasta.
La gracia de la fe que acompaña tu llamada
me habría sin duda protegido de dejarte,
como aquellos que cesaron de seguirte aquel día.
Sin embargo, yo siento
la grandísima pobreza de mi respuesta creyente a tus palabras.
Si me pregunto cuál es el puesto que reservo a la Eucaristía
en mi relación de alianza contigo,
experimento una gran tristeza íntima
como la que se puede experimenta
cuando no descubro que no ha tenido el corazón tan generoso
como para responder a una amistas ofrecida
o un amor que sobrepasaba toda expectativa.
Me pides creer y reconocer
la belleza de un misterio de amor incomprensible
que me aporta la comunión contigo,
la comunión de vida,
la vida que anima tu humanidad resucitada,
que viene del Padre y del Espíritu,
y que tú quieres compartir conmigo
hasta el punto de que ella se vuelve la Vida de mi vida.
¡Aumenta en mí la fe!
que ella me haga abrir mis manos
para tomar este pan que tú me ofreces, y comerlo
en la verdad del amor que me hace comulgar contigo

Al partir

¿Cuándo volveré a la Mesa del Señor?

Junto a ti  
se encuentra  el recuerdo
Mateo 26, 26-29


La invitación más insistente que el Señor dirige al pueblo,después de la se escuchar, es el de acordarse: "Acuérdate de las grandes cosas que he hecho por ti, acuérdate de mis promesas, acuérdate de mis misericordias y de mi amor por ti". Orar cerca de la Eucaristía es, con frecuencia, un largo recuerdo de Jesucristo, de la Cena, de su Muerte y de su Resurrección, de sus palabras y de sus gestos, de todo lo que me atañe aun y que hoy me salva.

Con el fin de que no te olvidemos Señor Jesús, nos has dado el Espíritu "que nos vuelve a recordar todo lo que nos has dichos".

Junto a ti, con la ayuda del Espíritu Santo, quiero volverme a acordar de esta hora que tanto has has deseado, hora de pasar de este mundo al Padre, la hora en que tú nos expresaste el infinito amor que habitaba tu corazón.

El pan que tus manos nos ofrecen, la copo que tú colocas ante nosotros,  me recuerdan la Ultima Cena, en el curso de la cual nos dejaste todo lo que nos habías enseñado, los últimos gestos de la misericordia que tus manos habían derramado sobre los pobres que buscaban el perdón y la paz.

La comida en la que abriste los brazos ante la pasión que se aproximaba , en la ofrenda total de todo tu ser a la voluntad del Padre que te pedía cargar con el pecado del mundo y todas sus miserias, sus sufrimientos y la muerta, a fin de que, contemplando la última expresión de tu amor, creyéramos en ti y aceptáramos ser devueltos contigo del exilio a la mesa del Reino. Y que nos acordáramos siempre de la Alianza nueva y eterna que tú consagraste con el Padre a fin de que ya no seamos errantes sin esperanzas sino hijos e hijas que marchan  contigo a su encuentro.

Aquella tarde en el Cenáculo

Tú habías cuidado de que todo fuese preparado con gran esmero: la sala y los alimentos. Aún más,  tu
-u habías rodeado esta cena de un cierto misterio como si hubieras querido reservarla a los que estaban más cerca de ti. ¿Quién era ese hombre que llevaba  un cántaro, que tú parecías conocer íntimamente y que inmediatamente estuvo dispuesto a prestarte la casa cuando tú se los pediste?.

Con los miembros de tu parentela, y después con tus discípulos, ya habías celebrado la Pascua. Pero tenía que ser muy diferente. Los más cercanos a ti, tus Apóstoles, lo presintieron. Y es por eso precisamente por lo que te preguntaron cómo y dónde deseabas que todo fuera preparado.

Desde la primera oración y la copa, supieron que esta Pascua sería diferente.  Diste a esta comida el tono de una despedida. Dejaste entender que esta cena ponía fin a tu misión visible pero que ella inauguraba otra etapa. Tú ibas a dejarlos, arrebatado por una tragedia incomprensible para ellos en ese momento. Pero, al mismo tiempo,  permanecerías presente para ellos, habitando una realidad nueva, habiendo consagrado una Alianza nueva, no sólo para el pueblo de Israel sino para todas las generaciones humanas, para todos los tiempos de la historia de la humanidad.

Ellos te observaron cumpliendo gestos inhabituales: el pan partido y compartido por ti mientras afirmabas que este pan era tu cuerpo, todo tu ser: Pan vivo dado en alimento para la vida del mundo, y la copa, en la cual el vino era tu sangre derramada para el  perdón de los pecados de la multitud, y que sería la Nueva Alianza ofrecida a todos.

¿Comprendieron entonces lo que significaba la inesperada iniciativa de lavarles los pies a todos? Tu eras el Servidor de Dios, aquel a quien el profeta Isaías había contemplado de lejos, aquel que daba su vida por sus hermanos pecadores, que por ello sería desfigurado, vuelto irreconocible por el sufrimiento que se le impondría, pero que los liberaría a todos de su esclavitud.

En fin, tú les definías el principio de la vida nueva que tú les comprometías a vivir entre ellos, a  ejemplo tuyo: os amaréis los unos a los otros como yo os he amado.

La hora que tú habías deseado, preparado y anunciado, había llegado.  Todo sería dicho y todo sería cumplido. El amor no podía ir más lejos, dar más, entregarse tanto.

La Cena no fue improvisada bajo la presión de los acontecimientos que se preparaban. Jesús la había preparado dese el principio de su misión con sus gestos diarios de donación de sí mismo a los que llegaban a Él, por su enseñanza, por el gran discurso del Pan de Vida y por la subida a Jerusalén que marcó las últimas semanas de su vida.

La hizo preparar con gran cuidado, en un lugar que Él escogió y el día que quiso. Se sirvió de todo el simbolismo de la Pascua de su pueblo para revelar una realidad absolutamente nueva: La Eucaristía y la Alianza.

Espiritualmente, estoy siempre invitado a tomar parte de la cena, ya sea en la celebración de la Eucaristía, o también en la oración presente en la Eucaristía.

Es necesario examinar lealmente mi preparación, es decir, captar en la fe la importancia de este acontecimiento, querer participar en Él con inteligencia y deseoso de complementarme como Jesús.

Participar en la Cena implica tomar parte en aquello que de ella se siguió para Jesús: dar su vida, su tiempo, su compasión, su amistad, dar su corazón, sus recursos, para que otros vivan más. Ser servidos:

Oración para los tiempos de este mundo


Oremos por los "discípulos desconocidos y ocultos de Jesús"
que viven en este mundo listos a aportar todo su apoyo
a la misión de Jesús desde el momento en que les dé una señal..

Los hombres y las mujeres que se consagran a la oración, 
ocultos en el corazón de las ciudades...
Los hombres y las mujeres que silenciosamente
dan testimonio de Jesús y de su Evangelio
por su fidelidad en servir.

Oremos por aquellos que son responsables de la Eucaristía:
los que presiden las celebraciones en nombre de Jesús...

Aquellos y aquellas que dan su apoyo a las celebraciones,
los ministros, los cantores, los músicos, los lectores...

Aquellos y aquellas que son responsables
del sostenimiento de la Iglesia,
de su decoración, sus finanzas, sus reparaciones.

Aquellos y aquellas que presiden las asambleas de oración
y de comunión en las comunidades cristianas
en donde no residen sacerdotes permanentemente.

Oremos por aquellos y aquellas que,
inspirados por su fe y unidos a Jesús,
asumen los más humildes servicios delante de los hermanos
y hermanas:
el arreglo de la casa, la cocina,
la ayuda a las personas minusválidas, a los itinerantes,
a los jóvenes fugitivos, a las personas violentas,
a los moribundos.



Al partir

Partiendo de la Cena,
Jesús fue arrestado y empujado a la pasión.
Los Apóstoles huyeron. ¿Cuál es el camino que yo escojo?
¿el de Juan y de María?. ¿o el que conduce
lejos del don que nos puede ser solicitado?



Junto a ti
se encuentra la verdad
Lucas 24, 13-35


                                                                              
Orar no es venir a ostentar delante de Dios los conocimientos que creo haber adquirido acerca de Él o a repetir lo que he aprendido los libros o encuentros de oración.

En toda oración debe expresarse humildemente la la petición; Conocerte, Señor...contemplar tu rostro, escuchar tu Palabra. Es por esto por lo que la fuente de toda oración sigue siendo la  Palabra, lo que Dios nos ha dicho de sí mismo por Jesús.                                                                                                         

Yo estaba muy dichoso,, señor, de venir junto a ti y de permanecer en tu presencia, gustando el reposo que yo creía bien merecido. Pero mis pasos se han vuelto pesados. Mi camino se ha alargado y complicado. Entrando en tu casa, me he sentido entorpecido de gozo.

Me he encontrado la indiferencia llena de fastidio cuando he hablado de ti. He escuchado las enumeraciones de dudas que la gente  expresa contra ti. He sido maltratado por la seguridad de los que han renunciado a ti y que trataban de convencerme de que eran dichosos desde entonces, que se sentían libres y  que estaban muy cerca de poseer al fin una verdadera felicidad.

Muchos se han esforzado por demostrarme que tú no eras el que esperábamos, sino otro,  venido de las estrellas, creado enteramente por hábiles manipuladores. Han ostentado documentos que aportaban pruebas, que decían eran irrefutables, de que tú no habías muerto ni resucitado, sino que se había puesto de reemplazo un pobre tipo en tu lugar en el camino del Calvario para permitirte huir.

He oído estallidos de risa, canciones, , cuentos groseros acerca de ti. Me han mostrado tristes caricaturas que me han quebrado el corazón.

¿Quién eres tú, Jesús? ¿Quién te conoce?

¿Quién me explicará el por qué de tu venida entre nosotros, la razón de tus gestos, el sentido de tus palabras? ¿Por qué has muerto de la manera como nos lo cuentan?.

¿Eres tú el viviente que permanece cono nosotros ahora y hasta el fin?



Aquel día en el camino de Emaús


Habían partido discretamente, al amanecer, sin volver a ver a los amigos, ni tomarse el tiempo para volver a escuchar las últimas noticias sobre Jesús, extrañas, demasiado extrañas como para no dejar de suscitar dudas.

El camino familiar. Volver a su hogar. Olvidar, si era posible, y volver a emprender las tareas sencillas de la vida de todo el mundo. Sus padres. Pensar más bien en proporcionarse un porvenir modesto, casarse, los hijos, el trabajo...

¿Olvidarían estos días resplandecientes de luz, los senderos polvorientos, los rincones de los campos y las plazas de las aldeas? ¿Olvidarían sus palabras explicadas en las dulces horas de la tarde, cuando sentado en tierra alrededor de él, lo escuchaban hablar del Reino... "El Reino de los cielos es comparable a un hombre que encuentra una perla de gran valor...a una red que se lanza en el mar... a la levadura desvanecida en una masa...a la semillita que germina y que se convierte en un árbol lleno de pájaros?

Veían también la carne en descomposición de los leprosos volverse fresca como la de un niño, a los paralíticos saltar y bailar de alegría, a los mendigos ciegos deslumbrados por la belleza del mundo,, a la niñita regresada, a tantos hombre y mujeres liberados de la carga de sus pecados levantarse apenas pronunciada la palabra que perdonaba y partir a comenzar una vida nueva. Y las multitudes que había hecho sentarse, y el pan que habían distribuido y que se  multiplicaba en los canastos.

El reino de Israel iba a renacer bien pronto, mañana y para siempre. La verdadera ciudad de Dios: Nada podría oponerse a su poder. Jerusalén volvería a ser la ciudad santa en la cual se reunirían todos los hijos de Abraham...

Y todo se había desplomado. La horrorosa Pasión, la indiferencia de la turba curiosa de crueldad, el enterramiento precipitado de un cuerpo torturado. El silencio. El miedo.

"¡ El Señor está contigo, extranjero"!

"¿De qué hablábamos? De Jesús de Nazaret, el crucificado...Algunos de nuestros amigos creen que ha resucitado. Pero nadie lo ha visto Puras historias. Es verdad que el cuerpo desapareció. El sepulcro está vacío. Extraño".

El camino se alarga. ¡Cómo es de interesante este extranjero! Conoce las Escrituras. Evoca a ese misterioso "Servidor de Dios", ese Mesias del cual todos del cual  todos los profetas  hablaron. tenía que sufrir "para entrar en la gloria". Nunca  habíamos comprendido las Santas Palabras de esa manera...

Las primeras casas de la aldea. ¿Nos vas a dejar ahora? Permanece con nosotros, amigo. Pronto se hará tarde, y tú pareces tener tantas cosas para decirnos...

Ese gesto, tantas veces observado, esas palabras, tantas veces oídas...Bendecir el pan, partirlo...como sólo Él lo hacía...

Ellos lo reconocieron. ¡Es Él. Está vivo!

¿Qué espero de Jesús?

¿Que nos dé una Iglesia espléndida, perfectamente exitosa, que irradie en todos sectores de la vida de las personas, respetada, alabada, aplaudida?

¿O una Iglesia humilde y pobre, que camina con las multitudes humanas, paciente y misericordiosa?

Reconocer a Jesús. No en los signos y en los portentos que todos querrían verle realizar sino en  las humildes realidades que su Palabra iluminada y vivifica, en los gestos de amistad simbolizados por el pan partido que proclama su presencia.


Oración para los tiempos de este mundo

Orar...
Por aquellos y aquellas que en la Iglesia
se consagran al estudio de las Escrituras
a fin de ayudar a sus hermanos y hermanas a conocer a Jesús
y a conocer mejor el misterio de su muestre y de su gloria...

Por todos aquellos y aquellas que caminan discretamente
con sus hermanos y hermanas en conflicto con las decepciones
de su fe, con sus dudas, con sus horas de tinieblas...

Por aquellos y aquellas que han creído en Jesús
y han esperado en Él,
y que piensan alejarse de Él
porque ya no alcanzan a comprender el fracaso de su misión...

Por aquellos y aquellas que no se atreven a invitar a Jesús
a habitar con ellos y que lo dejan alejarse en la tarde...

Por aquellos y aquellas que consideran
que los signos que Jesús les da de su presencia
no responden a sus expectativas,,,

Por aquellos y aquellas que, habiendo recibido la gracia de la fe,
piensan que a ellos no les es exigido dar testimonio de esta fe
y se contentan con guardarla al abrigo de los días malos.

Señor,
¿no te estás tardando en venir a mi encuentro
en los caminos de la de?
El día declina rápidamente,
la tarde llega sin que yo pueda invitarte a permanecer en mi casa.
¿Tal vez no te he reconocido entre los que se cruzaban conmigo
y me preguntaban qué me preocupaba?
¿Por qué no les ha hablado de ti?
Perdóname.
No hago sino esperar entonces
que tú me pidas a encontrar
a los que caminan delante de mí
y esperan que les hable de ti.
Despierta en mí, te lo suplico,
el valor de ir a caminar paso a paso con ellos




Al partir

¿Cuándo encontraré el tiempo de leer cada día algunas páginas de estas Escrituras que me hablan de ti?



Junto a ti
se encuentra la certeza
Juan 21, 1-14

¿Tengo que alejar de mi oración los cuidados diarios de mi vida? ¿Tengo que inventarme una oración aséptica, que se baste a sí misma, protegida de los choques y de las tensiones? ¿Hay que reservar la oración a los tiempos felices cuando los conflictos se han apaciguado y las tentaciones han retrocedido lejos a la sombra?

Venir a orar junto al Señor no es sustraerse a los quehaceres familiares, a las diligencias, a las múltiples obligaciones de la propia jornada ni a los deberes más serios, sino más bien llevarlos para ofrecérselos y depositarlos a sus pies...y volverlos a tomar después de habérselos consagrado, a fin de hacer nuestra la obediencia de Jesús a la voluntad del padre. Toda oración que no concluya en este "sí, Padre" con Jesús,  no es más que una amable charla divertida.

Soy solicitado sin cesar, Señor, por mis tareas diarias y abrumado por las múltiples tensiones que se acumulan como carros viejos en un botadero.

Aun si llego a encontrar algunos instantes que quiera reservar sólo para ti, oigo cuchichear detrás de mí las llamadas de las cosas dejadas en plan, de las que debería haber hecho ayer y que olvidé y que vuelven a mi memoria delante de ti. Me pongo a seguir a la gente que llegan a ti,  días tras día, enfermos, golpeados, inquietos, en busca de un perdón que no puede encontrar, el corazón lleno de preguntas sobre Dios y su amor, y mira: yo me impaciento porque tú hablas mucho tiempo con cada uno y la fila se alarga.

Escucho los pasos de los que se acercan a ti, vacilantes y doloridos. Entreveo su rostro sin alegría. Escucho el murmullo de nuestras oraciones que repiten las mismas angustias: salud, el desempleo, el niño enfermo, la preocupación por el que se fue y del cual no hay noticias.

Ante tu silencio, su confusión se mezcla con la mía. ¿Dónde estás? Nuestras penas nos aplastan. La soledad nos mantiene alejados de todo amigo. La vejez que nos esperábamos acaba de llegarnos. Será preciso que abandonemos tantas cosas que nos eran queridas, pobres cosas que nos recordaban rostros amados, acontecimientos en los que hemos gustado algo de felicidad, las raras semanas de verdaderas vacaciones y algunos momentos de momentos éxitos...

Hemos venido a ti en el último momento de una larga noche en el curso de la cual hemos trabajado tan duramente que tenemos la tentación de desear un sueño sin fin en donde todo se olvidará...

Ten piedad de nosotros, Señor...

Aquella mañana 
a orillas del del mar Tiberiades

Otra noche perdida...

El alba grisácea. El regreso hacia la ribera a golpecitos de remos espaciados.

Jesús había resucitado, pero no era como antes, Él, que nunca los había dejado, parecía querer mantenerse lejos de ellos, en una especie de "otra parte"que les estaba vedada. Aun si su llegada, siempre inesperada, los colmaba de un inmenso gozo, se preguntaban lo que ellos iban a llegar a ser. ¿Antiguos amigos de Jesús, que conservaban piadosamente en medio de ellos el recuerdo del Maestro y de sus palabras?.

Pedro había sugerido volver a emprender el trabajo de la pesca, como antes, pero no parecía una buena idea. La noche de trabajo muy difícil no había reportado nada.¿Y quién está allá, en la ribera, en la ligera bruma de la mañana, que parece esperarlos y que se dirige a ellos familiarmente?

"No hemos pescado nada...".

¿Por qué las redes por la derecha?

Quizá este extranjero, en la luz rasante del sol que se levanta, ve mejor que ellos el banco de peces que se acerca a la orilla...

Las redes se llenan. Demasiado. No podremos llevarlas a tierra...

"¡Es el Señor!", dice Juan. Pedro se lanza al agua y chapotea hasta la orilla mientras que los otros se esfuerzan a grandes golpes de remo por empujar hasta la playa la barca que arrastra las redes,

Observan el fuego lento de brasas que calienta unas piedras, los pescados que chisporrotean, los panes que se doran: los dos grandes símbolos de la amistad que los une a Jesús, la evocación de los pescados milagrosos y de la multiplicación de los panes. Milagro cumplido para ellos solos esta vez...

"Vengan a desayunar", dice:

Entorpecidos por la fatiga de la noche, embargados por la multitud de recuerdos que retornan a su corazón, miran al Maestro servirles como en la tarde de la Pascua...

Es el Señor. Es Él. Rehace los ademanes que se reservan siempre: bendecir el pan y los pescados, partir y distribuir a cada uno; Él, el alimento de su vida.

¿Por qué creer que mi vida no es sino un largo trabajo inútil del cual nadie se preocupa?

Finalmente, ¿no hay una palabra de Jesús que llene mis redes y dé a mis trabajos el ser útiles para la preparación de la llegada del Reino?

Observar los gestos y las palabras de amistad de Jesús respecto a sus Apóstoles. Ellos son escogidos para tocarlos de una manera particular que no era comprensible sino a ellos; la pesca, el fuego sobre la arena de la playa, los peces y los panes, las palabras simples y fraternales.

Buscar en mi vida lo que Jesús emplea para recordarme su amistad y que no se dirige si no a mí...


Oración para los tiempos de este mundo

Traer a mi memoria...
Las "noches", las largas jornadas de trabajo
al servicio de los míos, de mi entorno,
de desconocidos, de diversas causas,
sin resultado, sin un agradecimiento, sin consuelo,
sin la satisfacción de haber llegado a algo...

Presentarlas de nuevo al Señor, aceptarlas, perdonarlas,
y orar por aquellos y aquellas que me han olvidado.

Traer a la memoria...
Las mañanas gloriosas en que, tras un largo trabajo,
me fue dado ver resultados
que han sobrepasado todas mis esperanzas,
gozarme de ello todavía y darle gracias al Señor...

Algunos días, algunas noches, algunos momentos
en que he conocido el inmenso gozo de la presencia del Señor;
repetirme a mí mismo sus palabras: Soy yo, no temas, sólo ten fe,
eres precioso a mis ojos.
yo estoy siempre contigo; dar gracias...

Las delicadezas amigables del Señor...
la gracia inesperada,
el acontecimiento liberador, el consejo discreto,
la sonrisa estimulante de un desconocido,
el servicio de uno que pasa y me arranca de mi pánico,
el diagnóstico que me libera de mis angustias...
agradecer con gozo y paz,

Traer a mi memoria...
LOs momentos difíciles, las dudas y las angustias,
las horas en que el Señor se me ha revelado
en el recuerdo de mis encuentros íntimos con Él...

Los sacramentos en los cuales el Señor
se hace alimento de mi alma hambrienta y agotada,
pan eucarístico, reconciliación...
gestos de Jesús en los momentos críticos
en que yo iba a ceder bajo el peso de la fatiga y la decepción.

Te bendigo, Señor,
y te ofrezco el gozo que me inunda al recordar los momentos
en que tú me has dado la gracia de reconocer
tu presencia en mi vida, cuando yo creía que había pasado
largas noches sin haber realizado nada valioso
por ti y por tu Reino.
Tú eres  mi Señor. Tú eres mi Dios.
Déjame permanecer junto a ti en silencio,
gustando la gracia inapreciable de tu amistad.


Al partir

Volver a decirme a mi mismo que es importante
que haga mi tarea,
con todo el trabajo que ella me pueda exigir, pero también
que el Señor es el que llena las redes que yo he tendido.

Junto a ti
se encuentra la gloria
Apocalípsis 19, 1-19

Escondiste en toda oración, de la más sencilla a la más elaborada, de la que se murmura en un corto instante a la que se prolonga en la noche, de la que es solitaria y muda a la que es canto de multitud gozosa, existen la expectación y la esperanza. El corazón vigila y espía el momento en que estallará el canto triunfal de las nupcias del Cordero.

Señor Jesús, al acogerme junto a ti, disipa las dudas de mi alma, los cansancios, las incomprensiones que me entristecen y me sumen en las tinieblas del terrible sentimiento de que mi oración no reciba ninguna respuesta y de que ella no es más que una manera de encontrar un poco de sosiego.

Recuérdame tu promesa, esa sobre la cual he querido fundar mi vida y edificar  mi fidelidad; "¡Te volveré a ver y tu corazón se regocijará!".

¿Cuándo te volveré a ver, Señor?

Mis años se añaden uno al otro. Mis recursos se agotan y ya no se renuevan, Mis proyectos se vuelven más escasos y más modestos, La soledad traza círculos cada vez más estrechos alrededor de mí.

Recuérdame tu plabra: "Todavía un tiempo y me volverás a ver...".

Con todas mis fuerzas, con todo mi corazón, con todo mi deseo, te espero. Yo sé que tú eres fiel. Tus palabras permanecen para siempre. ¡Tú volverás!

Este pan que tus manos me han dado, día tras día, a lo largo de toda mi vida,  que fue el alimento de una vida nueva, brota en el misterio de mi ser, este pan es mi esperanza infalible.

"¡El que me come, vivirá por mí!".

Junto a ti, me repito las palabras y mi corazón halla su reposo en tus promesas. Vela sobre mí, que te soy fiel, Dios mío, mi única esperanza.
Ese primer día en el Reino

Será como un rumor de gozo infinito, llegado de la aurora de los siglos. Crecerá en cada generación humana que venga a reunirse con las otras: "El rumor de una multitud inmensa como el rumor de los océanos"

El designio de Dios quedará entonces cumplido. El Cordero de Dios habrá quitado el pecado del mundo y el universo de los ídolos orgullosos y violentos, llenos de odio y fútiles, se habrá consumido en un abismo infinito. Ya no existirá sino el Amor.

El amor que había llamado al gozo y a la luz, a la vida, puede finalmente acoger a la inmensa multitud de los invitados que sube hacia Él cantando:"Alegrémonos y regocigémonos  y démosle gloria, porque han llegado las bodas del Cordero".

¡He aquí a los invitados! En primer lugar los pecadores, los publicanos y las prostitutas. Sigue la inmensa multitud de los sin defensa, los explotados, los hambrientos, los errantes, los prisioneros de  los campos de muerte, las victimas de los odios raciales, los niños-esclavos, las gentes humildes arruinadas por la avaricia de los ricos, los que fueron excluidos, rechazados, asesinados, abortados.

Y la multitud de fieles anónimos, de aquellos y aquellas que han persistido en la fe y en la esperanza, ofreciendo a Dios su silenciosa fidelidad a los deberes diarios, de aquellos y aquellas que se hicieron los servidores de los hermanos y hermanas.

Vienen todos. Es el día prometido. Es la hora del gozo eterno, el consuelo infinito.

"Venid todos, los invitados, despreciados por los adoradores de los ídolos pero amados, elegidos, que no habéis cesado de esperar mi retorno.

Tuve hambre, tuve sed, estuve mal vestido, estuve prisionero, fui humillado, fui crucificado, fui puesto en el sepulcro, llamé a vuestra puerta , por la noche, y me habéis acogido; dejadme acogeros y serviros  yo mismo".

Es fácil decirse mentiras, imaginarse que el corazón está lleno de esperanza mientras se repiten las fórmulas del optimismo convencional.

La esperanza es certeza, vigilancia, espera apacible y oración.


Oración de los tiempos del mundo por venir

Reanima, Señor, nuestra esperanza
cuando las tinieblas nos ahogan y nos parece
que jamás llegaremos a alcanzar 
el umbral de tu Reino.

Acuérdate de que  tú eres Amor, Fidelidad y Misericordia
y que tu Reino ya ha sido fundado
y que cada día crece con la acogida 
que los pobres le ofrecen en la escucha de Jesús.

No dejes de consolar a los que esperan tu venida
velando en la noche de este mundo que te odia.

Perdona a los que se extravían
en la violencia y el deseo de destruir
todo lo que puede recordar tu Nombre y tu Amor.

Envía tu luz y tu verdad
al corazón de los que se alejan en la noche
hacia la desesperación y el deseo de la muerte y de la nada.

Vuelve a conducir a la fe humilde y sincera
a los que se han dejado seducir por las mentiras de los ídolos
y ponen sus esperanzas en promesas 
que jamás serán mantenidas.

Deposita en nuestros corazones una maravillosa y gran visión
del eterno gozo de tu Reino,
de la felicidad sin fin de ver tu rostro
y de la exaltación de contemplar sin fin tu inmensa luz.

Aumenta en nuestros corazones
el deseo de encontrarnos junto a ti,
comunidad verdaderamente fraternal,
unida por el gozo y la paz de Jesús,
primogénito de una multitud de hermanos,
maravillados de reconocer en cada uno
la obra de tu gracia y de tu misericordìa.

Ya, Señor,
la Eucaristía de mis días es el anuncio del mundo por venir
y del cumplimiento total de tu designio de salvación.
Te suplico me des la gracia
de que cada una de mis participaciones en la Eucaristía
aumente mi deseo de verte,
de comulgar eternamente en tu vida
y de regocijarme con la multitud innumerable
de mis hermanos y hermanas, en tu inmensa gloria




Al partir

Día tras día, caminando en la fe con Cristo,
subo hacia el Reino, hacia su Padre y mi Padre


JESÚS Y LA CERCANÍA HUMANA


Introducción

Hablamos de la cercanía humana de Jesús. Del Jesús de Nazaret, del Verbo hecho hombre ( Jn 1,14 ), vecino de nuestra casa, peregrino que comparte la vida con el pueblo y configura una comunidad de amigos como expresión fraterna del Reino.

Buscamos a Jesús en su relación diaria con los suyos para descubrir el modelo a seguir en el crecimiento del El Don de la Fraternidad.

En nuestra conversación eludimos toda otra cuestión.

Reflexión

Jesús, hijo de familia

Afirmamos con toda nuestra fe: "La Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros" (Jn 1,14 ) La Palabra de Dios se hace palabra humana: carne de nuestra carne. Con la implicación radical que esta expresión revela.

Jesús nace en familia. En familia aprende a hablar. Crece en relación de amor con sus padres, José y María. En su cercanía humana abre los ojos a la vida; entiende el valor de la sonrisa y del abrazo; sabe lo que significa sentarse juntos a comer y a cenar; y, en sencillez de vida, balbucea las primeras palabras.

En este taller familiar, en esta escuela de valores humanos-sociales y religiosos, Jesús se configura como ciudadano, consciente de sus compromisos personales. Ahí se educa en el ser y en el hacer; ahí aprecia el sentirse alguien entre otras personas y percibe el valor de una verdadera comunicación en el amor.  De hecho, cuando alcanza su mayoría de edad, se le conocerá como el hijo de María, la esposa de José, o como el hijo del Carpintero de Nazaret (Mc 6,3; Mt 13, 54 ).


Jesús y el sueño de una comunidad

Cuando Jesús llega a la plenitud de su tiempo, se despide de mamá, recibe el bautismo de Juan en el río Jordám ( Lc 3, 21-22 ) y conducido por el Espíritu ( Lc 4, 1-2 ) camina por el desierto. Es el tiempo de la concientización cumbre de iniciar la misión evangelizadora que el Padre le confía.

Él es soltero y ha decidido vivir en celibato, aunque a la gente le extrañe, porque un joven no casado pierde la oportunidad sagrada de poder ser padre del Mesías.

En oración contempla una nueva familia, no nacida de carne y sangre sino del Espíritu; una comunidad de amigos con  quien compartir su ideal soñado al servicio del Reino y a quienes revelar, de manera más íntima y total,  el evangelio de la verdad y de la vida, el evangelio del amor y de la salvación.


Jesús elige doce amigos

Después del desierto, Jesús inicia su itinerario misionero. Camina de pueblo en pueblo, como profeta solitario. Pero la idea de un grupo, como célula de evangelización del Reino, la siente en carne viva.

En la medida que predica y recorre aldeas, se acerca a cieros hombres, humildes, trabajadores, pescadores; hombres de pueblo, sin más añadiduras; hombres, en su mayoría, de la periferia. Dialoga con cada uno de ellos: Pedro, Juan, Santigo, Andrés...Les expone el plan que proyecta y los deja pensando. no se impone a nadie. Ofrece su noticia; la explica con palabras y parábolas sencillas...y espera. Tras un tiempo de discernimiento compartido, los llama a cada uno por su nombre.

La selección es el punto de arranque en la configuración de su comunidad.. Por lo que sabemos a la luz del evangelio, Jesús resalta la importancia de la llamada con una noche de oración ( Lc 6, 12 ). Interesante para nuestro coloquio.

El grupo y su proceso de formación inicial

Se trata de una experiencia nueva. El grupo se configura como una escuela, un discipulado en camino. Sin texto y sin pizarrón. Una escuela cuya página diaria de aprendizaje será la vida compartida en torno a su persona.

Jesús es el Maestro, la Palabra, el interlocutor, el centro de gravedad de la formación del Grupo. Como acabo de insinuar, no hay nada pre-escrito. Se parte del cuestionamiento de la vida real. Es una nueva experiencia en proceso de formación. Cada lección se desarrolla desde la comunicación fraterna, abierta y experiencial. Mo importa el aula. Bien puede ser el pie de la montaña, la playa estrecha del lago o la sombra acogedora de unos olivos solitarios. En esta itinerancia misionera se cumple de verdad la poesía-canción: "Al andar se hace camino".

La fraternidad de la comunidad de Jesús

No sé si podemos comenzar afirmando que, desde el primer día, Jesús intenta acercarlos entre ellos; facilitar temas de apertura; eliminar barreras que se puedan producir en el intercambio de razones. Jesús busca que los Doce sepan quién es cada quién y cuál es la motivación que lo anima a formar parte del grupo.

Es interesante descubrir que, desde el primer momento , los bienes son comunes y que el grupo comparte la mesa con familiaridad. Cosa muy indicativa, porque compartir el mismo pan es signo de amistad significativa y solidaria.

Creo que bien podemos afirmar, que al final de la jornada misionera, los Doce con Jesús se sientan a descansar en grupo, dialogan en ambiente de atardecer, cuestionan en evangelio escuchado en el anuncio, discuten desavenencias en criterios y profundizan en su confraternidad.

Y no sé si me equivoco, pero intuyo que el trabajo más insistente de Jesús fue eliminar celos y envidias; arrancar de sus corazones deseo de primeros puestos; emparejarlos en la sencillez del servicio desinteresado; hacerlos uno de verdad y lograr que el grupo se configurase como una verdadera fraternidad.

El acercamiento de Jesús

El proceso de formación del grupo es arduo y comprometido. Jesús no comienza por exigir confianza y amistad. Es él, en persona, quien se hace amigo de todos y de cada uno. Se entrega cordialmente al grupo. A través de esa donación callada y diaria, se revela como camino a seguir. Su transparencia marca huellas y nada más.

Sin forzar la marcha, ni la libertad de cada uno, paulatinamente logra que se hagan amigos de él. Pero no pensemos que esta afirmación "amigos de él", está muy definida, ni es muy convincente. De hecho, el dolor más grande de su corazón, como animador del grupo, será la última experiencia de su vida cuando Judas lo entregue con un beso (Lc 22, 47-48; Mt 26,48-49 ). Pedro lo niega como amigo (Jn 18,15-18) y todos se acobarden y huyan.

El respeto al ritmo personal

En el camino de la fraternidad se presentan momento cualificados de encuentro, especialmente al caer de la tarde. Y es precisamente en esos espacios de lección no programada, como dije antes, cuando Jesús dialoga con toda su espontaneidad, resaltando las vivencias del día, los pensamientos radicales y controvertidos de su predicación. En su diálogo aparecen, como quien juega, la semilla, la sal, el fermento, la hierba mala y buena, las aves del cielo y los peces del mar, la higuera junto al camino, la perla preciosa.

Con toda clase de semejanzas ofrece las enseñanzas más íntimas, como quien regala palpitaciones del corazón. En verdad, Jesús Jesús es el Maestro que aprovecha el paso de la nube y el soplo de la brisa, para hacer presente el Espíritu de Dios y la necesidad de seguirlo con plena confianza.

En su tarea educadora respeta el ritmo de los doce; no fuerza la marcha de nadie; escucha los cuestionamiento de cada uno; comprende  la situación real y respeta la respuesta personal aunque sea temerosa.

Jesús hace camino al andar y en su caminar regala la palabra con tanta transparencia que, con solo pronunciarla se les hace "luz" (Jn 8, 12 ), "camino, verdad y vida"  (Jn 4,6).

Cualidades de Jesús en esta tarea formadora

Al  observar a Jesús -amigo, maestro-nos podemos preguntar: ¿Qué cualidades revela Jesús en la configuración de su comunidad? Y de repente se me ocurre responder que Jesús en su comunicación revela:

- Fe en los discípulos. Cree en sus personas reales. Jesús no mitifica a nadie. Él sabe muy bien quiénes son y lo que pretenden; conoce sus fortalezas y sus debilidades. Y confía. Esa es la palabra: Confía.

- Amistad en cada uno. Al leer el evangelio, uno advierte una corriente de amistad declarada con sinceridad y probada en su defensa. Es muy importante descubrir y admirar esa realidad, sobre todo en el momento del beso de Judas (Lc 22, 48) y en la mirada de Pedro cuando lo acaba de negar (Lc 22,61).

- Actitud de diálogo. Así mismo en el evangelio sobresale su actitud de diálogo sincera, continua, positiva y orientadora. Con toda la carga de comprensión,  respeto y autenticidad que el verdadero diálogo lleva consigo.

- Humildad. Jesús en su comunicación se da cuenta de sus logros y advierte que no es mucho. Y con qué humildad deja paso al Espíritu: "Cuando él venga, ustedes lograrán la verdad completa" (Jn 16, 13) Nada de arrogancia. Él no cierra el camino de formación, sino que abre la puerta al Espíritu.

- Amor: Sobre toda palabra, el amor. En la actitud comunicativa de Jesús se revela un amor que comprende, soporta, perdona y es paciente; un amor de amistad, de cercanía y de solidaridad hasta la muerte. "Habiendo amado a los suyos, en la hora final los amó hasta el extremo" (Jn 13,1 ).

Conclusión

Nuestro coloquio se ha centrado en la cercanía humana de Jesús con su Grupo. Hemos intentado descubrir cómo, el Verbo encarnado, en camino de familiaridad, posibilita la comunicación, activa a la apertura mutua, recrea la amistad en la unión y trabaja por la verdadera confraternidad.

indudablemente esta contemplación audio-visual, por decirla de alguna manera, debemos personalizarla porque, al fin y al cabo, pretendemos dejarnos iluminar por el maestro si queremos ser, como fraternidad consagrada, prolongación de aquel grupo Jesús.

Indudablemente el testimonio de Jesús compromete nuestro trabajo en orden a formar, a vivir y a testimoniar el Don de la Fraternidad. No podemos dormirnos en laureles de vanagloria. El sean uno de Jesús nos interpela y nos exige un examen diario. Este es el compromiso fuerte de nuestro seguimiento.

Para seguir la reflexión

¿Qué cualidades descubro en la comunicación de Jesús?

¿Cuál es la actitud de Jesús que me ha impactado más?

¿Qué resistencias encuentro para vivir yo la humanidad de Jesús en mi casa?

¿Qué puedo y debo hacer para acrecentar en mi casa el Don de la Fraternidad?


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VIDA RELIGIOSA

FIDELIDAD O MUERTE

                                                                                   P. Víctor M. Martínez , S.J.

Nuestra vida consagrada se afinca en el misterio de la Iglesia santa y pecadora al mismo tiempo, indefectible por promesa divina y capaz de escandalizar a muchos,  como lo hace en efecto con su riqueza y poder.

No podemos negar que en el fondo de nuestra fidelidad absoluta que quiere mantener a la Iglesia nuestra madre, nuestra progenitora y nuestro todo, sentimos al mismo tiempo la contradicción de una riqueza descarada, de un compromiso con la política, de poder que debilitan  el mensaje de Dios.

Hemos de sostener a la Iglesia ¿cómo?. Es preciso reparar las grietas. Pero ¿cuáles?

Si nos ponemos en el último  lugar, nadie nos tendrá envidia, nadie se escandalizará de nosotros, nadie tendrá miedo de nosotros: Desde el último lugar podremos considera mucho mejor las cosas,  y comprender más  fácilmente a los que sufren, por quienes queremos trabajar: La única cosa que debemos temer es el orgullo, el deseo de adelantar, de juzgar a los hermanos, de golpear con nuestros juicios a aquellos que ya son goleados amargamente por la ausencia de Dios y por la tristeza que deja el pecado en nosotros.

Nuestra verdadera regla es el evangelio y hemos de considerar dichosos a aquellos que lo han entendido y que viven la pobreza, la castidad, la obediencia, la mansedumbre, la paz y la persecución como bienaventuranzas.

Lejos de nosotros como consagrados sentirnos mejores y superiores al pueblo de Dios. Nosotros como Iglesia  seguimos siendo santos y pecadores, capaces de ideales y de infancia, lugar de paz y jungla de prepotencias. Todo depende de nuestra santidad personal, del compromiso y de la oración, del sacrificio de  los humildes y del amor verdadero de los seguidores de Cristo.

Estamos viviendo una época, extraña, contradictoria y ambigua. Cuanto más ricos somos, más hablamos de pobreza, cuanto más "burgueses", más juzgamos a la Iglesia pobre; cuanto más hablamos de comunidad, más aislados y divorciados vivimos.

Basta escuchar en nuestra reuniones lo duro, inexorables  y radicales que somos. Lástima, sin embargo, que tal dureza y radicalizad sea siempre dirigida hacia los otros, nunca contra nosotros mismos. En una palabra se diría que nuestra pasión es convertir a los otros.Ocupándonos de nuestra conversión y descubriremos cómo entendernos mejor las cosas.

Sobre todo comprenderemos una cosa: que es inútil pensar poder cambiar a los Jesuitas, capuchinos, conventuales, claretianos, dominicas, siguiendo por los franciscanos, salesianos, carmelitas, vicentinas...¡Es imposible! Lo posible en la conversión del hombre (varón- mujer)

La historia tiene sus leyes y ninguna institución escapa al desgaste del tiempo, por santo y grande que sea su fundador. Sólo el hombre desnudo lo más desnudo posible, puede escapar del desgaste del tiempo si es capaz de ponerse ante la desnudez el Evangelio y hacerla suya. 

No creamos en la reforma de nuestra Ordenes, Congregaciones o Instituciones, creamos en nuestra reforma personal. Hemos de ser santos y el mundo será santo.

SOLTAR LAS AMARRAS DE UN CORAZÓN ATADO.

INICIO DE TESTIMONIO

Disponernos para dar vida y hacer vida nuestra vida Consagrada exige en primer instancia desinstalarnos: ¿Qué nos está impidiendo ser Testamento y Profecía en el aquí y ahora?

En primer lugar, nosotros mismos, cada uno estamos adheridos a nuestro yo que crea aquella red de pequeñas y grandes mezquindades, egoísmos,  opresiones y menosprecios sobre los demás. Se nos impone un primer éxodo , el de nuestro propio yo, ponernos en camino, descentrarnos para que Cristo ocupe de nuevo el centro de nuestra vocación.

En segundo lugar, nuestra historia. Es tal el peso de los siglos recorridos, de lo que se ha andado, de la ya conseguido que estamos adheridos a nuestros métodos, tradiciones, resultados. Se nos impone un segundo éxodo, el de nuestra historia, ponernos en camino haciendo a Cristo el único Señor de la historia.

En tercer lugar, nuestro espacio. Nos hemos reducido tanto, que demarcamos límites, subrayamos márgenes, delimitamos campos de acción. Estamos adheridos a nuestros lugares. Se nos impone un tercer éxodo, el de nuestro mundo, ponernos en camino haciendo de nuestras vidas moradas de Cristo y del universo su hábitat.

Hemos hecho de nuestro yo un ídolo, de nuestra época la única, y convertido nuestra casa en un fortín inexpugnable. Nuestro Fundadores nos invitan a salir de nuestro yo, a responder a los signos de los tiempos y a abrazar al universo

                                       

VIDA RELIGIOSA
FIDELIDAD O MUERTE

"La fidelidad al propio carisma conduce a las personas consagradas a dar por doquier un testimonio cualificado con la lealtad del profeta que no teme arriesgar incluso la propia vida"

Vita Consecrata, Nº 85


I.  UNA VIDA CONSAGRADA CON SABOR A EVANGELIO: FIDELIDAD AL SEGUIMIENTO DE JESÚS

1.- ¿Nuestro modo de proceder en sentirnos pobres con los pobres nos estará llevando a dar vida a los que están privados de ella (los pobres, los enfermos, los despreciados, los dominados):  a ser defensores de los que no se pueden defender ,a estar favoreciendo futuro a aquellos que humana, social y políticamente no lo tienen?

2.- ¿Nuestra castidad evangélica está siendo constructora de reinos? ¿enseñamos viviendo apasionadamente nuestro ser -para-  los demás, estableciendo relaciones reales, eficaces, afectivas y creadora?

3.- ¿ Es nuestra obediencia signo de nuestra docilidad a la voluntad de Dios?. Nuestra obediencia se hace real en el gobierno espiritual, en el discernimiento personal y comunitario, en la atención a los signos de los tiempos. ¿La estamos viviendo así?


II      UNA VIDA CONSAGRADA EN FIDELIDAD A 
NUESTROS FUNDADORES: 
DE DISCERNIMINETO, FORMACIÓN,
 KOINONÍA, DIAKONÍA, AD DISPERSIONEM


1.- ¿Son nuestras actividades y acciones propias de un  profeta?
¿Estamos siendo fieles al espíritu del Señor para no condescender con el poder del mundo?

2.- Ser profetas hoy nos lleva a defender la vida, luchar por la libertad, construir comunidad. Nuestra actitud profética ha de vivirse con igual intesidad "ad intra" de la comunidad local, en búsqueda de hacerla realidad en toda la Congregación. ¿Lo estamos siendo y haciendo?

3.- Estamos siendo signo indiscutible de nuestro compromiso radical de fidelidad al Dios de Jesús, a la caridad que busca ser efectiva, de la opción por el último puesto, de la renuncia al poder y a la violencia?


III UNA VIDA CONSAGRADA EN FIDELIDAD A NUESTRA IDENTIDAD, 

DONDE NUESTRA VIDA VIDA EN EL ESPÍRITU SE HA DE MANTENER EN NUESTRO 

MODO DE PROCEDER?

 * ¿Somos las religiosos creadores de historia, hacedoras de futuro, posibilidad de nuevos horizontes?

Querer responder a los desafíos de la historia en este tiempo de  post-modernidad exige hombres y mujeres sensibles que logren experimentar lo que la mayoría de la gente está sintiendo, lo que le está ocurriendo, para desde allí, examinado causas y cuestionando consecuencias, establecer una red de relaciones a identificaciones que llevan a serios y profundos análisis sociales.  Su contacto con Dios le hará capaz de comprender de un modo más amplio y profundo la experiencia analizada entre la luz de la fe, la Sagrada Escritura, La Tradición y la enseñanza eclesial. Porque sólo cuando la palabra de Dios se aplica a cada situación se plantean nuevas preguntas, se sugieren nuevas visiones, se abren nuevas respuestas.

* ¿Somos hombres y mujeres para la misión, somos hombre y mujeres de misión?. ¿Necesitamos itinerantes, móviles, dispuestos e indiferentes?

IV.- UNA VIDA CONSAGRADA EN FIDELIDAD A LA COMUNIDAD:
NECESITADA DE LA AUTORIDAD QUE NACE DEL ESPÍRITU, EL APOYO MUTUO, Y LAS ESTRUCTURAS REALES DE ACCIÓN

*.-¿Somos hombres y mujeres de esperanza, constructores del "todavía" hacedores de mañana, elocuencia providente de Dios?

*.- Religiosos y religiosas dadores de esperanza en ser hombres y mujeres que contagian al mundo de Dios, testimonios de un amor que se muestra más en las obras que en las palabras, dándose sin medida en lo pequeño  y a los pequeños, realizando el ser de Dios en todas las cosas.

*.- Somos los religiosos y religiosas que nuestros fundadores quieren que seamos hoy?

¿Testimonios de amor, llamados como ellos a ser profetas, realizadores de historia, amantes de la Iglesia, dadores de esperanza?

"En nuestro mundo, en el que parece haberse perdido el rastro de Dios, es urgente un audaz testimonio profético por parte de las personas consagradas. Un testimonio ante todo de la afirmación de la primacía de Dios y de los bienes futuros, como se desprende del seguimiento y de la imitación de Cristo casto, pobre y obediente, totalmente entregado a la gloria del Padre y al amor de los hermanos y hermanas. La misma vida fraterna es un acto profético en una sociedad en la que se esconde, a veces sin darse cuenta, un profundo anhelo de fraternidad sin fronteras.
Vita Consacrata, Nº, 85

                              Los constructores de la
nueva comunidad

Yo planté, Apolo regó, pero fue Dios quien hizo crecer…Nosotros somos colaboradores de Dios y vosotros, campo de Dios. Sois también edificio de Dios (1 Cor 3,6-9)

¿Quién es el responsable de la construcción de la nueva comunidad, tal que sea verdaderamente comunión de personas? Se trata de una obra que comprende varias responsabilidades.

1.   La gracia de Dios. La Comunidad, nace de la potencia del Espíritu, no de una fuerza que viene de abajo.

Consecuencia práctica, inmediata: si se deja de buscar, intensamente, la inspiración y la fuerza de lo alto, aun los más generosos esfuerzos de fraternidad están destinados al fracaso.

Cuando una comunidad cesa de reavivar en la oración su referencia a Dios, es herida inexorablemente en su mismo tejido fraterno.

2.   Cada uno de los individuos. El que abraza la vida religiosa ha de tener una vocación comunitaria. Debe estar en condiciones de insertarse vital y responsablemente en la comunidad. Debe contar con evidente capacidad para “vivir juntos”, lo cual no es un hecho estático, sino una realidad dinámica. “Estar con los otros” es la otra cara del “estar con Dios”. Y el estar con los demás implica un movimiento de recíproco encuentro, una confrontación dinámica.

Para descender al terreno concreto, las dotes esenciales que debe manifestar una persona para demostrar su capacidad para “vivir con”, se puede reducir a las siguientes:

-      Apertura hacia los otros.
-      Sentido acentuado de justicia.
-      Lealtad.
-      Madurez afectiva.
-      Capacidad de participar en el trabajo común.
-      Capacidad de silencio y de soledad.
-      Adhesión interior a la disciplina y a la regla. Libremente aceptada.
-      Sentido eclesial de la vida cristiana y de la salvación.
-  Superación de una visión de la comunidad que intente calcar un “modelo de orden”

3.   Los superiores. La figura del superior debería colocarse en los puntos de inserción de todas las líneas. El superior de hecho es sobre todo responsable de la unidad. Es “ sacramento de unidad”. Es responsable de las conexiones.

El superior, por eso, debe favorecer la unidad entre una comunidad en su conjunto y Dios, eje central; unidad de los religiosos entre sí (Koinonía); unidad entre cada uno y la voluntad, y el proyecto de Dios sobre cada cual; unidad entre la comunidad y un cierto tipo de apostolado y de servicio (diaconía)

El papel del superior, en la nueva comunidad comunión de personas, es un papel caracterizado por la discreción y la delicadeza. Pero esto no quiere decir que el superior sea aceptado hoy, solamente a condición de que esté ausente (alguien ha dicho irónicamente: “parece que para algunos individuos el servicio más útil que puede hacer la autoridad es el de… desaparecer). Y es tanto más aceptado cuanto más evidente son sus ausencias.
No, el superior debe estar presente.

Todo consiste en ver qué tipo de presencia debe y puede asegurar.

No se trata, en efecto, de estar presente para mandar, controlar, castigar o informar, sino esencialmente para “concientizar”, estimular, orientar y animar. En suma: su misión es de guía, sobre todo. De aquel que “está delante” más que “arriba”.

4.   Las estructuras. Es cierto que son las personas las que construyen la comunidad comunión y no las estructuras. Pero es también verdad que son necesarias estructuras adecuadas, que favorezcan la nueva orientación de la vida comunitaria.

Como es injusto decir que “todo depende del cambio de estructuras”, también es injusto e hipócrita sostener que “todo depende únicamente de los individuos”.

También las estructuras deben someterse a un trabajo de adaptación. También las estructuras tienen el deber de convertirse.

Alguien, con una formula particularmente incisiva, ha dicho: “estructuras que favorezcan la personalización de las comunidades y la responsabilización de las personas. O sea, las estructuras deben contribuir a acentuar el aspecto personalista de las comunidades y subrayar el aspecto, la dimensión social de las personas.

Las estructuras “convertidas” serán “estructuras de participación o mejor,”de comunión”.

De este modo, nada  y nadie es dispensado del trabajo de construcción de la nueva comunidad.



LA PALABRA DE DIOS



Antonio Gracia
Pasionista


El Verbos de Dios hecho carne es “Camino, Verdad y Vida” (Juan 14,16) Su presencia ilumina la casa de quienes queremos compartir El Don de la Fraternidad. Su Palabra tiene el poder de convocar, de caminar, de corregir y revitalizar la convivencia grupal y de convertirla en comunidad de hermanos.

En esta conversación analizamos sucintamente el sentido y el valor de la Palabra en nuestra vida fraterna. Y advierto de antemano lo importante que es para la vida comunitaria leer y reelee la Exhortación Verbum Domino de Benedito XVIr 

Reflexionemos ahora:

La Palabra sacramento de Dios

Dios vive en todo espacio y lugar. Todo el cosmos es templo de su presencia. Toda la naturaleza transpira el perfume de su divinidad. Pero donde, de verdad, se esconde y se revela, donde se sacramentaliza y se esconde es en la Palabra. Y no hablo del Verbo hecho Hombre (Juan 1,14), encarnación total del Dei Verbum, sino de la Palabra revelada y escrita.

Cuando leemos la Palabra sentimos su paso a pie descalzo, percibimos el calor y el rayo de su fuego y, en adoración contemplativa, lo percibimos vivo y en medio de nosotros. La Palabra es como el Sagrario de su amor comunicativo.

En la Palabra, el Dios invisible se hace cercano, buen amigo de camino. Por eso, , cuando la Palabra se hace palabra en la comunidad, la comunidad se revela como Evangelio de Dios, como la Buena Noticia de su Reino. 

 En la Palabra, leída y asimilada, aprendemos a sentir al Dios de la cercanía, del amor, de la misericordia; al Dios de la comunicación y de la vida. Toda pretensión de una comunidad que quiera configurar el rostro comunitario de la Trinidad con resplandor humano, se debe apoyar en su revelación. No importan las debilidades. En ellas nos fortalece el Espíritu (Rm 8,26). Como si Dios aprovechara nuestro barro para configurar su rostro en el Don de la Fraternidad.

La Palabra en la vida fraterna

Apoyémonos en la expresión final para insistir en el pensamiento iniciado. La Palabra es paso de Dios. La Palabra es el origen de nuestra convocación. La fuerza de su pronunciamiento en cada uno de mostros, ha logrado realizar nuestra fraternidad. En su entraña nacemos, en su gracia crecemos, con su espíritu nos identificamos en el ser y en deber ser.

El Dios revelado, leído, meditado, contemplado y orado en la Palabra, crea la comunión humana en la fraternidad. Su presencia, humildemente sentida, invita a vivir en el amor, en la misericordia, en el acompañamiento, en la bondad. En la Palabra nos humanizamos todos.

La Palabra de Dios, acogida y vivenciada, induce a descubrir lo bello de la vida en las realidades cotidianas, el compartir el quehacer humilde y a tener todos, unidad verdadera, en comunión solidaria (Hech 2, 42-47.

La lectura orante de la Palabra no crea una espiritualidad intimista, desinteresada de la convivencia fraterna. Dios no crea barreras de sombra en la revelación, sino caminos de luz para la donación. QUÉ BELLAMENTE AFIRMA Juan: “El que no ama no ha conocido a Dios”, pues “Dios es amor” Nadie puede amar a Dios a quien no ve, si no ama al prójimo a quien ve” (1 Jn 4,8-16 .20) En ese amor se crea la unidad en la vocación y en la misión.

Jesús Palabra es camino, verdad y vida

Esta Palabra encarnada, para mayor énfasis, se llama Jesús y habita  hoy entre nosotros. Juan nos lo regala con expresión original: “El Verbo se hace carne y comparte su vida con nosotros; y nosotros vemos su gloria, la que corresponde al Hijo único del Padre: en él todo es amor y fidelidad” (Jn 1,14). A Jesús Palabra lo sentimos y lo visualizamos con cercanía entrañable; lo entrañamos desde una contemplación íntima y lo seguimos como la consagración más radical de nuestra vida.

En la casa pascual de nuestra vida escuchamos la Palabra que ya hemos repetido varias veces: “Yo soy el camino, la verdad y la vida” (Jn 14,6) Él es la Palabra convertida en Camino para nuestro camino. En el andar con él compartimos la verdad de la consagración y la encarnación en nuestra vida. En toda realidad humana, advertimos su huella, aunque transitemos por cañadas oscuras (Sal 23,4) Sus pies marcan la ruta a nuestros pies. Por eso nuestra vida se define: Seguimiento de Jesús.

Insisto repitiéndome. En el camino descubrimos que la Palabra se nos revela como Verdad¸ Verdad divina  que da sentido a nuestra mente y enciende el fuego en nuestro corazón. En la Verdad de la Palabra nuestra vida se convierte en verdad de amor, de perdón, de respeto y de servicio. En la Verdad descubrimos el sentido de la sabiduría en el seguimiento. (Jn 17,17)
Y como consecuencia natural, la Verdad de la Palabra, por su misma fuerza, se convierte en Vida de nuestra vida. Con la Palabra encarnada, la vida resplandece como un amanecer interior en el corazón de la comunidad. El Yo soy la Vida se convierte en el Yo de nuestra razón de ser y de amar. En Él encontramos la unidad fraterna más profunda y entrañable (Jn 15,17; 17,22-24)

La Palabra en la convivencia fraterna

Por cuanto acabo de decir, advertimos que la Palabra juega un papel fundamental en el horizonte de nuestra vida fraterna. Lo ha jugado desde su origen y en este ahora que nos toca vivir, lo sigue jugando con la misma densidad.

Sabemos que vivimos un mundo multiplicado en millones de palabra. Sabemos que vivimos un mundo multiplicado en millones de palabra.  A veces, sin darnos cuenta, tanta turbulencia informática nos descodifica el entendimiento interior y nos crea un confusión seria. Necesitamos espacios de encuentro y talleres de reparación. Necesitamos que la Palabra nos concordie por dentro y nos regale el don de la paz.

Por eso es imperioso enfatizar el espacio contemplativo de la Palabra. El cuerpo que nos alimenta desfallece. La mente que no se ilumina arriesga su propia existencia. Ahora bien, si la Palabra se hizo carne y se hizo luz (Jn 1,1-5), toda comunidad que se edifica alrededor de su presencia, la necesita imperiosamente para su consistencia y para su caminar.

Y no hablo ahora de la Palabra, camino para conocer en intimidad a Dios, sino que hablo de la Palabra como senda luminosa y necesaria para nuestro convivir. Como dije en la introducción, hablo de la Palabra que nos convoca, nos alimenta, nos corrige, nos enseña a personarnos y ser unidad en la diversidad.

El que es la resurrección y la vida (Jn 1,25), realiza con nosotros el sacramento de su presencia: “Donde dos o tres están reunidos en mi nombre, ahí estoy yo en medio de ellos” (Mt 18,20). El que se situó en medio de los Doce y oró por su unidad (Jn 17,12), nos declara ser uno con él si asumimos su Palabra. Somos sarmientos nacidos y crecidos en un mismo tronco (Jn 15,1-5)

Jesús memoria viva

Prosigo buscando reafirmaciones.
Alrededor de la Palabra se prendía el fuego y se compartía la cena: alrededor de la Palabra se sentaban sobre la arena y disfrutaban del rumor del lago y del nacer de las estrellas; alrededor de la Palabra discutían los problemas de la convivencia y de las alternativas humanas para el seguimiento; alrededor de la Palabra se acentuaba la necesidad imperiosa de acogida, de la reconciliación y del servicio; alrededor de la Palabra entendían los Doce el sentido del amor, del servicio y del compromiso de la unidad.

La Palabra de ayer, se siente ahora en medio de nosotros. La Palabra de ayer, pronunciada en clima de despedida final, revive el hoy de nuestra fraternidad.

Escuchemos: 

“Ustedes me llaman el Señor y el Maestro. Y dicen verdad porque lo soy. Si yo que soy el Señor y en Maestro, les he lavado los pies, también ustedes deben lavarse los pies unos a otros (Jn 13,13-14).

“Les doy este mandamiento nuevo: Que se amen unos a otros. Ámense como yo los he amado. Así conocerán todos que ustedes son mis discípulos: si se aman unos a otros” (Jn 13,34-35)

“Les dejo la paz, les doy mi paz. Las paz que yo les doy no es como la que da el mundo, Que no haya en ustedes ni angustia ni miedo” (Jn 14,27)

“Sean uno…así el mundo creerá  que el Padre me ha enviado” (Jn 17,21)
Finalmente, la memoria de la Palabra sigue viva, eficaz y penetrante (Hb 4,12) y por eso recrea el Don de la Fraternidad.

Conclusión

Colocar la Palabra en el centro de nuestra casa, es situar a Jesús en memoria viva; es celebrar la memoria de quien nos convoca, nos arminiza, nos ilumina, nos corrige, nos afianza… y crea la armonía de la fraternidad. En la Palabra comulgada compartimos la mesa del amor en la unidad.

Por eso, el encuentro con la Palabra juega un papel decisivo en nuestro compartir la vida fraterna. No podemos olvidarlo, porque a veces, y sin darnos cuenta, pasamos horas derramando palabras y robamos importancia a la escucha de la Palabra.

Ojalá cada día la Palabra se convierta en camino, verdad y vida (Jn 14,6) en el corazón de nuestra fraternidad y seamos testigos de aquella frase: “Felices los que escuchan la Palabra de Dios y la cumplen” (Lc 11,28) En Ella y por Ella se crea y se afianza el Don de la Fraternidad.

Preguntas para seguir la reflexión

¿Qué puesto tiene la Palabra de Dios en tu vida? 
¿Te ejercitas en la lectura orante de la Palabra? 
¿Qué papel juega la Palabra en la edificación humana de tu comunidad?
¿Cómo enfatizar la vida fraterna alrededor de la Palabra?
¿Qué realidades nos distancian de la Palabra en la comunidad?






NINGUNA COMUNIDAD SIN PERDÓN


P. HOACIO ADARVE V. S.D.S



Vivir en una comunidad religiosa es, en el mejor sentido de la palabra una experiencia “extraordinaria” El experimentar que uno es aceptado en un grupo de vida es una experiencia agradable. Al mismo tiempo, sin embargo, junto con otros, pone en evidencia mis limitaciones y egoísmo. Ciertos aspectos de mi vida que no me gustaría dar a conocer, sin embargo se hacen para mí más claros: mi pobreza y sus debilidades, mis deficiencia a la hora de convivir con los otros, mi confusión en mi vida de mis sentimientos y sexual, mis deseos irreemplazables, mi envidia, mi odio y mi afán de destrucción. En tanto que yo estaba solo, me podía engañar con falsas apariencias de que yo amaba a todos. Pero ahora que vivo con otros, soy consciente de cuán poco estoy dispuesto a amar a los otros, Pero si no puedo amar a los otros, ¿qué es lo que queda de bueno en mí? Sólo frustración, depresión, falta de esperanza y miedo. El amor se convierte entonces en una ilusión y yo estoy condenado a la soledad y a la muerte. A éste se añade, que nosotros rápidamente buscamos disimular estas debilidades, camuflarlas y negarlas. Huimos de la vida comunitaria y buscamos las debilidades de los otros echándoles toda la culpa.

1.   La vida de comunidad con sus inevitables fuentes de tensiones

Aunque la comunidad es el lugar en el que se manifiestan nuestras debilidades, también es el lugar en que aparecen mis simpatía y antipatías. Ambas son capaces de enterrar muy rápidamente una vida comunitaria. En primer lugar existe el peligro de que miembros que sienten simpatía entre ellos, se separen de la comunidad. Permanecemos a gusto cerca de quien nos cae bien, posee nuestras mismas ideas y comparte con nosotros la misma visión de la vida. En la medida en que nos adulamos en este terreno, caemos rápidamente en un club de los mediocres que se imaginan a sí mismos y ante los demás como extraordinarios. Esta amistad nos amarra y se convierte en una limitación que nos impide a los otros y descubrir sus necesidades. La simpatía languidece hacia una dependencia de sentimientos esclavos entre los que se separan de los demás y despiertan entre los otros con frecuencia un sentimiento de desconfianza; con ello la separación puede apropiarse del papel de la unión.

En una comunidad puede surgir también la antipatía. Siempre habrá personas con las cuales me es difícil tratar, que son para mí un impedimento, que no están de acuerdo con mi forma de actuar o de obrar, que rompen el impulso de mi vida. Su presencia parece ser una amenaza para mí, y con ello despierta en mi agresividad. En su presencia  me es difícil desarrollarme. Otros despiertan mi envidia. Estos personifican todo lo que pudiera podido o querido hacer. Sus resultados consiguen, que brillen en mis ojos como estrellas, y siempre de nuevo debo pensar en mis propias deficiencias. Se da también otro tipo de personas, que exigen de mí demasiado. Y yo no me siento con fuerzas para corresponder a sus exigencias, y por eso, mejor las evito. Tales personas se convierten en mis “enemigos”, y, aunque no lo quiero expresamente, los odio. Si estos pudieran desaparecer de mi presencia, sería para mí un alivio.

No es nada raro que estas simpatías y antipatías existan en una comunidad religiosa. A menudo son el fruto de nuestras frustraciones y de no ser adultos, o de heridas afectivas que hemos experimentado en nuestra vida. En este caso es importante de disponer de suficiente autoconocimiento y autocrítica. Pero si nos dejamos arrastrar por nuestros sentimientos, existe el peligro de que nuestra comunidad se divida en grupúsculos o que algunos se aíslen y se aparten de los otros. Una comunidad religiosa es sólo comunidad cuando los miembros escogen conscientemente ser libres de la comodidad de ésta así llamada amistad y alargan la mano a los así llamados “enemigos”. Pero esto no va tan fácil, o por sí mismo. Se trata de un largo camino en el cual nos acompaña el Espíritu a fin de que con perseverancia alcancemos la meta. A través de los dones que Dios nos ha regalado, debemos atrevernos a salir por el desierto a fin de llegar a la tierra de promisión.

Otra fuente de muchas tensiones dentro de la comunidad surge cuando un grupo de miembros se decide vivir juntos, sin tener una meta muy definida, o sin conocer exactamente el “por qué”. A menudo surgen conflictos en una comunidad, al tener cada miembro del grupo diferentes expectativas el mismo y no expresarlas. Dicho en pocas palabras: una comunidad debe tener un proyecto y en su elaboración debe poder tomar parte cada uno; hay que tomarse para ello suficiente tiempo. No se trata tanto de que las personas quieran vivir juntas, sino que es más importante saber qué es lo que quieren conseguir “juntas”,  qué es lo que quieren ser “juntas” N cuando a esto se debe descubrir muy claramente por qué quieren vivir juntas, y qué es lo que esperan exactamente  de cada uno. Cuando un grupo no se siente ya tocado por una meta fuera de sí mismo, meta que fue fijada en un comienzo y que más tarde se ha reconducido y desarrollado, surge el peligro de perder la unidad y surgen tensiones por todas partes. En ese caso ya no interesa a los miembros cómo pueden responder a la llamada de Dios y de los Otros, especialmente a los que están encerrados en grupos.  Ya que éstos en este momento sólo tienen intereses por sí mismos, por sus propios problemas, por sus estructuras, por su riqueza y su pobreza. También en este caso la comunidad se desmorona en muchos trozos, pero que con una voluntad común podrían ser aglutinados de nuevo hacia la búsqueda de una meta común.

2.   Al igual que el Padre nos perdona nuestras ofensas, perdonemos  a los que nos ofenden.

Después de haber resaltado por una parte las causas de los conflictos que surgen a menudo al interior de nuestras comunidades, queremos mirar con franqueza hacia las oportunidades que pueden resolver estas tensiones.  Se trata de posibilidades que no sobrepasan, ya que nos son regaladas desde la fe, es decir: por Dios mismo.

Se trata de un trabajo perseverante el de estar dispuestos a cambiar nuestra persona a fin de que podamos amar a los así denominados “nuestros enemigos”. Tenemos que ejercitar la paciencia con nosotros mismos,  con nuestros sentimientos, con nuestros miedos. Pues, en definitiva, a quien temo, es al enemigo. No me siento en disposición de escucharle, y menos de ir a su encuentro. Huyo de él o deseo que desaparezca. En realidad él me hace posible reconocer mis debilidades. Las falta que atribuyo a  los otros, la mayor parte de las veces son mis propias faltas, aunque me resisto a reconocerlo. Si constantemente ejerzo una crítica hacia los otros o a toda la comunidad, a menudo estoy buscando cómo poder huir de mis propias faltas o debilidades. A fin de que podamos ser capaces de aceptar a los otros y de amarlos,  debemos busca en primer lugar reconocer nuestros propios prejuicios, nuestro odio, nuestras frustraciones, nuestra envidia y aceptar que somos como realmente  somos, y en ese momento pedir perdón al Padre. El mensaje de Jesús es suficientemente claro por una parte: “¿Cómo puedes decir a tu hermano: Hermano, deja que saque la brizna que hay en tu ojo, no viendo tú mismo la viga que hay en el tuyo? Hipócrita, saca primero la viga de tu ojo, y entonces podrás ver para sacar la brizna que hay en el ojos de tu hermanos” (Lc. 6,42). Y en otro lugar: “…Amad a  vuestros enemigos, haced bien a los que os odien, bendecid a los que os maldigan, rogad por los que os difamen. Al que te hiere en una mejilla, preséntale también la otra: y al que te quite el manto, no le niegues la túnica. A todo el que te pida, da, y al que tome lo tuyo, no lo reclames. Y lo que queráis que os hagan los hombres, hacédselo vosotros igualmente. Si amáis a los que os aman, ¿qué mérito tenéis? Pues también los pecadores aman a los que les aman”. (Lc. 6,27-32).

Una comunidad es simplemente impensable sin perdón. Querámoslo o no, el corazón de cada comunidad es finalmente el perdón. A fin de que podamos aceptar siempre de nuevo los unos a los otros, tenemos que poder perdonarnos siempre de nuevo cada día. Pablo dice: que Cristo es todo y en todos. “Revestíos, pues, como elegidos de Dios, santos y amados, de entrañas de misericordia, bondad, humildad, mansedumbre, paciencia, soportándoos unos a otros y perdonándoos mutuamente,, si alguno tiene queja contra otro. Como el Señor os perdonó, perdonaos también vosotros. Y por encima de todo esto, revestíos del amor, que es el vínculo de la perfección. Y que la paz de Cristo presida vuestros corazones,…” (Col 3,12-15).

¿Por qué tenemos qué perdonarnos los unos a los otros?. El fundamento del perdón se basa en el hecho de que Dios nos ama, a pesar de nuestros lados oscuros, de nuestras debilidades, faltas y miedos. Si una vez hacemos el descubrimiento de que Dios nos ha enviado a su Hijo inigénito, no a juzgarnos o incluso a condenarnos, sino por sanarnos, salvarnos y conducirnos al camino del amor, tan pronto como descubramos que el vino a regalarnos el perdón porque nos ama hasta nuestro más profundo ser, entonces nos será posible aceptarnos a nosotros mismos y a los demás. En ese momento renace la esperanza, y ciertamente la esperanza de que no podemos permanecer encerrados en la cárcel de nuestro egoísmo. Ahora podemos amar a todos, como Dios lo hace, aceptarlos como son, y sobre todo perdonarles.

3.   Perdonar es un proceso muy concreto
El perdonar a “nuestros enemigos” es un proceso muy concreto; quisiera indicar, de forma muy resumida, algunos pasos del mismo.
v  En primer lugar debemos intentar definir claramente las antipatías hacia una persona, incluso si es posible por escrito. Además debemos considerar si nosotros mismos no le hemos hecho injusticia a otro, y si no proyectamos hacia el otro nuestras propias debilidades.

v  Por otra parte, debemos ser capaces de reconocer las buenas cosas de esa persona, ya que seguramente tendrá algo bueno. Tenemos que rezar por él, y pedir al Espíritu Santo que esté a mi lado a fin de reconciliarme con él. En el caso de que se haya llegado a una ruptura o a una desconfianza en nuestra relación, debemos ir a esa persona y darle a conocer sinceramente nuestras intenciones. Dicho en pocas palabras: debemos pedirle perdón y perdonarle.

v  Finalmente debemos enterrar el pasado y debemos evitar hablar mal sobre él. En caso de que encontremos dificultades en este proceso, debemos buscar consejo en una persona que consideremos capaz de ello, a fin de que medie entre nosotros dos, una persona que no se deje influenciar por una u otra parte, sino que quiera realmente fomentar este proceso de perdón y su progreso.

En este proceso se necesita mucha paciencia. La paciencia, lo mismo que el perdón, pertenecen al núcleo de la vida comunitaria. Debemos tener paciencia con nosotros mismos, con las leyes de nuestro propio proceso de desarrollo, y con el desarrollo de los otros. A base de la “aceptación” y del “amor” se encuentra la “esperanza”. Y la esperanza de una comunidad religiosa tiene como piedra fundamental la contrapartida de la paciencia y de la confianza, que son tan necesarias a fin de hacer prosperar este proceso de maduración. Quien ingresa en una comunidad religiosa tiene que hacerlo de forma muy consciente, a fin de que pueda descubrir el secreto del perdón. Pero si no lo consigue, estará muy pronto desengañado. Demasiadas personas entran en una comunidad, a fin de poder encontrar algo, a fin de pertenecer a un grupo dinámico, a fin de ser partícipes de un estilo de vida que se acerque al ideal. Pero la preocupación principal debe consistir en que nos aceptemos a nosotros mismos y a los demás, más todavía: que podamos perdonar a los otros, incluso diariamente, al igual que Dios nos perdona. Este camino es largo y exige perseverancia y se consigue sólo con la ayuda de Dios.

A excepción de tu izquierda
 todos sabemos lo que hace
tu derecha

Tú, en cambio, cuando hagas limosna, que no sepa tu mano izquierda lo que hace tu derecha; así tu limosna quedará en secreto (Mt 6, 3-4)

Tu mano izquierda no debe saber lo que hace tu derecha. Pero los otros sí, deben saberlo.

Quiero decir: una expresión muy importante de “mentalidad comunitaria” es la participación de todos en las iniciativas en el campo del amor.

No puede ser que una sola persona decida por su cuenta, y hasta acepte-complacida-la patente de generosidad.

La comunidad entera debe ser interesada, invitada a ofrecer, consultada sobre el destino más oportuno de la dádiva, e informada acerca de… la feliz llegada.

No es una operación de burocracia mezquina o de receloso control contable.Se trata, más bien, de hacer partícipes a todos los miembros de una comunidad de una acción típica de nuestra pobreza y de nuestro amor fraterno: el compartir.

Por eso este acto lo hacen todos –en varias fases. Y quien recibe sabe que no recibe de una sola persona particularmente buena y generosa, sino de una comunidad entera que, para vivir una exigencia fundamental de la propia pobreza evangélica, renuncia a algo y lo ofrece a los hermanos más necesitados.

He podido constatar personalmente, en alguna comunidad, los efectos de esta mentalidad abierta a la participación, en este sector específico a que me estoy refiriendo.

Mientras tanto se advierte un interés general para localizar las necesidades, para señalar los casos más dramáticos y las situaciones más urgentes (que, con frecuencia, están muy cerca: allí en el pueblo, en el barrio, o quizás en las mismas inmediaciones del convento). Y después entra en juego la fantasía, el espíritu de iniciativa. Por supuesto estando dispuestos a pagar personalmente, o sea, a renunciar a algo, a privarse de algo.

Así –resultado no despreciable-una comunidad entera, que cae en la cuenta de los sufrimientos reales de los pobres, de las tragedias que se dan en ciertos ambientes, se vacuna contra el peligro siempre amenazante de la mezquindad.

Ya no hay sitio para las frivolidades, los chismes, los resentimientos, las discusiones banales. Existe un punto de referencia, un interés más importante que atrae la atención general, estimula la generosidad, justifica el sacrificio, libera de una mentalidad que exige el confort de tipo pequeño-burgués.

Y, sobre todo, es una comunidad entera que manifiesta el rostro de Cristo misericordioso, pobre, atento a las necesidades de los “últimos”

La pobreza como el amor –en su expresión más elemental: el gesto de compartir-se viven y se testimonian comunitariamente.

¡Qué triste es sin embargo, ver en algunas comunidades –escasas por fortuna- poco “personal afecto a los trabajos” que decide, que concierta las cosas a su gusto y “sabe”, excluyendo a los otros. Y quizás esos “otros”, está precisamente quien –con una compartida aportación suplementaria- había conseguido aquella oferta, aquel regalo. Me parece que, sobre todo quien ha contribuido, debe tener la alegría de exponer su propio punto de vista acerca del destino de aquel regalo. ¡No verse obligado a repetir…actos de fe!

Son cosas elementales. Pero, a veces, precisamente las cosas más elementales se descuidan creando sufrimientos inútiles, sospechas, y sofocando aspiraciones legítimas. Y se atenta contra la vida.

En una comunidad comunitaria el verbo “compartir” ha de conjugarse con el pronombre “nosotros”. Y el “nosotros” debe estar presente en todas las fases: desde la fase de la renuncia hasta de la oferta, desde la fase de la decisión hasta la del don.

Detrás del “nosotros” de una comunidad se asoma ciertamente Cristo. Detrás del “yo” de alguno, por el contrario, puede reírse malignamente el demonio del egoísmo más refinado, aunque se revista de la máscara de la generosidad.

A LOS RELIGIOSOS
Juan Pablo II

¡Qué hermoso legado espiritual!

 v  Habéis oído a San Pablo hablar de “apóstoles”, de “profetas”, de “misioneros del Evangelio”, de “pastores”, de “doctores”, de “santos” (Ef 4,11-12); hoy se podría desarrollar la lista de ministerios, de servicios de carismas. Que cada cristiano sepa, por tanto, que en esta Iglesia es responsable a su propio nivel y que la Iglesia carecerá de aquello que él no haya sabido darle. (Costa de Marfil)

 v  Querría añadir, por fin, dos exhortaciones que me parecen oportunas. La primera se refiere a la fidelidad al carisma de vuestras fundadoras o fundadores. La buena hermandad y cooperación que se da, hoy más que antes, entre los monasterios no debe conduciros a una especie de nivelación de los institutos contemplativos. Que cada familia espiritual cuide bien su propia identidad en orden al bien de toda la Iglesia. Lo que se hace en un lugar no tiene por qué ser imitado necesariamente en otro (Francia)

v  Las comunidades de base pueden ser un instrumento válido de formación y vivencia de la vida religiosa dentro de un nuevo ambiente de impulso cristiano, y puede servir, entre otras cosas, para una penetración capilar del Evangelio en la sociedad. (Méjico)

v  Vivís vuestra consagración vinculadas a un instituto y una comunidad fraterna, elementos muy importantes de vuestra vida religiosa en el misterio de la Iglesia, que es siempre misterio de comunión y participación. (Brasil)

v  Desde esa fidelidad a la propia vocación peculiar dentro de la Iglesia, vivida en el espíritu de adaptación al momento presente según las pautas que establece el mismo Concilio, cada Instituto podrá desplegar las múltiples actividades que son más congeniales a sus miembros. Y podrá ofrecer a la Iglesia su riqueza específica, armónicamente conjuntada en el amor de Cristo, para un servicio más eficaz al mundo de hoy. (España)

v  A la vez os pido que sigáis esta línea: todo esfuerzo apostólico debe ir en armonía con las enseñanzas de la Iglesia, con los objetivos apostólicos de vuestros institutos respectivos y con el carisma originario de vuestros fundadores, (Filipinas)

v  El consagrado es el que afirma y vive en sí mismo el señorío absoluto de Dios, que quiere ser todo en todos (cf. 1 Cor 15,28) (Portugal)

v  El tema de la “vocación religiosa” es uno de los más bellos de entre los que ha hablado y nos habla constantemente el Evangelio (Polonia)

v  Haciendo brillar la luz del testimonio con una caridad así entre los hombres, no hay que olvidar que la religiosa está siempre revestida de un carácter particular: vosotros estáis en el mundo, sin ser del mundo, y es precisamente vuestra consagración lo que, lejos de empobrecer caracteriza vuestro testimonio cristiano (Brasil)

v  Por otra parte, a lo largo de la historia de la Iglesia, cuando ésta se ha visto acometida en crisis, siempre ha sido la vida religiosa la que ha dado la señal para despertar y para renovar la fidelidad al Evangelio. (Filipinas)

v  Sin la oración, vuestra vida religiosa carece de sentido, pierde contacto con su fuente, se vacía de su sustancia y no puede alcanzar su meta. (Japón)

v  La consagración religiosa no sólo hace más honda vuestra entrega personal a Cristo, sino que también refuerza vuestra relación con su Esposa, la Iglesia. La consagración religiosa es un modo peculiar de vivir en la Iglesia, un modo particular de actuar la vida de fe y servicio iniciados en el bautismo. (Estados Unidos)

v  Jesús debe ser siempre el primero en vuestra vida. Su persona debe ser el centro de vuestras actividades, de las actividades de cada día. Ninguna otra persona  ni actividad puede tener presencia ante Él. Pues toda vuestra vida ha sido consagrada a Él. Estados Unidos)

v  Se trata, en efecto, de seguir a Cristo y, respondiendo afirmativamente a la llamada recibida, servir gozosamente a la Iglesia en santidad de vida, (España)

v  Cada una de vosotras, escuchando las palabras pronunciadas en Nazaret, repita con María: “He aquí la sierva del Señor; hágase en mí según su palabra” (Lc 1,38). En estas palabras está contenido en cierto modo el prototipo de toda profesión religiosa, por medio de la cual, cada una de vosotras abraza, con todo su ser, el misterio de la gracia trasmitida en la vocación religiosa. (Polonia)

v  Para poder comprender y vivir físicamente esa entrega es necesaria la ayuda de la gracia. Consecuentemente, un sacerdote o persona consagrada debe encontrar tiempo para estar a solas con Dios, oyendo lo que Él tiene que decirle en silencio. Hay que ser, por ello, almas de oración, almas de Eucaristía. (Argentina)

v  Vivid vuestra consagración con generoso interés, adhesión y disponibilidad para el Señor, vivida en la Iglesia y  al servicio de la misión de la Iglesia. ¡Fuertes en la fe, sed también alegres en la esperanza! (Brasil)

v  El consagrado es una persona que, renunciando al mundo y así mismo, se ha entregado por completo a Dios y, lleno de Dios, vuelve al mundo para trabajar por el Reino de Dios y por la Iglesia. (España)

v  La vida y la actividad del consagrado no se puede reducir a un horizontalismo terreno, olvidando esa consagración a Dios y esa obligación de impregnar el mundo de Dios. (España).

v  Vuestra opción por la castidad perfecta y vuestra obediencia religiosa han venido a completar vuestra donación de amor y a convertir vuestra vida comunitaria en una realidad teocéntrica y cultual: así, toda vuestra vida queda consagrada y resulta un testimonio vivo del Evangelio. La Iglesia y el mundo necesitan poder ver el Evangelio vivo en vosotras. (España)

v  Vosotros, religiosos no sacerdotes, podéis prestar igualmente una ayuda preciosa a la Iglesia, a través de la multiforme inserción en tantos campos de apostolado y testimonio, a los que debe llegar la meritoria aportación vuestra. (Guinea Ecuatorial)

v  Esta entrega nuestra, “traspaso de propiedad”, nos marcó con una señal particular, que pasó a ser nuestra identidad. (Portugal)

v  La mayoría de la gente sabe lo que hacéis, y os admiran y aprecian por ello, pero vuestra verdadera grandeza dimana de lo que sois. (Gran Bretaña)

v  Dejaos reconocer como religiosos, y religiosas. La ciudad secular necesita testigos vivos como vosotros, (Gran Bretaña)

v  ¡Es verdad, mis queridos hermanos y hermanas! ¡El Todopoderoso ha obrado cosas grandes en cada uno de vosotros! ¡No paréis de alabarle! ¡No paréis de darle gracias! ¡No dejéis  de revitalizar cada día vuestra donación total, vuestra vocación, bajo el amparo de la Inmaculada Virgen, nuestra querida Señora de Altôtting! (Alemania)

v  Sois, como religiosas, riqueza y tesoro de la Iglesia y, al mismo tiempo, una base sólida para la evangelización y un punto de referencia importante para el pueblo cristiano, estimulado en su fe por la forma en que vivís la vuestra. (Brasil)

v  Confiaos en la fidelidad del que os llamó y en la fuerza del Espíritu, os habéis puesto a disposición de Dios con los votos de pobreza, castidad consagrada y obediencia; y esto, no por un tiempo, sino por toda la vida, con un “compromiso irrevocable”. (España)

v  En una sociedad en la que con frecuencia falta la valentía para aceptar compromisos, y en la que muchos prefieren vanamente una vida sin vínculos, dais el testimonio de vivir con compromisos definitivos, en una decisión por Dios que abarca la Existencia. (España)

v  Dad siempre gracias a Dios por la misteriosa llamada que un día resonó en lo íntimo de vuestro corazón: “Sígueme” (cf. Mt 9,9; Jn 1,45). “Vende cuanto tienes, dalo a los pobres y tendrás un tesoro en los cielos;  y ven y sígueme” (Mt 19,21). Esta llamada y vuestra respuesta –que Dios mismo con su gracia puso en vuestra voluntad y en vuestros labios-se encuentra en la base de vuestro itinerario personal: es –no lo olvidéis nunca- la razón de todos vuestros quehaceres. (España)

v  Ningún movimiento de la vida religiosa tiene valor alguno si no es simultáneamente un movimiento hacia el interior, hacia el “centro” profundo de vuestra existencia, donde Cristo tiene su morada. No es lo que hacéis lo que más importa, sino lo que sois como mujeres consagradas al Señor. (Irlanda)

v  Y ¿qué decir de los religiosos y religiosas? Ocupáis un lugar que es sólo vuestro en el Cuerpo de Cristo que es la Iglesia. Sois la expresión y debéis ser la concreción de su vocación de santidad. Dios bendice vuestra vida haciéndola fructífera en su amor, lo que redundará sin duda en beneficio de vuestros hermanos. (Brasil)

v  Hoy los religiosos os ocupáis en una amplia gama de actividades: enseñáis en las escuelas católicas, lleváis la Palabra de Dios a campos de misión, satisfacéis muchas necesidades con vuestro testimonio y vuestra acción, servís con la oración y el sacrificio. Mientras trabajáis, cada uno en su sector, tened presente el consejo de San Pablo: “Todo lo que hagáis, hacedlo de corazón, como obedeciendo al Señor” (Estados Unidos)

v  Los caminos del mundo religioso no siguen los cálculos de los hombres. No usan como parámetro el culto al poder, a la riqueza, al placer. Saben, por el contrario, que su fuerza es la gracia de la aceptación divina de la propia entrega. (España)

v  Os agradezco de corazón vuestro empleo misionero y espero que, siendo fieles a vuestra tradición de fe, España siga siendo lugar privilegiado de vocaciones por su abundancia y calidad. (España)

v  Procurad en vuestro empeño responder cada vez mejor a las exigencias de los tiempos; que vuestra aportación brote armónicamente de la misma finalidad de vuestros institutos y que      vaya marcada con el sello distintivo de la obediencia, de la pobreza y de la castidad religiosa. (España)

v  Mantened viva la seguridad de que vuestra vocación es divina, con una profunda visión de la alimentada en la plegaria y en los sacramentos, especialmente en el sacrosanto misterio de la Eucaristía, fuente y cumbre de toda vida cristiana auténtica. (España)

v  La entrega total y la fidelidad permanente al Amor constituye la base de vuestro testimonio ante el mundo. (España)

v  No seáis portadores de dudas o de “ideologías”, sino de “certezas” de fe. El verdadero apóstol y evangelizador, declaraba mi predecesor Pablo VI, “será aquel que, aun a costa de renuncias y sacrificios, busca siempre la verdad que debe transmitir a los demás”. (España)

v  El religioso no está llamado a trabajar como una persona aislada o por su cuenta. Hoy más que nunca es necesario vivir y trabajar unidos, primero dentro de cada familia religiosa y luego colaborando con otros consagrados y miembros de la Iglesia. La unión hace la fuerza. (España)

v  El ministerio de los religiosos se ordena principalmente a obtener la conversión de los corazones de Dios, la creación de hombres nuevos y a señalar esos campos donde los seculares, consagrados o simples cristianos, pueden y deben actuar para cambiar las estructuras del mundo. (España)

v  Vuestra vida de clausura, vivida en plena fidelidad, no se aleja de la Iglesia ni os impide un apostolado eficaz. (España)

v  Sois una gran riqueza de espiritualidad y de iniciativas apostólicas en el seno de la Iglesia. De vosotros depende en buena parte la suerte de la Iglesia. Esto os impone una grave responsabilidad y exige una profunda conciencia de la grandeza de la vocación recibida y de la necesidad de adecuarse cada vez más a ella. (España)

v  Os pido una renovada fidelidad, que haga más encendido el amor a Cristo, más sacrificada y alegre vuestra entrega, más humilde vuestro servicio. (España)

v  Un factor decisivo en todas las épocas es que la Iglesia ha debido emprender grandes cambios y reformas ha sido la fidelidad de los religiosos a su doctrina y normas. Hoy vivimos una de esas épocas en que es necesario ofrecer al mundo el testimonio de vuestra fidelidad a la Iglesia. (España)

v  Vuestra presencia en la Iglesia, vuestra colaboración para difundir el Evangelio son para mí estímulo y alegría en mi tarea como Pastor de toda la Iglesia. Dios os conceda larga vida y llame a otros muchos para seguir a Cristo en la vida religiosa. (Estados Unidos)

v  Tratad de dar testimonio de vuestra fe y de vuestra alegría. Vosotros, con vuestro “gozo pascual” (Presbyterorum ordis 10), sois los testigos y promotores de las vocaciones sacerdotales entre los adolescentes  y los jóvenes de vuestra edad. (España)

v  Elevemos juntos nuestra confiada oración al “Señor de la mies” para que, en esta querida tierra de España, siempre tan fecunda en sacerdotes, muchos jóvenes tengan el alma abierta para percibir la llamada amiga de Cristo y para que tengan la disponibilidad de saber decir “sí” con entusiasmo. (España)

v  Pedid fervientemente que entre vuestros jóvenes surjan vocaciones sacerdotales, que puedan llevar la voz de Cristo a otras parroquias y -¿por qué no?-también a otras tierras y naciones. (España)

v  ¡También la vocaciones, especialmente importantes para la misión salvífica de la Iglesia, nacen de las familias cristianas, cunas de los futuros sacerdotes, religiosos, religiosas, misioneros y apóstoles. (Portugal)

v  Al mismo tiempo, vuestra fidelidad a Cristo,  vuestra valentía en decir sí a vuestra vocación especial, vuestra fe en la potencia que tiene Jesús para conservaros en su amor durante toda vuestra vida, constituyen un fuerte apoyo para los otros jóvenes de vuestra edad que han oído la llamada del Buen Pastor y desean seguir fielmente. (Ghana)

v  Cómo me alegraría de que otros muchos compatriotas suyos oyeran el mismo llamamiento. ¡La mies es mucha! Sí, todos vosotros, hermanos míos, fomentad las vocaciones sacerdotales. A fin de que vuestra Iglesia no carezca de sacerdotes, de santos sacerdotes. (Costa de Marfil)

v  Por eso os digo a cada uno de vosotros: escuchad la llamada de Cristo cuando sentís que os dice: “Sígueme”. Camina sobre mis pasos. ¡Ven a mi lado! ¡Permanece en mi amor! Es una opción que se hace:¡la opción por Cristo y por su modelo de vida, por su mandamiento de amor. (Estados Unidos)

v  Pero, querido jóvenes, no basta rezar para que el Señor suscite vocaciones. Es preciso estar personalmente atentos a la llamada que Él quiere dirigiros; es preciso que no falta el valor de responder generosamente a esa llamada. Las comunidades cristianas tienen necesidad de sacerdotes que las alimenten con la Palabra y el Cuerpo de Cristo, tienen necesidad de la vida religiosa, que sea signo de Dios y oblación a Dios en beneficio de los hermanos. (Portugal)

v  Vale la pena dedicarse a la causa de Cristo, que quiere corazones valientes y decididos; vale la pena consagrarse al hombre por Cristo, para llevarle a Él, para elevarlo, para ayudarle en el camino hacia la eternidad; vale la pena hacer una opción por un ideal que os procurará grandes alegrías, aunque os exija también no pocos sacrificios. (Méjico)

v  Es para vosotros mi primer mensaje carísimos jóvenes, que guardáis en el corazón, como poderoso impulso, el secreto de la llamada particular que Cristo os dirige. Tened siempre conciencia de la predilección que significa esta iniciativa del divino Maestro: toda vocación pertenece a un designio divino muy amplio, en que cada uno de los llamados tiene gran importancia. (Brasil)

v  La respuesta depende de la generosidad del corazón de quien es llamado, pues quien llama deja siempre la libertad de opción. (Brasil)

v  No os dejéis perturbar, como el joven del Evangelio. Vale la pena trocar (muchos bienes” por un “tesoro en el cielo” (Brasil)

v  La decisión más grande para vosotros es elegir un estado permanente de vida. Para la mayor parte de vosotros será el matrimonio. Pero para muchos puede ser el sacerdocio, o bien el ser religiosos o religiosas. Necesitamos el consejo de vuestros sacerdotes, de vuestros padres y de vuestros maestros. Y necesitaréis de la guía divina. Orad. Confiad en Cristo, Abridle vuestros corazones. Abrid vuestros corazones de par en par a Cristo. No tengáis miedo. Sed generosos. Quien da poco, cosechará poco. El que da con generosidad, recogerá una cosecha abundante. Podéis contar con la gracia de Dios. (Nigeria)

                                                         

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